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jueves, 31 de octubre de 2019

Opinión


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La nunca concretada renovación de la derecha chilena y una oportunidad histórica

por  31 octubre, 2019
La nunca concretada renovación de la derecha chilena y una oportunidad histórica

Corren tiempos difíciles para el sistema político chileno, pero más aún para la derecha política. Si bien el desprestigio de lo que los medios insisten en llamar "clase política" es más o menos transversal, ha golpeado con mayor dureza a los partidos de gobierno. Todo ello por una razón nada difícil de discernir: las demandas que una inmensa mayoría social ha levantado corren en la dirección opuesta a lo que la derecha ha defendido desde el final de la dictadura: nueva constitución, desmercantilización de derechos sociales, y rol activo del Estado en reducir los escandalosos niveles de desigualdad. Acorralada, conspiranoica y desorientada ante la protesta social, se multiplican al interior de la derecha, sus medios e intelectuales, espacios para la reacción violenta, mientras las voces autocríticas parecen perderse entre tanto palo de ciego.
La derecha actual nació en la segunda mitad de la dictadura militar, una vez que empezó a regir la Constitución de 1980. Por lo mismo, sus prácticas y principios políticos se distanciaron en muchos aspectos de la derecha conservadora-liberal que emergió en los años 1930s (bajo el diseño institucional de la Constitución de 1925), que sufriría cambios importantes en la segunda mitad de los 1960s con la unificación de nacionalistas, conservadores y liberales en el Partido Nacional. A diferencia de esa derecha, la nueva derecha nacida en dictadura nació comprometida con el modelo económico e institucional de la Constitución de 1980. Durante los años de la transición, parte importante de sus energías estuvo enfocada en defender el "modelo" (por entonces se le llamaba comúnmente la "obra"), tarea que tuvo la ayuda decisiva de los mecanismos y cerrojos dispuestos en esa misma Constitución. Así, entre otras cosas, el sistema binominal le aseguró una sobrerrepresentación más que suficiente para neutralizar todo cambio estructural, a la vez que podían avanzar poco a poco en la profundización de la mercantilización de la vida social hoy sumido en una profunda crisis. Al mismo tiempo, sus esfuerzos por construir bases políticas clientelares incluyeron también el ámbito del municipio, que en el diseño subsidiario de la dictadura alcanzó un importante protagonismo. El acomodamiento progresivo de los gobiernos de la Concertación a ese "modelo" facilitó aún más todo esto.
En lo fundamental, la derecha no ha modificado su rol en el sistema político. Con pocas variaciones en su discurso ideológico, su misión sigue estando centrada en la defensa del orden económico e institucional sancionado en la Constitución de 1980. En ese sentido, la derecha no ha sufrido una "renovación" como la que experimentó buena parte de la izquierda marxista chilena en los años 1980s, que los llevó a una profunda redefinición de sus principios ideológicos. Si bien es cierto que la derecha, en términos generales, dejó de defender explícitamente la figura de Augusto Pinochet como lo hizo durante los años 1990s, dicho alejamiento con su origen dictatorial no se vio acompañada de una reflexión crítica sobre sus propios planteamientos y función en el sistema aún vigente.
Hoy la derecha política está en una encrucijada histórica. Puede aferrarse con uñas y dientes (y violencia) al modelo rechazado por la mayoría social, o puede iniciar un proceso de "renovación" que ayude a destrabar el conflicto actual y avanzar hacia un nuevo pacto social. Esa "renovación" derechista tiene que hacerse cargo del problema estructural de la desigualdad y asumir en plenitud los principios democráticos que no logran expresión a cabalidad bajo el actual estado de cosas. El punto no es menor, porque no trata solamente de la suerte política de la derecha. En todo régimen democrático robusto se requiere de un ala conservadora, los partidarios del orden que adviertan de los errores del cambio. Se necesita, entonces, de una derecha con presencia proporcional a su peso político, y que participe del consenso social sobre una vida digna y protegida de la voracidad de la acumulación de capital y la inflexibilidad de la actual institucionalidad. La primera y más urgente de las tareas de esa eventual nueva derecha es llegar a la conclusión de que la Constitución de 1980 quedó obsoleta por el estallido social, dado que no es viable una solución política al interior de sus límites. Es decir, se impone la tarea histórica de dejar caer el orden institucional del que nacieron, para adaptarse a un país que no tolera más las inequidades del sistema. Nada de esto es fácil, porque implica renunciar ahora en los hechos y ya no sólo en las formas a su pasado dictatorial. Como es evidente, esa decisión es fundamental para avanzar con la velocidad que imponen los acontecimientos por un camino institucional que nos lleve a un proceso constituyente democrático, en el que por cierto podrán hacer sentir su voz.
La derecha, desde un principio, ha tenido la llave del cerrojo. Es hora de que la utilicen.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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