No será la lectura ni el dictado de lo redactado por los 154 convencionales lo que permeará la preferencia de los votantes, sino que las imágenes que mejor sepan recrear los escenarios posibles de las opciones en disputa: mantener al país con su estructura actual o cambiarlo por el dibujo propuesto por un diverso grupo de convencionales.
No cabe duda que el resultado del plebiscito de salida será estrecho y que la noche del 4 de septiembre se palpitará como un partido de repechaje al mundial, con alargue y definición a penales.
Para la opción del Apruebo existe una realidad que, al igual que en el reciente balotaje, le está llevando a invocar a actores como Michelle Bachelet y Ricardo Lagos para sumarlos a la recta final de un proceso de cambios estructurales que, en términos de votos, no alcanzaría a ganar con la sola presencia del Frente Amplio y el Partido Comunista. Mientras que, en la otra vereda, la derecha aparece escondida tras una incolora bandera pirata anti élite para promover la opción del Rechazo y hasta con el ofertón de “rechazar para corregir” (misma derecha que hasta antes de octubre de 2019 se burlaba de las voces que pedían reformar para evitar el colapso del modelo).
Aun cuando falta que la Convención Constitucional termine el proceso de armonización antes de presentar, el día 4 de julio, el texto definitivo al Presidente de la República, en una ceremonia que, se espera, esté cargada de simbolismos republicanos (quizás por lo mismo es que no invitarían a los ex Presidentes de Chile), es poco probable que la mayor parte de la ciudadanía lea, en dos meses, una Constitución pues, seamos brutalmente honestos, ¿quién ha leído alguna vez una Constitución de principio a final?
Por más que los convencionales se esfuercen en hacer el trabajo de cura mendicante y salgan, con la Constitución en mano, a predicar las buenas o malas nuevas al “territorio” (ya hemos visto a convencionales que, en terreno, cuando explican, se complican), no serán los conceptos jurídicos, ni menos aún las vanguardistas perspectivas redactadas, las que terminarán inclinando la balanza de voto desde la sola interpretación del sentido del texto.
Un proceso constitucional realizado en medio de la sociedad de los algoritmos, donde todo parece transcurrir en base a los datos proporcionados a las redes sociales por nuestros miedos, deseos y preferencias de consumo, inevitablemente nos lleva a un escenario donde las imágenes, inspiradas en el texto, determinarán la decisión final de los votantes. Es decir, serán las percepciones del presente las que estarán en disputa, toda vez que las campañas del Apruebo y el Rechazo pondrán, sobre la mesa, asuntos valóricos, económicos y de organización del poder político, como un antes y después en la organización de Chile para lo que queda de siglo XXI.
Por lo mismo, es que no será la lectura ni el dictado de lo redactado por los 154 convencionales lo que permeará la preferencia de los votantes, sino que las imágenes que mejor sepan recrear los escenarios posibles de las opciones en disputa: mantener al país con su estructura actual o cambiarlo por el dibujo propuesto por un diverso grupo de convencionales.
Dicho de otro modo: desde el próximo 4 de julio las palabras vertidas en el texto constitucional estarán fuera del acaloramiento ideológico de los convencionales y depositadas en un pétreo mamotreto para ofrecerse como magnas páginas a la espera que todos le confiramos significado y la incorporemos a nuestras subjetividades.
Serán estos significados, interpretados por nuestras culturas, a partir de la circulación de imágenes, desde donde se proyectarán las realidades para imprimir al lenguaje cotidiano, o como se dice en buen chileno, para hacerlas carne. De seguro, para la campaña del Apruebo, las imágenes asociadas a derechos sociales prevalecerán como sostén de los relatos audiovisuales: habrá que ver si los derechos sociales otorgados por Lagos y Bachelet o los reclamados en la Plaza Dignidad, he aquí la gran paradoja del Apruebo. Mientras que, para el Rechazo, es indudable que las imágenes ofrecidas a las audiencias invitarán a imaginar lo que pudiera ocurrir en un futuro país con perspectiva intercultural (sabemos que la derecha se especializa en la defensa de la identidad nacional única).
Lo cierto es que la definición del plebiscito de salida será disputada desde lo que irradiarán las imágenes emitidas en calidad HD, en uno de los países con más teléfonos inteligentes y Smart tv per cápita del mundo. No dará lo mismo quienes aparezcan (y no aparezcan) en pantalla promocionando las opciones en juego, ni tampoco el relato audiovisual del contenido a exhibir.
A diferencia del plebiscito de entrada, donde sólo se manifestaba la voluntad por extirpar o mantener la Constitución de Pinochet, en el de salida se tendrá que votar por una nueva propuesta de texto que, hasta ahora, incluye términos y conceptos aún no entendidos o asimilados del todo por el grueso de la población.
Es probable que un texto abundante en términos vanguardistas lleve a que los cineastas del Rechazo adapten o tergiversen, desde las imágenes, lo escrito por los convencionales del Apruebo, quienes tendrán la dura tarea de desgastarse en explicar las perspectivas culturales, más que en resaltar lo propuesto en derechos sociales y cambios en las condiciones materiales de existencia.
Y es que, como decían los abuelos de la modernidad: cuando el texto es poco claro, una imagen puede más que cien mil palabras.
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