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martes, 4 de abril de 2023

50 años del golpe: solidaridad entre rejas

    

En ese ambiente nos fuimos encontrando uno a uno los prisioneros, aunque nos cambiaban con frecuencia, pues naturalmente algunos eran llevados a otras secciones, incluso reenviados a las Casas de Terror, unos pocos eran liberados y otros iban quedando mientras tanto ahí. Nos juntamos en esa celda número 12, un obrero de MADECO, que después resultó haber sido también miembro del Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Se hallaba un obrero analfabeto de la construcción, un estucador, que fue apresado con toda su familia. Había un topógrafo, delirante crónico, había un individuo del Partido Nacional, de mediana edad, que era administrador de un pequeño fundo en el sur y que por una serie de vicisitudes también había sido apresado. Y así nos fuimos encontrando todos en esa pequeña habitación; todos habíamos pasado por la Casa del Terror, con mayores o menores penurias; todos estábamos felices de volver a ver, hablar, estar tranquilos a pesar de que estábamos encerrados y de que nos sacaban solamente dos veces al día, en la mañana y a últimas hora en la tarde para llevarnos el baño, durante un minuto y medio contado por reloj, Era un baño donde no había nada, no había papel, no había toallas, no había jabón, llegábamos corriendo para alcanzar a hacer lo más posible en un tiempo tan corto, nos lavábamos como podíamos y volvíamos corriendo a la celda…y empezábamos a conversar, lo único que podíamos hacer.

Empezamos a contarnos nuestras vidas, quienes éramos, qué hacíamos, qué familias teníamos, cuáles eran nuestros oficios o profesiones, por qué y cómo habíamos sido detenidos, Y así, en esas largas horas nuestras familias fueron cobrando cuerpo, cada uno de nosotros pasó a ser, de un rostro desconocido, a un amigo con cara, con nombre, con quien la amistad brotaba de un modo espontáneo; la familia y los nombres de las compañeras y de los hijos empezaron, repito, a tomar cuerpo a través de estas largas conversaciones.

La solidaridad se demostró desde el primer momento.

Era una larga fila de doce piezas que tenía una ventana hacia el mismo lado, de modo que no podíamos vernos de una celda a otra, pero sí nos podíamos hablar. Entonces surgió una voz de la celda de al lado, preguntándonos quienes éramos, saludándonos, diciendo que tuviéramos coraje, hablándonos de que aquí no corríamos riesgo de ser torturados, hablando de dónde estábamos, y así supimos que estábamos en Cuatro Álamos, dando indicaciones de qué debíamos hacer. Era la voz de Joel. Y nosotros a su vez contábamos nuestras cosas y la información circuló por lo que se llamaba el “teléfono”: se iba gritando de una pieza a otra, a media voz, y las noticias iban circulando. Cuántos presos habían llegado la noche anterior, de dónde eran, de qué Centro de Torturas venían, en qué condiciones se les había detenido, incluso dentro de lo posible alguna información sobre su condición política. Se daban los nombres, los amigos se reconocían. Yo tenía una amiga a diez celdas de la  nuestra. Entonces cuando llamaba al “teléfono”, quería saludarla y gritaba: ¡Díganle a la Juana “buenos días” que se los manda perengano! Y la voz se iba repitiendo a lo largo de “la línea”: “Dice perengano que saluda a la Juana”…hasta que la Juana contestaba y el recado volvía por este teléfono humano, vibrante de amistad, diciendo que “Juana había amanecido bien y que me saludaba también”.

[1] ESPORA EDICIONES, Santiago de Chile 2019

Contacto: : https://www.espora.cl/m22libros.php?p=lb018EstelMem

Otra: https://www.espora.cl/m20loslibros.php?lim=liA

 

Hugo Behm

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