El viernes pasado se implementó el control de identidad ideado por la Municipalidad de Santiago en el Instituto Nacional. Como era de esperar, y como se dijo incansablemente, no dio resultado y se formó una gran batahola al interior del recinto educacional. Una vez más, apareció un grupo de encapuchados inexpertos con las bombas molotov, haciendo desmanes e intentando mostrar un descontento politizado que no se veía por ningún lado. Al contrario de lo que querían demostrar, parecían ser los empleados más correctos de la lógica sistema que decían combatir.
Los matinales transmitieron esto en vivo. Mientras estos sujetos levantaban lienzos que decían combatir lo que ellos mismos estaban haciendo, los enfoques de las cámaras mañaneras iban acompañados de comentarios consternados de panelistas y animadores. Era “atroz”, “espantoso”, pero nadie entendía por qué estaban haciendo eso a vista y paciencia de todos, sin que se interviniera. Nadie comprendía por qué no se desarticulaba a ese grupo pequeño de jóvenes que jugaban a una rebeldía que no se veía por ningún lado.
Para saberlo, los canales se contactaron con el alcalde Felipe Alessandri. Él, con el tono convenientemente alarmado, daba a entender que esto se había salido de control, cuando las imágenes nos decían que se podía solucionar con un mínimo trabajo policial desprovisto de shows y frases para la galería. Sin embargo, al edil no le interesaba bajar el volumen con el que estaba hablando. Hacerlo habría sido ir en contra del discurso escandalizado de un gobierno que busca desautorizar lo público gracias a las acciones de unos pocos. Y también habría dejado en evidencia lo evidente: no se quiere terminar con los encapuchados mientras sean funcionales a un relato.
Sí, porque más allá de las vulgares interpretaciones “conspiranoicas”, hay que detenerse en los hechos y en las acciones y omisiones de la policía. ¿Son estos tipos con cara cubierta una real amenaza para Carabineros? ¿Se los puede desarticular sin caer en el antojadizo show mediático y represivo que se desata al entrar a las aulas, como si se estuviera en una guerra desigual que requiere de uniformados armados hasta los dientes? Son buenas preguntas que no se quieren contestar. Hacerlo sería ir en otra dirección de un clima que da más réditos; sería menospreciar la “mano dura” que algunos quieren mostrar para parecer más fuertes en contra de un enemigo que no es el que se dice que es. Porque quienes no se quieren identificar no están llevando a cabo ante nuestros ojos acciones de violencia política, sino todo lo contrario. Son el resultado de la falta de política, de la carencia de sujetos politizados. De la inutilidad de una autoridad que no quiere tomar ninguna medida realmente consistente, sino solo, al igual que La Moneda, desplegar un efectismo que pueda dar resultados inmediatos.
¿Qué hacer al respecto? Pareciera que lo más conveniente es sacar en las próximas elecciones municipales a Alessandri de la alcaldía. No hay otra solución en el problema de este recinto público. ¿Por qué? Porque no hay voluntad de hacer algo diferente de lo que se ha estado haciendo en este tiempo. No hay ganas de hacer un mea culpa respecto al trabajo en ese lugar, ya que al hacerlo se podría renunciar a un vicio ideológico bastante evidente, y sería dejar de lado una visión de lo público. Es como que se les pidiera a los integrantes de la derecha que dejaran de ser ellos, cuestión que nunca harán, ya que están convencidos de que no tienen ideas, sino que solo son los defensores de “lo que hay que hacer”. Por lo que no hay, para ellos, nada malo en sus conductas.