Los más sonados traspiés del gobierno en el lapso que va desde el triunfo electoral hasta el día de hoy, han sido producidos por los más importantes de sus personeros.
Desde la incursión entusiasta de la ministra del interior al territorio mapuche, hasta el desatinado trato del presidente a una mujer que le gritó amarillo.
No han sido actuaciones muy fáciles de defender.
Por cierto, en la intimidad gubernamental no habrá caído muy bien el trato que Gabriel Boric dio a la enojada pobladora.
No se sabe si a alguien de Ñuñoa o Providencia el muy popular término socia habría sido el adecuado en un caso similar.
Da la impresión de que en el trato que intentó ser amistoso y conciliador, hubo también algo de un clasismo que intentó ponerse en el nivel de la pobladora, cuyo acento y palabras la identificaban como alguien de claro raigambre popular.
Lo anterior es comprensible cuando alguien, en este caso Gabriel Boric, no ha tenido mucho contacto con gente de esos barrios profunda y orgullosamente proletarios. Muchas sino todas esas actuales poblaciones se levantaron a mano luego de tomas de terrenos que muchas veces cobraron su costo en muertos por los precisos Máuseres de los Carabineros de Chile.
Recordemos que desde muy cerca de ahí, esos mismos pobladores fueron capaces de echar al tirano cuando quiso hacer una actividad de proselitismo en un gimnasio. Es día pudo haber sido su fin.
La gente de esas comunas populares tiene una larga historia de lucha y por cierto de represión. Y, como quedó penosamente claro, no les basta a esas heroicas mujeres que alguien simplemente las eche de sus poblaciones como para que se vayan sin más.
Hablamos de gente brava.
Porque si el desatino lingüístico de Boric que buscaba un acercamiento amistoso fue desatinado, pedir a la mujer que se fuera de ahí, fue destemplado.
¿Qué se vaya de su población?
Su conducta le habrá significado una buena baja en la apreciación ciudadana luego de declarar a su gobierno como feminista y cercano a la gente.
Para decir las cosas como son, el feminismo no se limita solo a pañuelitos verdes, paridad ministerial, al uso abusivo, cansador y superfluo del niños y niñas, todos y todas, etc.
Parece que la consideración con las mujeres y la reivindicación de sus derechos luego de siglos de abusivo control macho, patrón, milico y cura, suma también a las que no aparecen en la foto, pero que están.
Que siempre han estado.
Y con las cuales hay que observar incluso un respeto mayor que el merecido a quienes la vida le ha sonreído por la vía de la riqueza, el acomodo o el partido.
Si las mujeres, en general, han sido víctimas de siglos de oprobio, agreguemos que las mujeres pobres lo han sido mucho más aún.
Para con nuestras mujeres hay que tener una capacidad de entendimiento de la historia, lo que es mucho más complejo que la paternalismo impostado que esconde un vocablo que se supone propio del habla popular.
Como un aporte al presidente Boric para lo que viene le cuento que la palabra socio o socito tuvo valor jergal en el medio de los ladrones chilenos hasta hace un tiempo.
Dicho en breve, fue un coa usado como manera de un acercamiento amistoso entre gente chora. Que esté en desuso, reemplazados por el muy actual compañero o el venezolanísimo pana, no le quita a socio su uso entre los choros de hace algún tiempo.
Habría que sugerir al presidente que, en lo sucesivo, ante improperios igual o más agresivos que del que nos preocupamos, nadie creyó que ser presidente sería cosa de coser y cantar, y si se trata de una mujer, lo más correcto será tratarla de señora.
Y a continuación, asumir lo que venga.
Y entre otras cosas, acostumbrarse a que el paisito que le toca gobernar es bien matizado en orígenes y condiciones sociales y que no podrá jamás intentar por la vía de la imitación de su habla, acercarse a la gente que lo quiere y a la que no.
Pero, por sobre todo, jamás utilizar su autoridad para echar a una pobladora humilde, de un barrio marginal, de una comuna pobre, porque en ese lugar el presidente va a ser siempre un advenedizo, alguien que viene de otra realidad, de otros ingresos, de otra historia y de otro futuro.
Por Ricardo Candia Cares
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