Que el conflicto de Ucrania vaya a ser punto de inflexión geopolítico, forma parte del consenso general, pero ¿cómo y para quién? El primer dato que nos ofreció fue el aislamiento de Rusia. Cuando en la Asamblea General de la ONU se votó la resolución condenando a Rusia por la invasión, solo cinco países, incluida Rusia, votaron en contra, 35 se abstuvieron y 135 apoyaron la reprobación. Pero convertir esa condena en acciones parece ser asunto bien diferente: ningún país sudamericano y africano y ningún asiático, con la excepción de Japón y Corea del Sur se sumó a las sanciones occidentales contra Rusia. Ni siquiera países sobre los que Estados Unidos ejerce una gran influencia, como Israel, Colombia, México, Arabia Saudita o Pakistán. Que la guerra económica contra Rusia sea una cuestión estrictamente de la OTAN, a la que se suman Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y Japón, informa también del aislamiento de lo que habitualmente se presentaba como la “comunidad internacional”.
Desde su nuevo “concepto estratégico” aprobado en la cumbre de junio en Madrid, la OTAN define a Rusia como “la mayor amenaza directa a la seguridad, paz y estabilidad en el área euroatlántica” (y a China como “amenaza a los intereses, la seguridad y los valores”), pero la llamada encuentra un eco discreto. El mismo mes, las cumbres de los BRIC´s en Pekín o el Foro Económico de San Peterburgo, han demostrado una vitalidad considerable, tratando de vías comerciales, sistemas bancarios y de pagos alternativos independientes del control financiero occidental, alianzas económicas y suministro de energía. Las analogías y prevenciones suscitadas en todo el mundo no occidental por el robo de las reservas del Banco de Rusia en Estados Unidos (300.000 millones), y la utilización policial de los sistemas de pagos internacionales, fomentan una estampida del dólar y la creación de un Fondo Monetario Internacional para los BRIC´s.
Con la presente guerra aumentan significativamente los síntomas de una secesión del Gran Sur Estratégico con respecto al Occidente ampliado, representado por un G-7 cada vez menos capaz de dictar sus reglas al resto del mundo. Las condiciones para ese proceso se desprenden, de dos aspectos fundamentales.
En primer lugar, del factor de la ascendente potencia china, cuya economía, capacidad crediticia e importancia comercial ya se ha hecho suficientemente grande como para presentar alternativas a muchas relaciones y suministros, incluida la alta tecnología, que antes eran monopolio occidental. Ese peso específico de China hace que su posición en el conflicto, subrayando el respeto a la soberanía e integridad territorial de Ucrania y al mismo tiempo identificando una seguridad contra Rusia y a expensas de Rusia en Europa como la raíz del problema, tenga capacidad de arrastre. Sufriendo el mismo tipo de cerco militar de Estados Unidos y el mismo riesgo de guerra junto a sus fronteras y consciente de la importancia de su “alianza sin límites” establecida con Rusia en febrero, China ha rechazado enérgicamente la presión de Estados Unidos y la Unión Europea para que se sumara a las sanciones. La presentadora de la televisión china Liu Xin resumió en abril esa petición así: “nos dicen, ayúdame a luchar contra tu socio ruso para que luego pueda concentrarme mejor contra ti”. Un mes después, el Presidente Xi Jinping le dijo en una conversación telemática al canciller federal alemán Olaf Scholz, que “la seguridad europea debe estar en manos de los europeos”. Un apremio del primer socio comercial de la Unión Europea para que ésta se emancipe de una vez.
El segundo aspecto tiene que ver con las imprevistas consecuencias contra sus autores de las sanciones contra Rusia. La experiencia histórica de las sanciones y bloqueos occidentales contra países adversarios, en Cuba, Irán o Corea del Norte (la Unión Soviética siempre fue objeto de ellas) es que, aunque hacen mucho daño y los endurecen sobremanera, no consiguen doblegar a los gobiernos castigados. Con la Rusia actual la medicina es, además, contraproducente para quien la impone.
Rusia tiene relativamente pocas lineas de suministro extranjeras, una gran capacidad de autosuficiencia y una enorme cantidad de materias primas de las que es suministrador principal de las economías occidentales, por los que éstas y particularmente las europeas, se han dado un tiro en la pierna. No se trata solo del gas y el petróleo, para los que Moscú está encontrando mercados alternativos a los occidentales, sino del níquel, del aluminio, plata, neón (utilizado para producir microchips), madera, etc.
La suma de un gran polo económico, financiero y tecnológico chino, y el gran almacén ruso, vigilado por el mayor arsenal nuclear del mundo, crea las condiciones para la referida secesión. La actitud de India, que por lo menos en los inicios de la crisis se está mostrando abierta a la ventajosa cooperación con los dos (¡lo que le permite reexportar hidrocarburos rusos a la Unión Europea !), y poco receptiva a las invitaciones de hostilidad occidentales, configura un potente conglomerado geográfico terrestre entre la frontera de la OTAN y el indopacífico. Esa realidad puede convertir en algo poco practicable políticas de pasadas épocas como la “contención” practicada contra la URSS durante la guerra fría. En todo caso, la observación de este proceso es fundamental para el futuro a medio y largo plazo. Mientras tanto, la evolución de la campaña en el campo de batalla será determinante.
La guerra de Ucrania nos ha devuelto a un conflicto militar clásico entre ejércitos con un potencial comparable. Dos grandes ejércitos, con clara superioridad numérica ucraniana y un intenso flujo de información y armas occidentales para compensar la superioridad artillera, aérea y misilística rusa, es algo que no tiene mucho que ver con las guerras llevadas a cabo por Occidente en Yugoslavia, Irak, Afganistán o Libia, donde Estados Unidos y sus aliados se dedicaron a suprimir los obsoletos sistemas de defensa aérea del enemigo, desde una superioridad técnica y numérica abrumadora. Occidente ya no estaba familiarizado con algo así. Por parte rusa, el guion también es muy diferente al registrado en el conflicto con Georgia de 2008 o al de la intervención en Siria a partir de 2015, estima el experto ruso Vasili Kashin. Pero siendo esta guerra un conflicto entre la OTAN y Rusia por país interpuesto, hay que preguntarse por la determinación y voluntad de cada bando.
“La guerra de Rusia y China contra la hegemonía occidental es equiparada por sus pueblos a una guerra existencial”, observa el ex diplomático británico Alastair Crooke, que augura una empresa difícil. “Para ellos no se trata solo de tomar menos duchas calientes, como para los europeos, sino que se trata de su propia supervivencia, y por lo tanto su umbral de dolor es mucho más alto que el de Occidente”. El régimen ruso, que se juega una quiebra si pierde la partida, pondrá “más voluntad política, asumirá más riesgos y sufrirá mayores consecuencias para lograr el resultado final porque para nosotros Ucrania es periferia mientras que para ellos es central”, señala Brendan Dougherty, otro observador anglosajón. Este diagnóstico ha ido cambiado a lo largo de la guerra.
En los primeros meses, cuando fracasaba el escenario contemplado por el Kremlin de un desmoronamiento del ejército regular ucraniano con huida del gobierno ante la proximidad de las tropas aerotransportadas rusas (El llamamiento de Putin a los militares ucranianos, el primer día de la invasión, para que tomaran el poder y se entendieran directamente con él, dio una pista de tal expectativa), se abría paso el pronóstico de una catástrofe rusa. La reacción militar de la OTAN, disciplinando lo poco que quedaba de aspiración autónoma en la Unión Europea, adoptando sanciones sin precedentes y proporcionando ayuda militar a Ucrania, no hizo más que reforzarlo. Ahora, cuando la ofensiva rusa de artillería está batiendo a los ucranianos en el Donbas y avanza lentamente posiciones, mientras en Occidente se toma conciencia de la grave disrupción que sus propias sanciones ocasionan en el comercio mundial creando problemas aparentemente irresolubles, los acentos cambian. Rusia puede ganar, se dice. Por supuesto que la situación está abierta a nuevos bandazos que invaliden por completo el actual, pero ¿qué significa una victoria militar de Rusia?
En el supuesto de que su ejército consiga imponerse en todo el sureste de Ucrania, la situación no será estable en las zonas ocupadas. Bien con presencia militar, bien con administraciones filorusas, lo más probable es que, por pequeña que sea la resistencia activa al nuevo orden (resistencia que por descontado será apoyada por lo que quede del gobierno de Kíev y sus patrocinadores occidentales), el estado de cosas solo podrá ser represivo, con atentados “terroristas”, desaparecidos, tortura y represión. El conflicto no se acabará con una “victoria” militar rusa en Ucrania. Sea cual sea el desenlace militar, la crisis va para largo y el hecho de la fragilidad de todas las partes implicadas en ella añade incertidumbre.
La fragilidad de Rusia es conocida, pero ¿qué pasa con la Unión Europea, desarbolada como consecuencia de sus propias sanciones? ¿Se mantendrá estable su carácter de subalterna de la OTAN cuando sus sociedades y economías nacionales paguen el precio de esa subordinación en forma de recesión?
La situación al otro lado del Atlántico puede ser incluso peor. En enero de 2021 hubo algo parecido a una intentona golpista en Washington. La brecha social entre la ciudadanía común y la élite, tantas veces evocada en el caso de Rusia, se está haciendo abismal en Estados Unidos. Allí el sistema representativo está averiado, la república secuestrada por los lobbies y el complejo militar industrial, y el capitalismo financiero orientado hacia el beneficio cortoplacista y especulativo de una clase rentista es incapaz de invertir en desarrollo social. En ese país con el Presidente desprestigiado, una inflación elevada y una previsión de deterioro de la capacidad adquisitiva, el regreso a la Casa Blanca de Donald Trump o de alguien similar y el escenario de graves conflictos internos parece bastante plausible. ¿En qué quedará en ese caso la “revigorizada alianza occidental”?
En cualquier caso, con todos los actores fragilizados, la tentación de resolver bélicamente la vieja máxima de Gramsci sobre la crisis como situación en la que “lo viejo se está muriendo y lo nuevo no puede nacer”, cobra aún mayor fuerza. Por eso, el gran peligro de la guerra de Ucrania sigue siendo una guerra aún mayor entre potencias nucleares.
Por Rafael Poch
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