Por: Leonardo Yáñez | Publicado: 23.05.2023
En escenarios polarizados, en las condiciones de hoy y en sociedades como la chilena, las rápidas y simples pseudo “soluciones” (muralla para la migración, retiro de los fondos de jubilación, represión brutal para mantener el “orden”, copamiento militar de las fronteras, pena de muerte para el comercio callejero…), que se engendran como respuesta afiebrada para dejar tranquilos a la audiencia de los matinales, corresponden a soluciones totalitarias. Pardas o rojas, pero siempre totalitarias.
Tengo la íntima convicción de que el momento que vive Chile, especialmente después de la elección del domingo 7 de mayo, es dramáticamente muy similar al cuadro que se aprecia al inicio del ascenso experimentado por Hitler y el Partido Nazi, el 30 de enero de 1933. Conocemos hasta dónde llegó dicho movimiento, y la tragedia mundial que provocó sólo seis años más tarde.
Evidentemente, la situación chilena no replica el escenario mundial de aquella época, pero sí hay coincidencias, similitudes y me atrevo a decir expectativas compartidas por algunos sectores nacionales protagónicos, cuyas ideas basales se distinguen muy levemente de sus referentes alemanes, a quienes incluso han reivindicado públicamente cuando nadie los mira.
El discurso y la acción política de estos sectores expresamente se orienta a roer las bases mismas del “orden” instalado por el mismísimo Pinochet llevándolo al extremo, para carcomer a la derecha clásica y sobre su defunción, instalar su propio liderazgo para autoerigirse en «Salvadores de la Patria», amenazada por el «totalitarismo» de izquierda; eliminar así el centro político como alternativa de poder y desplegar abiertamente una guerra frontal y con todos los recursos disponibles, a toda manifestación democrática (partidos, movimientos, alianzas, ideas e instituciones -Banco Central, Corte Suprema, Tribunales-, la han conocido), la que ha sido hasta ahora «caballerosamente» administrada, asimilándola en bloque a la confrontación clásica con su “enemigo” eterno: el fantasma del comunismo.
Hay que recordar de aquella época la Gran Depresión de 1929. Sembró el desempleo, el hambre y la pobreza e indigencia por doquier. El bombón envenenado que el nazismo ofreció y las masas paupérrimas engulleron atolondrada e irreflexivamente fue “terminar con la miseria” y “arreglar la economía”, devolver el estatus de “gran potencia” a Alemania y “recuperar los territorios” perdidos en la I Guerra Mundial, construir un gobierno “fuerte” y “autoritario” y alcanzar la “unidad aria”, según criterios étnico-raciales.
Es decir, manipularon las esperanzas, los temores y los prejuicios; ofrecieron la cabeza de los que exhibieron falsamente como culpables de todos los males: los judíos y los comunistas.
En las parlamentarias de julio de 1932, los nazis habían obtenido el 37% de la votación: fue el partido más votado de Alemania. Con ese poder Hitler exigió el cargo de Canciller, nombramiento que se hizo efectivo el señalado 30 de enero de 1933. La destrucción de la democracia, que aún obstaculizaba sus designios, y la autoproclamación de la dictadura del Führer de Alemania, se materializaría sólo un año más tarde.
Esa polarización extrema de la sociedad alemana adelantaba los futuros escenarios que conocería con pavor y dolor el mundo.
Se podría concluir que en aquellos escenarios tremendamente polarizados, en las condiciones de hoy y en sociedades como la chilena, las siempre rápidas y simples pseudo “soluciones” (muralla para la migración, retiro de los fondos de jubilación, represión brutal para mantener el “orden”, copamiento militar de las fronteras, pena de muerte para el comercio callejero, etc., etc.), que se engendran como respuesta afiebrada para dejar tranquilos a la audiencia de los matinales, siempre corresponden irremediablemente a soluciones totalitarias. Pardas o rojas, pero siempre totalitarias.
De allí entonces que lo que hagan o dejen de hacer el Presidente Boric y el Gobierno, los partidos que lo apoyan, los partidos que no estando en el Gobierno sustentan posiciones democráticas (PPD, DC, PR y otros), pero sobre todo los partidos de oposición (RN, Evópoli y sectores de la UDI, particularmente aquellos que no participaron directamente de la dictadura), tendrá efectos decisivos en el curso que seguirán los derroteros políticos. Y, por lo tanto, tienen una responsabilidad democrática especial con todo el pueblo y el país, para impedir que se profundice la polarización y sean abortadas las “soluciones totalitarias”. He aquí las claves para los próximos años que se nos vienen encima.
Junto con esto, en esa responsabilidad democrática cabe abrir, y no cerrar, el espacio que debe llegar a tener un poderoso movimiento organizado de amplios sectores populares, medios y también acomodados, a favor de la democracia y su profundización creciente, expresado en lo que se ha señalado mil veces por casi el 80% de los chilenos: un moderno sistema tributario, que restituya parte de la riqueza acumulada e impacte directamente en su bienestar; un sistema de salud pública de primer orden y a la par del sistema privado; un complejo educacional que parte en la sala cuna y se diversifica en el fomento profesional y técnico de toda nuestra juventud, sin vallas económicas; un sistema previsional solidario que no reparte miseria sino seguridad.
Estas son las cuestiones mínimas a resolver ¡ahora ya! Todo esto presidido por una política de “mano dura” real y efectiva, sin complejos, que arrase con el narcotráfico, la delincuencia y la migración irregular delictiva, que ya tiene un retraso casi irreparable.
A este fin debe y le corresponde contribuir, si es necesario, todos los estamentos policiales y militares de que dispone el país (la delincuencia y el narcotráfico constituyen una real agresión a toda la nación y a la ciudadanía). Y en este cometido, FF.AA. y policías tendrán opción de reencontrarse con la ciudadanía que una vez, y con razón, las percibió como enemigos; y tendrán opción, además, de sentir la recuperación de su invaluable vocación de servicio.
A propósito del “parangón”, señalado en el título, una última acotación.
Nada hay más clarificador para llamar la atención de aquellos que tienen responsabilidades políticas en el Chile de hoy, a 50 años de nuestra tragedia, que la reflexión que hace Primo Levi 29 años después de la tragedia planetaria en la que a él le tocó ser una de sus víctimas, consultado acerca del odio y el perdón para sus victimarios:
El sistema nazi, prudentemente, hacía que el contacto directo entre esclavos y señores se redujese al mínimo. (…) En los meses en que este libro fue escrito, en 1946 -se refiere a Si esto es un hombre– el nazismo y el fascismo parecían carecer realmente de rostro: parecían haber vuelto a la nada, desvanecidos como un sueño monstruoso, según justicia y mérito, tal como desaparecen los fantasmas (…) Pocos años después Europa e Italia se dieron cuenta de que se trataba de una ingenua ilusión: el fascismo estaba muy lejos de haber muerto, sólo estaba escondido, enquistado; estaba mudando la piel, para presentarse con piel nueva, algo menos reconocible, algo más respetable, mejor adaptado al nuevo mundo que había salido de la catástrofe de esa Segunda Guerra Mundial que el fascismo mismo había provocado. Debo confesar que. ante ciertos rostros no nuevos, ante ciertas viejas mentiras, ante ciertas figuras en busca de respetabilidad, ante ciertas indulgencias, ciertas complicidades, la tentación de odiar nace en mí, y hasta con alguna violencia: pero yo no soy fascista, creo en la razón y en la discusión como supremos instrumentos de progreso, y por ello antepongo la justicia al odio.
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