Más extraño de que haya atorrantes alineados con el Rechazo, es la postura de quienes militan en referentes dizque de izquierda que denuncian la ausencia de rasgos revolucionarios en el texto emanado de la Convención Constituyente.
Muchas de esas personas se sienten agobiadas porque la propuesta constitucional no aborda de plano la abolición inmediata del neoliberalismo y todas sus lacras.
Resulta pueril la ausencia absoluta de una capacidad para entender que la nueva situación política ofrece muchas más luces y destellos, sombras y reflejos tras las anteojeras. Y que de eso se trata: de leer la actual situación en su contexto, limitaciones y posibilidades.
Imaginarse la propuesta constitucional como el momento supremo de un cambio que ni rastros deje del modelo, es haberse fumado los palos o haber tomado del vino malo.
Haber creído por un solo instante que la crisis que enfrenta el modelo, cuya mejor expresión concreta fue el proceso de Octubre, nos vinculaba de manera inmediata por una secreta puerta con otra dimensión en la que los frutos del socialismo se sacaban con solo alzar la mano, es tan infantil como creer en las buenas intenciones de Ricardo Lagos.
A lo que hoy asistimos, cuando se eleva la temperatura respecto de Aprobar o Rechazar, es a una expresión de la crisis del modelo.
Estas crisis no son momentos, instantes, destellos fulgurante que suceden ante nuestra vista: son procesos complejos cuya aceleración va a estar dada siempre por la existencia y capacidad de un proyecto político impulsado por un pueblo con altos grados de movilización y organización, y por dirigentes que sepan leer este presente.
Y que tengan cojones.
¿Qué expresa el proceso constitucional desde su instalación hasta el momento en que se aprueba o rechace su propuesta?
¿El Motín del Potemkin? ¿El asalto al Cuartel Moncada?
No. Solo es una expresión de la crisis del orden impuesto por la dictadura el cual no ha sido posible superar por la incapacidad de la izquierda para proponer al pueblo una idea, ¡una sola!, que lo seduzca y por la cual esté dispuesto a dar la vida porque le encuentre alguna esperanza.
El fenómeno constitucional da cuenta de por lo menos dos hechos interesantes: la existencia de un potencial enorme en el pueblo que quiere luchar y de la incapacidad absoluta de sectores revolucionarios, de izquierda, progresistas o como se llamen, para conducir o al menos incidir, en esas luchas. ¿Qué hacer ante esa incapacidad sublime?
Un buen comienzo es la autocrítica.
Y luego, entender que, como sea, el proceso constituyente con todo y sus falencias, con todo y sus debilidades, es un momento en que la ultraderecha abyecta y criminal retrocede, le duele lo que pasa, está asustada, se siente acorralada.
Este proceso que sale de la manga del payaso Piñera no fue por su voluntad. Fue la manera en que logró salvar el pellejo ante la embestida popular, la que ¡ojo!, no tuvo en ningún momento ni un atisbo de conducción política.
Y si se aguachentó por la vía del famoso acuerdo con en el que se firmó el proceso constituyente, fue porque la izquierda no pudo, no supo, no quiso. No tuvo idea.
Se le aconcharon los meados, para decirlo en chileno antiguo.
¿Nos gusta el proceso y su resultado? ¿No? Está bien. Pero negar que es un avance en la medida en que se entienda como el acceso a una mejor posición para generar otros escenarios mucho más avanzados, es muy irresponsable.
Dicho en breve: a partir del cuatro de septiembre, fecha querible como hay pocas, y de ganar el Apruebo, comienza la real transición democrática. Si eso no nos dice nada, estamos hasta las masas.
Este es un momento de tránsito en donde la política adquiere su mayor importancia.
Así están la cosas: hay en curso un acelerada crisis mundial del neoliberalismo; se viene una recesión inédita; se pone en duda el dominio unilateral de Estados Unidos y en el plano local asistimos al final de la Concertación y quizás de la Democracia Cristiana (dios me oiga); somos testigos de la emergencia de nuevos referentes y liderazgos; y se abre paso una hermosa oportunidad para que la izquierda se sacuda de la pelmaza del pasado y mire lo que está pasando en el mundo con ojos de ahora.
Es un momento en el que las fuerzas alicaídas, desorientas, inconformes, tristes y azumagadas de la izquierda entiendan que sigue en marcha el combate por la conciencia de millones. Y debe ser una oportunidad que obligue a esa izquierda a entender que todo proceso de cambio sino se concibe propuesto, impulsado y defendido por una mayoría, es papel picado.
El cuatro de septiembre, pase lo que pase, comienza un trabajo que es algo más complejo que la simple consigna, el discurso añejo, la marcha estéril y los disfraces de jardín infantil.
Y ahí te quiero ver mascarita.
Por Ricardo Candia Cares
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