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viernes, 6 de mayo de 2022

OPINION.

 

El gran sueño: Chile sin privilegios

En 1958 Jorge Ahumada publicó “En vez de la miseria” y un año después Anibal Pinto Santa Cruz da a luz su libro “Chile un caso de desarrollo frustrado”.

Ambos textos desnudan el estancamiento de la economía chilena, Ahumada culpa esencialmente a una agricultura decadente y obsoleta, mientras que Pinto Santa cruz señala  a una oligarquía que se farrió la gran oportunidad  que brindó la riqueza salitrera y la industrialización sustitutiva, abordada después de la “Gran Depresión”.

Ambos intelectuales proponen soluciones por medio de reformas estructurales. Propuestas que ejercieron gran influencia en los programas de gobierno de los presidentes Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende.

Luego vendrá el régimen cívico militar, que importa teorías desde las universidades  de Norteamérica y que desechan los diagnósticos estructuralistas de la CEPAL, tomando los diagnósticos liberal-monetaristas de la escuela de Chicago.

Las propuestas de un desarrollo integral son sustituidas por las de un crecimiento sustentado en una economía de mercados abiertos y de negocios, dirigidos por y destinados al mundo privado.

Curiosamente Chile fue el país que primero se embarcó en esta propuesta integral de liberalismo mercantil, antes que Reagan en EE.UU. y que Thatcher en el Reino Unido. Chile era el laboratorio perfecto, pues estaba gobernado por una dictadura militar que facilitó todas las medidas para que la teoría se aplicara sin contradictores: sin partidos (excepto los de derecha), sin sindicatos y sin ejercicio de la libertad de informar.

Con todo, sabemos ya después de casi medio siglo, que tal teoría creó más problemas y frustraciones que las bondades en sus logros. Chile siguió creando miseria y volvió a ser una experiencia de desarrollo frustrado.

Claro que los partidarios del modelo neoliberal aplicado en sus dos modalidades: a) de hegemonía autoritaria represiva y b) de hegemonía oligárquica consensuada, sostienen que esta trayectoria de casi medio siglo ha sido la más espectacular para Chile, en toda su historia, exhibiendo para su confirmación una serie de cifras que pueden impresionar a quienes deslizan una mirada superficial sobre esos guarismos.

Los críticos al modelo neoliberal de medio siglo, también pueden exhibir cifras y argumentos igualmente sólidos para señalar que este tiempo de vigencia del neoliberalismo ha dejado a Chile (y en general a América Latina) en un estado muy peligroso de atraso y de cisma social.

Sería tema de otro artículo el confeccionar una planilla confrontando ambas posturas agonales, pero lo cierto es que Chile ha transitado una vez más por una experiencia de desarrollo frustrado y nos pone ante la cruda realidad de tener una gran proporción de la población en condiciones de vulnerabilidad extrema, o –se puede decir- de una nueva miseria: la miseria del abandono social, del endeudamiento crónico de las familias, de la desesperanza de emerger como fruto del esfuerzo a un nivel de vida digna y de vejez digna. Pero tal vez lo más grave, es que hemos quedado rezagados en las etapas modernas del desarrollo productivo, lo que se demuestra si comparamos nuestra trayectoria y nuestros logros con los que han alcanzado países que en los años 70 tenían el mismo nivel –o más bajo- que el nuestro, como los  llamados “tigres del Asia”. Estos países muestran una incorporación tecnológica a sus economías, durante las décadas de los 90 y 2000 de entre 350% y 450%, mientras que Chile y América Latina en general no superan el 64%, en el mismo período.

Estos países del Asia no aplicaron el modelo neoliberal, sino un modelo que hoy podemos clasificar de “Postkeynesiano”, unos con más nitidez que otros, pero su paradigma es claramente derivado de la corriente desarrollista modernizada, es decir con alto desarrollo del mercado interno y con un rol importante del Estado en el diseño y control de las políticas económicas, donde la innovación y la inversión industrial de alta tecnología han jugado un rol fundamental. En cambio, la receta impuesta a América Latina fue la de vivir de las materias primas y abandonar las pretensiones de un desarrollo competitivo en las estrellas nacientes de la economía mundial. Los resultados están a la vista: nos triplicaron en las tasas de crecimiento y nos más que duplicaron en las tasas de inversión productiva. Ellos compiten en el mercado mundial con productos de alto valor agregado mientras que nuestra América Latina vacía sus riquezas naturales a un mercado dominado por empresas transnacionales que, inevitablemente, sirven a otros amos. No a Chile.

UNA NUEVA ESPERANZA RECORRE A CHILE.

La explosión social del 2019 y la deriva  de una nueva Constitución, forjada al calor de una impensada participación popular, con toda su diversidad democrática, permite abrigar la esperanza que algo grande saldrá de esta crisis enorme, que vuelve a presentarse con las mismas titularidades que expusieron estos intelectuales de mediados del siglo XX: “En Vez de la miseria” y “Chile, una experiencia de desarrollo frustrado”.

Esta nueva esperanza requiere cambios estructurales de enorme calibre, tal como los que se denunciaban en los autores señalados a mediados del siglo XX. Frei Montalva y Allende dieron curso a esas transformaciones durante una década, pero el neoliberalismo instaló una contra revolución o también llamada una “restauración oligárquica”, que vino a retrotraer la situación del país a etapas que a estas alturas del siglo debieron estar superadas largamente.

La nueva esperanza implica transformaciones estructurales de fondo y urgentes: en los derechos sociales, en la organización popular, en los partidos políticos, en la división política del poder, en el modelo de producción, de acumulación, de tributación y de inversión.

Como se ve, la tarea es impresionantemente compleja, pero Chile no tiene alternativa. Si no asume estos magnos desafíos estará condenado a reptar entre las naciones frustradas en su oportunidad de desarrollo, y lo malo es que ello implica decadencia, nihilismo cultural, violencia y delincuencia, inestabilidad y enemistad social, por ende una realimentación del atraso económico. América Latina exhibe varios ejemplos que advierten sobre ese destino indeseable.

 

Por Hugo Latorre Fuenzalida

 

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