Sostengo que el rol de la prensa opositora fue el factor más importante de la resistencia política y cultural a la dictadura. Quiero enfatizar que fue el espacio aglutinador de la oposición política partidista. El lugar en donde se comenzó a cimentar la salida a la dictadura, en sus distintas vertientes. Y que vivió la paradoja de que, una vez derrocado el régimen vía elecciones, sufrió el abandono del nuevo poder que esta misma prensa había ayudado decisivamente a construir.
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Una de las imágenes más impresionantes tras el Golpe del 11 de septiembre de 1973 fue la de soldados quemando rumas de libros y revistas en diferentes lugares del país. Hay unas fotos ejecutando estas quemas en las torres San Borja, en el centro de Santiago.
En 1998, trabajé en una exposición de las joyas bibliográficas americanas que existieron antes de su descolonización, y encontré un libro mexicano del siglo XVII que tenía un grabado con una pira de libros quemándose por libros prohibidos por la Inquisición. Increíblemente, la imagen era casi idéntica a la de los soldados chilenos en las torres San Borja y así se exhibieron, una al lado de la otra, en la muestra.
En ello se daba cuenta de que el libro y la prensa representan peligro para cualquier régimen autoritario, porque en ellos está la libre expresión y el conocimiento, ámbitos que cualquier dictadura debe aniquilar.
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Yo tenía 9 años para el Golpe, y lo viví a 15 kilómetros de la ciudad de Talca, cerca de San Clemente, y mi vida hasta entonces era apacible y rural. Mis ancestros no eran gente de izquierda, mis abuelos en verdad eran de ultraderecha, por tanto todo de lo que voy a hablar ahora proviene de mi propia experiencia, sin asomo de prejuicio cultural familiar.
Soy de una generación que ingresó a estudiar Periodismo en 1982, cuando aquello era un despropósito. Todo el pensamiento y el humanismo se había intentado extirpar desde el día mismo del Golpe, por eso en las universidades expulsaron, encarcelaron y asesinaron alumnos y profesores, cerraron carreras o las intervinieron de un modo tan brutal que había que ser muy testarudo para pensar en seguir una ruta vocacional por ese lado. Periodismo entonces había solo en 2 universidades, y en Santiago: la Católica y la Chile. En la primera había 40 cupos y en la segunda 30. Yo entré a la Católica. El rector de mi universidad era un almirante (Jorge Swett). El de la Chile era un general (Alejandro Medina Lois).
¿Quién querría estudiar Periodismo en un país donde no existía libertad de expresión ni menos libertad de prensa? Pues bien: aquí viene lo bueno. La mayoría de quienes acometían esa osadía eran jóvenes ilusos que sí querían que las hubiera. Como había tan pocos cupos, Periodismo, después de Medicina, era la carrera que requería de los más altos puntajes para entrar. Eso significaba que quienes, pese a todo, ingresaban ahí mayoritariamente reunían dos características: habían sido alumnos destacados en su escolaridad y tenían una conciencia política y social muy superior a la media.
La vida de mi generación, la Generación del 80, en la universidad entonces, paradójicamente fue extraordinaria.
Digo que es una paradoja pues yo entré al año siguiente de que Pinochet se reinstalara en La Moneda como Presidente ahora institucional gracias a su Constitución de 1980, la misma que, modificada, nos rige hasta hoy… Sin embargo, lo que ocurría en los patios universitarios era el germen de la cultura solidaria y democrática que llevaría, finalmente, al fin de la dictadura. La vida cultural y política en la que me encontré era un hervidero no oficial. La Escuela de Periodismo del Campus Oriente de la UC era uno de los focos donde se horneaba en pequeña escala ese pan.
Ninguna posibilidad de encontrar alguna revista, menos un periódico, de la disidencia en los kioscos, salvo la valerosa y consistente resistencia moderada (afín a la DC) de la revista Hoy, donde a principios de los 80 escribían Ascanio Cavallo, Manuel Délano, Alejandro Guillier, corajudas periodistas como Patricia Verdugo, Marcela Otero, Odette Magnet, entre otros/as, bajo la dirección de Emilio Filippi y subdirección de Abraham Santibáñez.
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El mismo 11 de septiembre de 1973 se clausuraron todos los medios de prensa considerados peligrosos para la dictadura: El Clarín (el diario que más se vendía en Chile), Puro Chile, El Siglo, el vespertino Noticias de Última Hora (que había dirigido hasta 1970 José Tohá), Punto Final, Ramona (revista dedicada a la mujer), El Rebelde, el incluso La Prensa (de la DC), y las radios Magallanes y todas las asociadas a la Unidad Popular. Los canales de tv fueron intervenidos, poniendo a militares a cargo (como TVN y Canal 9, de la Universidad de Chile). En 1977 fue clausurada una radio vinculada a la DC: la radio Balmaceda. Esto último ocurrió con la instauración, por parte de la Junta Militar del Bando N° 107, del 11 de marzo de 1977, que tuvo la facultad de autorizar o no la apertura de un nuevo medio de comunicación. El organismo gubernamental censor de estas peripecias se llamaba DINACOS. Porque había censura previa. Lo que se iba a publicar debía enviarse a DINACOS para su visado o tachadura.
Sobrevivió la revista Ercilla, cercana a la DC, que al principio tomó un carácter abiertamente pro Junta Militar. En pocos años la marca fue adquirida por gente ligada a la dictadura y el equipo de la tradicional revista (con decenas de años de vida) ocupó el nombre de revista Hoy, una antigua desconocida publicación sindical con permiso vigente, por lo que vía esta argucia el antiguo equipo de Ercilla pudo volver a salir a los kioscos con otro nombre.
La revista Hoy, con cercanía a una DC ya entonces opositora, cumplió un noble rol, en la medida de lo posible, siendo la única publicación de kioscos no abiertamente pro dictadura hasta llegados los 80.
Mientras esto sucedía surgían medios de circulación restringida, clandestinos o semi clandestinos, de muy poca circulación, obviamente fuera de los kioscos.
Un rol importante, aunque muy acotado, lo cumplió la revista Solidaridad, nacida desde la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago, en 1976. La Iglesia chilena fue un espacio importante en muchos aspectos de acogida a los perseguidos y víctimas de la dictadura, y también en la prensa. La radio Chilena, del Arzobispado, junto a las radios Cooperativa y Nuevo Mundo, en Santiago, fueron pequeños espacios de libertad restringida.
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Cuando yo entré a la universidad, en 1982, el panorama era desolador.
Un año antes habían matado a Eduardo Jara, estudiante de segundo año de Periodismo de la Católica. Lo hizo un organismo siniestro de uniformados y policía civil, el COVEMA (Comando de Vengadores de Mártires). Llega entonces un político de la derecha tradicional, Sergio Onofre Jarpa, al Ministerio del Interior y se instaura un clima de aparente incipiente apertura política.
Circulaba semi clandestinamente la revista APSI, que vendía un compañero de curso mano a mano. Sin duda, el surgimiento de las protestas nacionales, el 11 de mayo de 1983, convocadas por los Trabajadores del Cobre, y que se fueron repitiendo mes a mes, fue un hito en cuanto a expandir la resistencia no violenta a la dictadura, lo que incluyó el surgimiento de otras publicaciones. La revista APSI, nacida bajo la argucia de ser una Agencia Publicitaria y de Servicios Informativos (de ahí la sigla APSI) en 1976, era un boletín por suscripción que solo podía tocar temas internacionales. En un comienzo ningún artículo iba firmado. Solo aparecían en sus créditos el Director (Arturo Navarro) y el Editor (el español Rafael Otano). En los temas internacionales tratados, siempre eran escribía de las dictaduras, lo que ewra una alusión a la dictadura chilena (como “La soledad de Somoza”, que era lo mismo que decir Pinochet). El número 51 se inicia con el artículo “Todos contra Somoza” (es decir, Pinochet).
También al amparo del Arzobispado (desde la Academia de Humanismo Cristiano, que era un organismo de formación superior creado por el Cardenal Silva Henríquez), surge la revista Análisis y desde un grupo de socialdemócratas y militantes del Partido Radical nace la revista Cauce. En 1984 surge el periódico Fortín Mapocho. Luego nacería Pluma y Pincel, de corte más cultural. A comienzos de los 80 jóvenes sin partido habían creado la revista cultural La Bicicleta.
Estamos hablando de que en todos esos medios había grandes jugados periodistas, como Patricia Verdugo, Mónica González, Juan Pablo Cárdenas, Felipe Pozo, María Olivia Monckeberg, Malú Sierra, Marcela Otero, Ascanio Cavallo, Abraham Santibáñez, Sergio Marras, Fernando Paulsen, Pamela Jiles (sí), Elizabeth Subercaseux, Jorge Andrés Richards, Pablo Azócar, María Eugenia Camus, Patricia Collyer, Jaime Moreno Laval (en radio Chilena), Ignacio González Camus, Sergio Campos (la voz de radio Cooperativa), José Carrasco, Pedro Lira, Hugo Traslaviña, Manuel Délano, Claudia Donoso, Edwin Harrington, Hernán Millas, el Gato Gamboa (director de Fortín Mapocho), el gran José Gómez López (en radio Chilena), Pancho Herreros, María Esther Aliaga, Rodrigo Atria, Rodrigo de Artigoitía, Patricia Moscoso, Pía Rajevic, Cecilia Atria, entre otros, e incluso escritores como Enrique Lihn, Guillermo Blanco, Jaime Valdivieso o Alfonso Calderón.
En las revistas hubo otro aporte editorial contestario muy importante que lo dieron los humoristas gráficos y políticos, como Hervi y Rufino (en Hoy), Guillo (en APSI) con su personaje “El Reyecito” (Pinochet), El Gato (en Cauce) o Gus (en Fortín Mapocho), con su personaje “Margarita”. Y fotógrafos como Lucho Navarro, Álvaro Hoppe, Inés Paulino, Kena Lorenzini, Claudio Pérez, Héctor López, Oscar Navarro, Paulo Slachevsky, Juan Carlos Cáceres, entre muchos otros. Hay que decir que los fotógrafos (agrupados en la AFI) cumplieron un rol sustancial en el registro de las atrocidades del régimen, a partir de la represión de las protestas.
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Bueno, ese es el panorama que me pilló cuando estudiaba Periodismo. Sucede que un grupo de recién egresados de esta carrera en la UC se incorporaron al staff de APSI, mayores que yo y varios amigos míos, como Nibaldo Moscciatti, Pancho Mouat, Andrés Asenjo, Andrés Braithwaite, Milena Vodanovic, Paz Egaña, y, al final de mi tercer año de la carrera por ese motivo me dieron cabida a entrar a hacer mi práctica en esa revista. También entró de practicante mi compañero de curso Esteban Valenzuela, hoy ministro de Agricultura. Al terminar aquella práctica fui contratado y me transformé en redactor y aún estudiante de Periodismo. Eso fue en 1986, el llamado “Año Decisivo”, corolario de lo gestado con las protestas nacionales. Ninguno de nosotros sabíamos que sería el año del atentado a Pinochet.
Quiero agregar un hecho importante. Creo que nada de este devenir de la prensa habría sido posible, e primer lugar gracias al movimiento estudiantil en las universidades chilenas, iniciado en 1982, justo cuando yo entré a esas aulas. El movimiento sindical, iniciado un año después, con la convocatoria a las protestas nacionales, fue una deriva de lo iniciado por los estudiantes, no al revés.
Una vez ocurrido esto, me atrevo a sostener la hipótesis de que el rol de la prensa opositora fue el factor más importante de la resistencia política y cultural ocurrida desde entonces. Los medios ya descritos aunaban a los líderes de los distintos partidos, que comenzaban a reagruparse saliendo de la clandestinidad, y de un modo bastante pluripartidista. En los Consejos Editoriales de estas revistas se reunían líderes o ex líderes que iban desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Socialista Almeyda, e incluso algunos comunistas. Sostengo que ese espacio fue el más significativo para congregar a quienes incluso en la UP habían sido opositores, aliento que había tenido un ensayo previo en el Grupo de Los 24, donde estaban Aylwin y abogados socialistas.
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Por cierto: este camino fue un periplo lleno de espinas: detenciones a periodistas, asesinatos, relegaciones, exilios, cierres de medios, censura previa e incluso se llegó a ignominias surrealistas como, en algún momento, prohibir publicar imágenes que ilustraran los artículos. Eso ocurrió en septiembre de 1984 (Bando N° 15) y se debió a la voluntad dictatorial de impedir que se mostraran imágenes de las protestas nacionales.
Quiero enfatizar que la prensa opositora a la dictadura fue el espacio aglutinador de la oposición. El lugar en donde se comenzó a cimentar la salida a la dictadura, en sus distintas vertientes, siendo finalmente sus páginas el soporte natural para la vía que finalmente primó: la tesis de Aylwin. Derrocar la dictadura dentro de su propia institucionalidad.
Los principales líderes de la Alianza Democrática, predecesora de la Concertación, se dieron a conocer, y sus posturas, en estas revistas. Ricardo Lagos, el mismo Aylwin, incluso comunistas como José Sanfuentes, Fanny Pollarollo, etc. Yo, con 22 años, veía pulular por las oficinas de APSI a todos ellos. Otras estaban en Análisis, Cauce, Hoy, Fortín, etc.
No puedo dejar de mencionar el aporte contracultural de una revista como La Bicicleta, nacida en 1980, con Eduardo Yentzen a la cabeza, que batió record de ventas con sus cancioneros, en particular una dedicado a Silvio Rodríguez, que era un referente musical de la clandestinidad.
Asimismo, en 1987, un año previo al plebiscito del NO, nació el muy buen diario La Época, heredero del equipo de la revista Hoy, que cumplió un rol periodístico de calidad hasta su muerte, ya en democracia, en 1998.
Como decía, yo entré de frente en estas lides en enero de 1986, el Año Decisivo, y sufrí las consecuencias de aquello a los 22 años.
Después del atentado a Pinochet, el 7 de septiembre de 1986, se inició una caza de brujas de represión feroz. Un día después asesinaron Pepe Carrasco, editor internacional de Análisis y a otros tres militantes de izquierda más.
Se decretó Estado de Sitio, se clausuraron todos los medios y en APSI comenzamos a trabajar en clandestinidad, produciendo un boletín llamado SIC (Servicio de Información Confidencial). A fin de mes me dirigía al Campus Oriente a mis clases y me llevaron preso los carabineros cuando me bajaba de la micro. Terminaba una manifestación y no encontraron nada mejor que detenerme de seguro tan solo por mi aspecto barbudo y artesa. Luego, en la Comisaría, cuando descubrieron que era redactor de APSI, me incomunicaron por altamente peligroso, y me avisaron que me acusarían de horrorosos hechos violentos de la resistencia, incluido el atentado a Pinochet. Para peor, yo había sido dirigente estudiantil el año anterior. Me incomunicaron. Al octavo día inicié una huelga de hambre, y al décimo día, con toque de queda, me soltaron a esas horas prohibidas.
Tiempo después, el director y subdirector de revista APSI sufrirían cárcel por haberse mofado de Pinochet, en una portada genial de Guillo, que ponía a Pinochet como Luis XIV, el Rey Sol. Eso le costó nada menos que 2 meses de cárcel a Marcelo Contreras y Sergio Marras. La acusación se basaba en un surrealista “Informe Sociopolítico”, en donde el delito era ocasionar un daño superior a la imagen de Pinochet.
No puede obviarse algo de Perogrullo: ¿cómo sobrevivían estos medios en un país tan hostil a esta sobrevivencia? Por supuesto que no había cabida para la publicidad: todas las agencias tenían vetado entregar avisos en sus páginas. APSI, para intentar hacer ver que sí podía tener publicidad, ponía en su contratapa avisos publicitarios de líneas aéreas africanas, por ejemplo. Todo era una falacia. Ingenio. Parte de este mundo surrealista paralelo. La verdad de las cosas es que sobrevivían gracias al aporte internacional de fondos destinados, fundamentalmente de organizaciones y sindicatos europeos, a la resistencia política y cultural a la dictadura chilena.
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La prensa opositora a la dictadura no sólo fue el espacio impulsor de la disidencia política, sino también de una disidencia que llamaría cultural. Estamos hablando de un periodo que se conoció como el del “apagón cultural”.
Tuve la suerte de trabajar en APSI, que se caracterizó también por ser un referente cultural de aquella época. Junto con el factor político presente en sus páginas, también fue un lugar de referencia cultural. En sus páginas se reflejaba de manera creativa lo que pasaba en la resistencia a la (in)cultura oficial. Claudia Donoso, Juan Andrés Piña, Pepe Román y varios de nosotros, gracias a APSI, pudimos practicar una escritura bastante libre con temas no necesariamente coyunturales que daban espacio a manifestaciones del underground de entonces, en donde surgían manifestaciones culturales como el CADA (con Diamela Eltit, Loty Rozenfeld o Raúl Zurita) o lo que se hacía en sitios como El Trolley o el Garage Matucana, el teatro, el canto nuevo, la poesía, etc.
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Cuando llegó la democracia, todos pensamos que llegaría el momento en que esta imprescindible prensa de la resistencia podría vivir tranquila. Todo el trabajo realizado por fin habría dado el fruto añorado. Pero vino la paradoja fatal. Una vez llegada la democracia, el nuevo poder, aquel que se establecía en gran parte gracias al coraje de la prensa opositora, y que incluso sirvió para aglutinar las diferentes posturas que portaban una carga histórica de desencuentros, sirviendo de cobijo y soporte para este nuevo Chile renovado y liberado, sencillamente optó por dejar morir a aquello que tanto contribuyó a estar en donde se estaba.
Se acabó el apoyo internacional y se hizo ausente el apoyo nacional, que debía provenir de la nueva democracia, construida gracias a la labor de la prensa opositora a Pinochet.
Fueron cayendo una a una las revistas y diarios, incluso en el primer gobierno de la Concertación. La política comunicacional, cuyo mentor era el ministro secretario de Gobierno Enrique Correa, y cuyo cerebro operático era Eugenio Tironi (¡cuántas páginas habían tenido ambos en revista APSI!), estimó que para el “nuevo Chile” de los consensos lo mejor era acabar con ese resabio de resistencia dictatorial. La ecuación restauradora de la política iba consensuada con la política económica dictatorial. APSI murió en 1995. La Época, el último bastión, en 1998. Fueron los últimos estandartes de ese pasado corajudo.
La situación hoy es devastadora. Se da el absurdo de que el panorama de la prensa de centroizquierda (o no de derecha) era mucho más rico en dictadura que ahora, con todas las salvedades de censura, prisión, clausura, cierres y asesinatos. El poder fáctico, el económico, que es el mismo que había en dictadura, tomó posesión directa de los medios.
“La mejor política comunicacional era no tener una política comunicacional”, fue una frase de Eugenio Tironi, que resumió lo acontecido. Que el público evalúe sus consecuencias. Hasta hoy.
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