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miércoles, 28 de agosto de 2019

OPINIÓN


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El obispo Piñera y la larga lista de los familiares del poder

por  28 agosto, 2019
El obispo Piñera y la larga lista de los familiares del poder

Sorprendentes sonaron las palabras con que Sebastián Piñera defendió a su tío Bernardino, el obispo más longevo del mundo, al afirmar que “me cuesta creer una denuncia que se hace más de 50 años después de ocurridos los eventuales hechos”. Sorprendentes, porque nuestro presidente borraba con el codo lo que había anunciado al firmar con bombos y platillos, junto a un lienzo que proclamaba “EL TIEMPO NO ES EXCUSA”, la ley que declara imprescriptibles los delitos sexuales contra menores, tornándolos punibles sin límite de tiempo. Sorprendentes, porque la denuncia de una víctima que acusa al obispo Piñera de un antiguo abuso sexual se suma a más de 160 denuncias similares contra sacerdotes católicos de Chile, tanto vivos como muertos, que han resultado veraces. ¿Hablaba Sebastián Piñera como sobrino del obispo? ¿Como Presidente de los chilenos y chilenas, incluidas las víctimas del abuso sacerdotal?
La relación de un gobernante con sus parientes está cargada de sospecha. El propio Piñera pudo comprobarlo cuando quiso enviar a su hermano Pablo de embajador a Buenos Aires, intento frustrado por la acusación de “nepotismo” que inundó las redes, los matinales, las portadas de los medios. Las cosas se complican cuando se trata de los hijos, y si no, recuérdese el viaje a China de Cristóbal y Sebastián Piñera Morel, jóvenes emprendedores que tuvieron acceso privilegiado a ciertas reuniones relacionadas con sus intereses.
En Francia, el presidente François Mitterrand tuvo la mala idea de nombrar a su hijo Jean-Christophe, antiguo corresponsal de prensa en África, como consejero de su gobierno para las relaciones con ese continente. En el ejercicio de su cargo, Jean-Christophe se vio envuelto en el angolagate, un escándalo de coimas y comisiones por la venta de armas a Angola, que le costó una condena a dos años de pena remitida. Preguntado acerca del asunto, Mitterrand se negó a defenderlo y zafó con una respuesta que quedará en los anales de la historia: “El Presidente de Francia no tiene hijos”.
El que aceptó de mala gana que tenía un hijo fue Stalin, cuando su primogénito, Jakov, teniente del Ejército Rojo, fue apresado por los alemanes en la batalla de Smolensk. Al enterarse, Hitler quiso canjearlo por el mariscal Von Paulus, prisionero en la Unión Soviética. En realidad, Hitler deseaba recuperar a su mariscal no para rendirle honores, sino para ejecutarlo como traidor por haberse rendido en la batalla de Stalingrado. En forma simétrica, los soldados soviéticos apresados por el enemigo, como Jakov, eran considerados cobardes y recibidos a su regreso como traidores. A la petición de Hitler, Stalin respondió con la frase famosa: “Yo no entrego un mariscal a cambio de un teniente”. Jakov murió ametrallado por los guardias alemanes contra la reja de un campo de concentración. Von Paulus, una vez liberado, prefirió quedarse en la Unión Soviética y luego en la República Democrática Alemana, la Alemania comunista.
La otra cara de la medalla de las relaciones familiares con el poder figura en la lista siniestra de los hijos parricidas y matricidas que apuraron la muerte de un rey, una reina, un emperador o una emperatriz, y de los príncipes fratricidas, como el bíblico Abimelec, rey de Israel, que ultimó a sus hermanos para hacerse con el bastón de mando. Hace algunos años, el príncipe Dipendra de Nepal ultimó con un fusil automático a trece miembros de su familia, incluidos su padre y su madre. Como heredero del trono, el masacrador Dipendra fue proclamado rey mientras se hallaba en estado de coma tras haberse disparado a sí mismo en la cabeza. Su reinado duró tres días, durante los cuales siempre estuvo inconsciente, hasta que murió de sus heridas.
Existe también la lista espeluznante de los monarcas filicidas, que atentan contra sus propios hijos, ilustrada por el famoso lienzo de Ilia Repin que pinta a un zar Iván el Terrible de rostro desencajado con su hijo Iván Ivánovich, al que acaba de matar de un bastonazo, sangrando en sus brazos. Un siglo y medio más tarde, el zar Pedro el Grande, el modernizador de Rusia, hará torturar hasta la muerte a su hijo Alexéi Petróvich, acusándolo de conspirar para arrebatarle el trono.
Mención especial merece Irene, emperatriz de Bizancio –Santa Irene para la Iglesia Ortodoxa– que en la Cámara Pórfida, la sala escarlata en que lo había traído al mundo 26 años antes, hizo cegar a su hijo Constantino VI mediante el método bizantino de la “enucleación”, que consistía en vaciar los globos oculares del condenado.
Regresando al nepotismo chileno, volamos a la segunda presidencia del general Carlos Ibáñez del Campo, elegido en 1952 por abrumadora mayoría bajo el lema “Ibáñez al poder, la escoba a barrer”. Se trataba de barrer con la supuesta corrupción de los gobiernos del Partido Radical, pero bajo la presidencia de Ibáñez la corrupción y el nepotismo cobraron nuevo brío. No fueron sus parientes consanguíneos, sino los de su esposa, Graciela Letelier, quienes manejaron las palancas de la Superintendencia de Abastecimiento y Precios, las “primas” del comercio exterior y otros mecanismos a favor de empresarios que premiaban debidamente sus servicios. Al terminar su mandato, la riqueza de sus cuñados de había multiplicado y la popularidad de Ibáñez estaba por los suelos.
Pero el récord chileno de la sinvergüenzura y el nepotismo lo batirá el “liberador” Augusto Pinochet, comenzando por el regalo de la estatal Soquimich, la minera del salitre, a su yerno Julio Ponce Leroux. A ello se suman la entrega a Cema Chile, fundación dirigida hasta el año pasado por Lucía Hiriart, de 250 propiedades fiscales, además de una serie de operaciones turbias en pesos chilenos y en dólares que han valido a la viuda de Pinochet un juicio por malversación de fondos y enriquecimiento indebido.
El caso más famoso en que el nepotismo le dobló la mano al Estado fue el de los “pinocheques”, durante la transición democrática en que Pinochet seguía apernado en la comandancia en jefe del Ejército. El oficial en retiro Augusto Pinochet Hiriart, hijo del dictador, reconvertido en empresario, se vio envuelto en un escándalo de negociados, cuentas en el extranjero y una quiebra sospechosa, de la que fue salvado por su padre que a nombre del Ejército le compró la empresa en bancarrota con tres cheques por un valor de tres millones de dólares: los “pinocheques”… Cuando el Consejo de Defensa del Estado, los tribunales y la prensa destaparon el fraude, Pinochet respondió con un acuartelamiento de tropas y luego con el famoso “boinazo” de soldados en tenida de combate y con un “picnic” militar. Ante las presiones, el presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle dispuso el cierre definitivo de la causa judicial que estaba a punto de ser fallada por la Corte Suprema. El invicto Ejército de Chile había ganado una nueva batalla. Más tarde aparecerán las cuentas secretas abiertas por el dictador con pintorescos seudónimos por 21 millones de dólares mal habidos en el Banco Riggs de Washington.
Para cerrar esta columna no puede faltar el caso Caval. Primera Presidenta mujer y sin pareja, Michelle Bachelet nombró a su hijo Sebastián Dávalos en el puesto que ocupaba tradicionalmente en La Moneda la “Primera Dama”. Las controversias en torno a los negocios de su hijo y su nuera dañaron profundamente su gobierno, pero la presidenta mantuvo discreto silencio y nunca condenó públicamente a Sebastián ni renegó de él, dejando que la justicia hiciera y siga haciendo su trabajo. A diferencia de Mitterrand, la Presidenta de Chile sí tenía un hijo. Lo sucedido no opacó su prestigio internacional.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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