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sábado, 17 de junio de 2023

El Sueño del Olvido: De los traumas personales a los traumas nacionales

   

 Cuando a Jorge Luis Borges se le preguntó si acaso había perdonado a los Peronistas de Argentina, su respuesta fue “El olvido es la única forma de perdonar; es la única venganza y también el único castigo”. Para Borges, el perdón y la venganza son hermanos porque ambos hacen uso del olvido— al igual que los hace la creación de arte. “Uno debiera ir a la combinación de los dos elementos, el recuerdo y el olvido,” escribió sobre la creación artística, “y a eso llamamos imaginación”. Kierkegaard estaba de acuerdo: – “Uno que se ha perfeccionado en las artes mellizas de recordar y olvidar está en la posición de jugar raqueta y plumilla de bádminton con  toda la existencia”.

 

En Forgetting, el neurólogo Scott Small asemeja la pérdida de memoria a un cincel que martillea el mármol de nuestra vida, esculpiendo orden y belleza a parte de un bloque de cruda experiencia.  En A Primer for Forgetting (Una primera mano para olvidar) de Lewis Hyde que junta reflexiones sobre la memoria, el olvidar, y la conmemoración de traumas sociales, nos hace recordar que la diosa griega de la memoria Mnemosina, era la madre de todas las musas, y los cantos que había inspirado tenían un propósito gemelo: conmemorar las glorias pasadas mientras que al mismo tiempo le permitía a los escuchas olvidarse de si mismos.

 

Una de las ficciones más famosas de Borges, “Funes, el Memorioso,” describe el caso de Ireneo Funes, un joven gaucho uruguayo, quien luego de una herida en la cabeza, se encuentra condenado con la imposibilidad de olvidar. Luego de su accidente , los recuerdos más vagos brillan con claridad y nitidez; solo en su dormitorio en casa de su madre, se empapa de Inglés, Portugués, Latín y Francés hojeando diccionarios. Un archivo mental interminable de imágenes accesible instantáneamente, cada configuración de nubes que ha visto alguna vez puede ser comparado con la guarda de cada libro que alguna vez ha abierto. Pero esta memoria prodigiosa resulta ser una obstrucción al pensamiento. “Pensar es olvidar una diferencia, generalizar, abstraer,” escribió Borges. Funes mismo le admite al narrador, “Mi memoria, señor, es como un montón de basura.” Al final del relato, Funes de una sobrecarga de fluidos, o “congestion pulmonar”.

 

Hipermnesia  como la de Funes, si bien es muy escasa, sin embargo existe— hay una reducida, si bien fascinante, literatura que explora las peculiaridades de esas personas.

Como médico de familia, estoy mucho más familiarizado con lo opuesto: gente que ha perdido su memoria por demencia. Mi trabajo consiste en atender su salud física y mental de la mejor manera posible, como también apoyar a  sus cuidadores y su pareja. En mi consulta regularmente me encuentro con personas preocupadas acerca de un deterioro de su memoria; a ellos les hago un breve chequeo físico, llenan un  cuestionario (equivocadamente llamado “Mini examen de estado mental”), una serie exámenes sanguíneos en búsqueda de causas fácilmente identificables y reversibles de confusión y les pido un CAT cerebral. Jamás hago un diagnóstico formal de demencia luego de un primer encuentro. Se trata tanto de observación en el tiempo como pérdida objetiva de memoria, además que los cuestionarios y testeos cognitivos con frecuencia dan resultados inconsistentes, incluso en días sucesivos.

 

Estas conversaciones les son  incluso más familiares a Small, quien se especializa en demencia y dirige un laboratorio en Columbia University dedicado a la investigación en Alzheimer. Forgetting es un resumen accesible de los hallazgos de su laboratorio, y una petición a la comunidad científica a que elabore sobre la percepción de Borges— que para vivir, es necesario olvidar. Small se describe si mismo como parte de la tradición de “biología anatómica”— la creencia que cada elemento de nuestra experiencia mental puede ser localizada en una estructura cerebral específica— a pesar de que concede de que su visión es  un tanto extrema. Este enfoque ha generado una plétora de comprensión acerca de lo que llama “el eje  y los rayos” de la memoria en el cerebro humano, pero ha resultado   ser menos útil para entender la neurodiversidad o la enfermedad mental.

 

Las neuronas tienen salidas llamadas axones, y entradas llamadas dendritas, los recuerdos recientes parecen estar alojados dentro de las conexiones de  protuberancias  diminutas o “espinas” en las dendritas de una parte del cerebro llamada el hipocampo. Estas  espinas se contraen durante el sueño – el cerebro durmiendo  aparentemente selecciona cuales recuerdos serán depositados para almacenamiento de largo plazo y cuales dejar en el olvido. Como lo dijera el laureado Nobel Francis Crick, “Soñamos para olvidar.” Sin este olvidar alimentado por el sueño, nuestros cerebros se sobrecargan y nuestros sentidos se distorsionan.

 

Una disminución en la función del corazón lleva a un insuficiencia  cardíaca; de los pulmones a una falla respiratoria. La demencia podría considerarse como un tipo de insuficiencia cerebral. Por lo tanto no es un diagnóstico por sí mismo, sino que una constelación síntomas con causas diversas. Hay varias causas de  demencia, tales como una irrigación sanguínea disminuida (demencia vascular), depósitos de proteínas (Alzheimer), pérdida de dopamina (Parkinson), y etcétera. Una de las razones por lo cual siempre solicito un examen de scanner CAT del cerebro de alguien con pérdida de memoria es porque espero encontrar una causa reversible tal como un tumor o un hematoma.

 

En sus etapas más tempranas, la demencia frecuentemente es indistinguible del envejecimiento normal en que el cerebro más viejo podrá comenzar a mostrar señales de  deterioro cognitivo. Ni la demencia ni el envejecimiento cognitivo es actualmente reversible, aunque se puede enlentecer mediante la dieta, el ejercicio y manteniendo la mente ágil con actividad social e intelectual. Los medicamentos que enlentecen la demencia no son especialmente efectivos, e incluso los nuevos tratamientos con anticuerpos monoclonales muestran un efecto muy reducido. Small está ansioso de que los especialistas como él sean honestos acerca del pronóstico del tratamiento. “A medida que la  expectativa de vida se expande por el mundo, el envejecimiento cognitivo está emergiendo como una epidemia mundial”, escribe. “Las intervenciones sobre los estilos de vida, si es que se pueden encontrar, son mejores que los medicamentos al asegurar un acceso igualitario a todos”.

 

Forgetting se focaliza en la enfermedad de Alzheimer: un proceso cerebral patológico en que hay acumulación de “placas de amiloide” entre las células cerebrales y “enredos neurofibrilares” entre ellas— en el  microscopio las primeras se ven como brotes de líquenes y las segundas como garabatos oscuros.  Su causa no se identificada y los tratamientos están en su infancia, a pesar de que se conoce es una condición distinta del envejecimiento cognitivo, no una aceleración de un proceso natural. Hasta hace poco el diagnóstico no se podía hacer en forma definitiva sin una biopsia o autopsia, sin embargo Small escribe de nuevas técnicas pueden detectar evidencia de placas de amiloide y garabatos oscuros en líquido céfalo raquídeo, abriendo la posibilidad un diagnóstico por medio de una punción lumbar.

 

La memoria jamás es como una trampa metálica, escribe Small: “Es flexible, cambiante de forma, y fragmentada” — incluso para aquellos con excelente memoria. Muestra como el olvidar es un proceso tan activo como el recordar, con su propia firma molecular, y llega tan lejos como para señalarlo como un don cognitivo. Trabaja en conjunto con la memoria para darle significado al caos de impresiones sensoriales con las que bombardeamos nuestros cerebros todos los días. El olvidar también nos ayuda con la flexibilidad—encontrando soluciones nuevas a situaciones inesperadas. Incluso las redes de aprendizaje de máquina  (machine learning networks) funcionan mejor cuando se les permite olvidar.

 

Al ensayar distintos algoritmos computacionales, los científicos han aprendido que el agregar más memoria— equivalente a agregar mas espinas dendríticas— no va a mejorar el reconocimiento de patrones de rostros ni de ninguna otra cosa. En su lugar el modo más efectivo de crear artificialmente flexibilidad computacional humana es forzar al algoritmo que tenga más olvido. En ciencia computacional a éste tipo de olvido  se le suela llamar dropout, lo que significa que un nivel determinado es forzado a reducir el número de sinapsis artificiales destinados a procesar rasgos faciales—el equivalente digital de nuestro propio olvidar normal.

 

Las redes programadas solamente para recordar son buenas para el detalle fino pero terminan siendo demasiado rígidas para el dinamismo del mundo real. Al intensificar su capacidad de olvidar, las redes de reconocimiento facial captan la “clave” del rostro en lugar de todos los detalles, permitiéndoles identificar la esencia de los rasgos de alguien sin considerar la expresión o la iluminación.

 

Forgetting, toma elementos de las investigaciones de Small y de su experiencia clínica como neurólogo, pero entra en discusiones sobre otros aspectos de la pérdida de memoria, mediante conversaciones con una serie de mentores. Nos encontramos con el psicólogo y economista Daniel Kahneman para explorar como el olvido puede ayudar a la habilidad diagnóstica de  un médico; con el neurobiólogo Eric Kandel, con quien Small hizo su tesis de doctorado; y con Oliver Sacks y Jasper Johns con quien se dispuso a evaluar el trabajo tardío de Willem da Koonig que fue pintado mientras padecía de la enfermedad de Alzheimer.

 

Una de las excursiones más fascinantes es con Yuval Neria, profesor adjunto de psiquiatría en la Universidad de Columbia y veterano decorado de la guerra de Yom Kippur. Neria es experto en memoria y (DSPT) desorden de estrés post traumático, y los dos pronto se pusieron a discutir sobre la experiencia militar de Small como soldado israelí enviado al sur de el Líbano el 6 de junio de 1982. A su unidad se le encomendó tomar el Castillo Beaufort, una fortaleza medieval rodeada por trincheras y entonces  en poder de los Sirios. “La guerra de trincheras, con su línea de fuego a corta distancia y granadas cayendo encima, es típicamente una de las formas más cruentas de batalla” escribe Small “ y esa noche en el castillo no fue diferente, de hecho tan sangrienta que me niego, y  lo he hecho hasta ahora, relatar detalles de esa carnicería”. Neria había querido saber cuantos de esos soldados de esa operación habían desarrollado posteriormente un DSPT. Luego de preguntar a varios otros combatiente; inesperadamente  resultó que ninguno.

 

De muchas maneras el DSPT es un desorden de excesiva memoria, en que experiencias que quisiéramos olvidar retornan apareciéndose cargadas de emoción. Neria y Small comenzaron a explorar porqué su unidad  se había librado del DSPT.

Luego de la conquista del Castillo, los hombres fueron mandado de vuelta a un pequeño enclave británico en el norte de Israel. Ahí comenzaron a tomar whisky y vodka, a fumar marihuana y a representar una serie de skits para su propio deleite. Descontentos con Reagan por su  facilitación de la guerra, y lo “demasiado acogedora” postura de Washington con Israel, los actores hacían gestos lujuriosos mientras estaban envueltos en una bandera israelí y representaron una parodia del funeral de Israel y los EU.

 

Al escuchar mi propia voz a medida que voy contando los detallas, me impactó como la sátira ahora aparecía más absurda que satírica. Pero para Yuval, lo importante es que habíamos agregado el humor, fuera este  sofisticado o inmaduro. Explicó como la sátira funcionaba probablemente más como terapia de exposición: a medida que representábamos elementos emocionales de nuestros recuerdos una y otra vez, los empapábamos de humor, blanqueando así su tinte sanguinolento.

 

Uno de los mayores factores de riesgo para el desarrollo del TSPT es encontrarse uno mismo aislado luego del trauma, sin poder procesar la experiencia y sin un ambiente social protector. Small escribe que él y sus compañeros soldadas estuvieron en un ambiente de “amor de hermanos” y pudieron representar sus sentimientos conflictivos acerca de la matanza a la que había sido empujados a perpetrar. Small teoriza que incluso el alcohol y la cannabis que consumieron pudieron haber ayudado. Anestesiando sus cerebros en un momento que de otra manera habrían estado consolidando recuerdos penosos. Aún así, es un convencido que fueron la camaradería  y la fraternidad de un unidad, que lo salvó.

 

Como un Israelí no dorado que no puede zafarse de algunas de sus tendencias, como neurólogo que ha sido indoctrinado a tratar farmacológicamente, y como neurobiólogo que trata de reducir muchas cosas, —a veces en forma absurda— a moléculas, ahora puedo aprecia una manera más sencilla y elegante de incrementar nuestras capacidades innatas de olvidar emocionalmente: socializar, vivir la vida con alegría, y siempre, pero siempre vivir una vida reluciendo con el fulgor paliativo del amor.

 

De los traumas personales a los traumas nacionales

 

Más adelante en el libro Small se va de los traumas personales a traumas nacionales, y siguiendo sus experiencias en el Líbano y explora como los traumas nacionales podrían ser honrados y recordados, sin un daño emocional colateral. Estaba en su hospital en Washington Heights cuando comenzaron las noticias de los ataques terroristas del 11 Sept 2001. Había una creciente sensación de furia y exigencia de venganza. “Un beneficio de haber crecido en el Medio Oriente  agobiado  por guerras es que puede sensibilizarte ante  las trampas del nacionalismo,” escribe. “La mayoría de las personas en esa sala no estaban familiarizados con la matanza ocasionada por los terroristas extranjeros, y en este caso su patria y su ciudad, de modo que ésta reacción era comprensible.” A medida que la noticia del ataque llegaba, “una xenofobia  enfurecida … en contra de todos los ‘Árabes,’ en contra de toda una población entera” se esparció, incluso entre colegas que consideraba liberales y tolerantes, a pesar de que luego de unos días, “prevalecieron mentes más frías.” La explicación de Small sobre ese proceso de enfriamiento es fascinante: le da crédito a la actividades comunales tales como vigilias a la luz de velas en las esquinas de Manhattan y encuentros “en galerías improvisadas por los muertos y desaparecidos en el centro,” y los New Yorkinos “observando cientos de rostros multiculturales y silenciosamente articulando sus nombres.”

 

Así como las redes funcionan mucho mejor si se les permite la latitud de olvidar, la creatividad se facilita cuando las asociaciones entre conceptos se mantienen “relajadas y juguetonas,” Lewis Hyde ha escrito libros sobre poesía y economías de obsequios, sobre embaucadores en la historia y la cultura. A Primer for Forgetting toma la forma de cuatro cuadernos de notas (titulados “Mito,” “Si mismo o yo,” “Nación,” y “Creación”)  y es explícito en su adherencia a un estilo libre lúdico, repleto de erudición amistosa—su acostumbrado estilo sincopado, contraintuitivo, despabilado y abigarrado. “Qué alivio hacer un libro cuyas asociaciones libres están felizmente en primer plano,” escribe en su introducción, “un libro que no discute su punto de partida, sino que sencillamente bosqueja el territorio que he estado explorando, un libro que espero provoque en el lector sus propias asociaciones libres.” Así como Small explora como recuerdos demasiado vívidos pueden sembrar las semillas del TSPT, Hyde explora como comunidades que ‘sobre’ conmemoran traumas del pasado experimentan el equivalente social del síndrome.

 

La palabra “amnistía” que viene de la misma raíz que “amnesia” es una forma legalizada de olvidar inventada en alrededor de 400 años AC en Atenas para ayudar a una sociedad recuperarse luego de una guerra civil. Mi ciudad natal en Escocia estableció una ley parecida en 1560 tras años de un conflicto sectario civil: el Tratado de Edimburgo estableció que “Todas la cosas hechas en contra de la ley serán dadas de baja y se dictará una ley de olvido”. El tratado de Westfalia (1648) insistía que para asegurar la paz luego de  la Guerra de los Treinta Años, recuerdos de algunas atrocidades “serán enterradas en Olvido eterno”. Hyde explora la “amnistía amnésica” que  siguió a la muerte de Franco en España y el pacto del olvido informal que le permitió a una sociedad traumatizada posponer el abordar las brutalidades de ese régimen—incluso descartándolas (por un tiempo) como producto de locura colectiva.

 

La ley española permite la inmunidad ante la ley en casos de enfermedad mental, de modo que este tercer modo de encuadrar el conflicto fue muy popular durante la transición   con su “pacto de olvidar” y su amnistía amnésica. “Toda España perdió la cabeza,” decían los periódicos. “Tenemos que tomar en cuenta la locura colectiva”.

 

Hyde propone una distinción anidada dentro de la palabra “olvidar” que yo jamás había encontrado: entre un verdadero “olvidar” y la insistencia oficialmente aprobada por el estado de que las víctimas de  ambas partes “se olviden acerca de” su búsqueda de reparaciones— al menos temporalmente. El sugiere que toma décadas para que una sociedad tome suficiente distancia del trauma como para evaluarlo adecuadamente, para ser capaz de traer a ella el tipo de humildad y perdón requerido para una reconciliación. En Postwar (2005) Tony Judt sostiene que la rápida adopción de tal deseada amnesia colectiva facilitó la asombrosa recuperación luego de la IIª Guerra Mundial, y Hyde relata como Slobodan Miloseviç se dispuso específicamente a contrarrestar el tipo de amnesia que había sido promovida bajo el comunismo avivando con sus discursos las llamas de agravio seis siglos luego de la derrota de los Serbios por Turquía Otomana. Cita a la activista Irlandesa Edna Longley sobre la perniciosa obsesión Irlandesa de conmemorar antiguas heridas: “Deberíamos erigirle una estatua a Amnesia y olvidar adonde la colocamos.” El bunker de Hitler en Berlín está ahora enterrado bajo en estacionamiento anónimo— mucho mejor, piensa Hyde, que honrarlo con un monumento y una placa.

 

Vamik Volkan es un psiquiatra que ha trabajado con “grupos étnicos rivales opuestos, étnicos, religiosos, o grupos nacionales—Árabes e Israelíes, Serbios y Bosnios, Turcos y Griegos, Estonios y Rusos.” Su libro Bloodlines: From Ethnic Pride to Ethnic Terrorism 1997 (Líneas de Sangre: Del orgullo Étnico  al Terrorismo Étnico) propone que las personas podrían  identificar un  “trauma escogido,” que Hyde desempaqueta como “una calamidad ancestral informadora de identidad cuyo recuerdo mezcla la historia actual con sentimientos apasionados de agravio y esperanza fantaseada”. Las comunidades que escogen tales traumas se encadenan a si mismas en conflictos interminables, ya que cada generación es llamada por los mayores a que “jamás olviden”. De esta manera Hyde implica que Israel está en peligro de echarse encima con el equivalente social de tipo de TSPT del que escapó Small.

 

Como  un antídoto a tal recordar deseado, cita a la sobreviviente del holocausto Ruth Kluger: “Pienso en la redención como muy relacionada con el paso del tiempo. Hablamos de las virtudes de la memoria, pero la capacidad de olvidar tiene su propia virtud”. Para Kluger, los monumentos recordatorios del holocausto corren el riesgo de convertirse en parte de un “culto”  que le impone a los niños una rígida visión de la historia generadora de conflictos. “Una masacre recordada puede servir como una medida disuasiva, pero también como un modelo para la siguiente masacre” escribió. “No podemos imponer los contenidos de nuestras mentes a nuestros nietos”. Leyendo sus palabras recordé la lectura de un poeta Palestino que escuché en Haifa y que le decía a sus mayores y a su propia generación, que no olvidaran pero que se olvidaran acerca de Nakba, en el sentido de derrotar el apartheid que gobernaba las  vidas  de todos aquellos que vivían entre el Mediterráneo y el Jordán— una tierra de hecho gobernada por una sola potencia.

 

Para Hyde, el trauma fundacional de los EEUU es la exterminación casi total de los Americanos Nativos, seguida muy cerca por el legado reverberante de la esclavitud. Una extensa sección del libro está dedicada a la masacre de gente Cheyenne y Arapaho en Sand Creek y liderada por John Chivington y su caballería en el Territorio Colorado en 1864, y el asesinato de Charles Moore y Henry Dee en Mississippi por miembros del clan KluKlux en 1964. Su foco está en como estas atrocidades pueden ser conmemoradas sin cargar a las familias y sus descendientes con un legado tóxico de furia, e incluye algunas de las preguntas de Volkan mientras que al mismo tiempo da ejemplos de reconciliación exitosa.

 

  • ¿Cómo se pueden inactivar los símbolos de traumas escogidos de modo que ya no inflamen?
  • Como pueden los miembros de un grupo lamentar la muerte “adaptativamente” de modo que sus pérdidas ya no hagan surgir la rabia, la humillación y los deseos de venganza?
  • ¿Cómo una preocupación por diferencias menores entre vecinos pueden tornarse lúdicas?
  • ¿Cómo pueden aceptarse diferencias mayores sin que sean contaminadas por racismo?

 

Requiere coraje estar de pie ante aquellos que insisten en la conmemoración de heridas muy antiguas. En la búsqueda de ejemplos de quienes han tenido éxito, Hyde cita a la activista Diné (Navajo) Pat McCabe/Mujer Brillando de Pie, quien ha escrito su propia petición a sus ancestros asesinados en un posteo  de Facebook:

 

Les dije que los amaría siempre y para siempre, pero que de alguna manera tendríamos que olvidar, o aflojar, toda la violencia que había llegado antes de ahora, o seríamos nosotros los que completaríamos la tarea del genocidio que el gobierno de EU había comenzado. Les rogué a ellos, nuestros ancestros, que nos dejaran ir libres. Les dije que tendrían que encontrar su camino hacia el hogar en el Mundo del Espíritu.

Luego recé con todo mi espíritu y mi corazón, y le pedí al Creador que abriera la verja para que ellos viajaran y nos dejaran a nosotros en paz, y para que ellos encontraran más paz más allá de la verja, y que cada uno de nosotros por el camino correcto una vez más, cada uno en su propio mundo yo en esta Caminata Terrestre y ellos, verdaderos ancestros en el mundo del espíritu.

Mark Twain escribió  que la Guerra Civil Americana “en gran medida” podría ser culpa de las novelas de Sir Walter Scott abotagadas como están “con tonterías y vacío,  falsa grandiosidad,  falsas ordinarieces,  y falsas caballerosidades de una sociedad largamente desaparecida, descerebrada y ordinaria”. Si lo dramático y el teatro de novelas pueden conducir a una sociedad a la guerra, Hyde se pregunta si un drama y un teatro más auténtico podría ser enjaezado  para un nuevo tipo de conmemoración— una  que podría talvez disminuir el agravio y promover la paz.

 

Luego de su agudo relato  de décadas en la búsqueda de Tomas Moore  por justicia luego del asesinato de su hermano Charles, Hyde imagina un pabellón en la ribera éste del Mississippi “dedicado a los miembros de los Americanos Africanos asesinados a lo largo de los siglos de apartheid Americano”. Sus paredes estarían grabadas con los nombres y testimoniales de todos aquellos cuyas circunstancias de muerte fueron registradas. A cualquier persona visitando ese pabellón se le asignaría el nombre y la historia de una víctima, además de las circunstancias de vida y muerte de esa persona:

Desde el centro del pabellón, una escalera en espiral bajaría a un nivel inferior al río. Los nombres de los muchos miles de muertos estarían inscritos en la paredes del hueco descendiente, y los visitantes pasarían sus manos por encima de estos nombres de modo que esos nombres al cabo de tres o cuatro siglos, habrán desaparecido.

 

Eventualmente el olvido nos llega a todos, y tres o  cuatro siglos a Hyde le parecen un tiempo adecuado para mantener los nombres y las historias de estas atrocidades. Para muchos, eso será demasiado breve, pero ambos libros sobresalen en recordarnos que la capacidad de olvidar no sólo es deseable, sino que es necesaria.  Personas que han sufrido de amnesia transitoria con frecuencia miran hacia atrás refiriéndose a su época de olvido como un especie de tiempo dorado y sienten nostalgia por la libertad y liviandad con la que vivieron un tiempo, sin estar sobrecargados por las responsabilidades de recordar.

 

Entreveradas entre las rumiaciones curiosas, impresionistas, ricas y provocativas de Hyde sobre el olvidar, hay un recuerdo de la demencia progresiva de su madre. Hacia el final, incluso se torno incapaz de recordar su nombre. Reconocí de mis propios pacientes  la descripción de su alegría al reconocer que aún  podían doblar la ropa para la comunidad de su hogar de retiro, algo satisfactorio y que valía la pena  y que contribuía a la comunidad en que vivía. Muchos de mis pacientes le tienen pavor a la demencia, temiendo que sus olvidos les robarán su humanidad. Pero como Small le recuerda a sus lectores, el sufrimiento ocasionado por el Alzheimer a veces es peor para los miembro de la familia que para el propio paciente. Al igual que Small, intento encontrar caminos para recordarle a mis pacientes que una disminución de la memoria no involucra una disminución de la humanidad.

 

Pareciera que no nos percatamos de que muchas de nuestra habilidades cognitivas no son críticas para nuestro ser—nuestros rasgos nucleares de personalidad, nuestra capacidad de socializar con familia y  amigos, nuestra capacidad de reír y amar, y ser conmocionado por la belleza.

 

El mito Griego de Hades, imaginaba a las almas de los muertos bebiendo de las aguas de Lethe para olvidar: el nombre del río está relacionado con la palabra Letho—“Estoy oculto”. El olvido es el permiso para que cosas específicas se escondan, permanezcan ocultas bajo la inevitable acumulación de nuevos recuerdos y acontecimientos creados por el incesante dinamismo, florecimiento y revoltura del mundo. Todos loas actos tienen consecuencias que cambian al mundo de alguna manera, por muy modestos que sean, y esas acciones van a seguir cambiando al mundo  de alguna manera, por milenios luego que nos hayamos ido. Pero recordar los detalles de cada acción es una invitación a la locura, a paralizar nuestros cerebros y nuestras comunidades con recuerdos.

 

El Funes de Borges tenía apenas diecinueve años cuando perdió la capacidad de olvidar, y vivió solamente dos años más. Su mundo se tornó “casi insoportable por lo intenso y brillante”; la realidad y la acumulación de recuerdos será como una presión tórrida infatigable que lo empujaba hacia abajo. Parecería que Borges se hubiera anticipado a los descubrimientos de la neurociencia en que el sueño, con su podar los recuerdos, era para un mnemorista como Funes casi imposible. El único modo en que podía descansar era darse vuelta en la dirección de las casas nuevas, cuyo interior jamás había visto, e imaginarlas “negras, compactas, hechas de una sola oscuridad.” Luego se imaginaría a si mismo tendido en el lecho de un río, “mecido y aniquilado por la corriente” y esperar por la paz.

 

Por Gavin Francis

 

Versión original en The New York Review

Traducción del psiquiatra Francisco Hunneus

Comenta: –ForgettingThe Benefits of Not Remembering de Scott A. Small  y A Primer for Forgetting: Getting Past the Past de Lewis Hyde

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