por Samuel Toro y Lydia Avendano 5 enero, 2023
Cuando en el mundo, creado por nuestra especie, es decir, civilización-cultura-historia-sociedad, etc., se generan quiebres masivos a los órdenes establecidos, los cambios de paradigmas no solo se dan desde las luchas revolucionarias de acciones directas en el accionar físico de una guerra o de enfrentamientos inevitablemente violentos, sino en una multiplicidad de variaciones de acciones que buscan significar, y resignificar, los acontecimientos para lo que se podría denominar una “sanación sin olvido” de lo ocurrido. Aquí, el tema de la memoria y las memorias es relevante.
Un ejemplo de estas activaciones se generó en pleno proceso de revuelta social (y también cultural, no aceptada aún) en lo que se consideró el “epicentro” de las manifestaciones en Santiago. Una cantidad importante de vecinos del Cabildo Barrio Seminario en Santiago –y, posteriormente, de diversidad de comunas– comenzaron a tomar posesión activa del espacio público en los parques de los alrededores de la estación del metro Baquedano. Sus intervenciones, de extensión natural (en el sentido de los “pulmones” vegetales que mucho les hacen falta a las grandes ciudades como Santiago) llegaron hasta las ubicaciones de la misma estación ubicada en el sector.
El proyecto, denominado “Jardín de la Resistencia”, desde entonces hasta el día de hoy, intenta conservar dos cuestiones fundamentales dentro de la ciudad: la primera es lo que se menciona antes, es decir, la conservación y aumentos de áreas verdes, no con un fin decorativo, sino de necesidad primordial en una ciudad extremadamente cementada; la segunda es la conservación, a través del trabajo de un “museo de la resistencia”, y el mismo “Jardín de la Resistencia”, para la activación permanente de una memoria que se considera no debe perderse, sin normalizar el desgano de la violencia que crece exponencialmente, de distintas formas, posterior al estallido.
En este sentido, existen muchos ejemplos en el mundo de sitios memoriales que intentan un “saneamiento” de los lugares: Memorial of Everyman en China, Memorial Malvinas en Argentina, Yarauvi en el Mar Muerto, Espacio Conmemorativo y Monumento al 100º Aniversario del Grito de Alcorta en Argentina, Memorial de Rivesaltes en Francia, Memorial Wall Trade Center en Estados Unidos, etc.
El proyecto del “Jardín de la Resistencia” es la base de un memorial de una sociedad y cultura que corren el riesgo de olvidar con no poca dificultad; es el intento de buscar un lugar de encuentro –a diferencia de lo que plantean la alcaldesa de Providencia y el partido Renovación Nacional–, donde variedad de organizaciones y vecinos(as) de distintas partes de la capital han trabajado tanto para la protección memorial como el aumento “natural” en un espacio central de la ciudad. Los ejemplos de memoriales, en el mundo, sobre sucesos terribles u horribles no desunen, sino todo lo contrario. En el caso del proyecto “Jardín de la Resistencia”, este es un proceso participativo que ha convocado a todas y todos los actores del territorio, incluyendo organizaciones que han trabajado en la construcción y el cuidado del lugar como un jardín por casi tres años. En palabras de las mismas organizaciones y vecinos, el espacio se considera como “una oportunidad para generar un proyecto integrado, el cual considere el patrimonio cultural del barrio, la memoria de nuestra historia reciente, el arte y la naturaleza, para generar una solución que satisfaga a toda la comunidad”.
El proyecto, por su fuerza comunitaria, no ha pasado inadvertido para el gobierno de turno y la actual planificación de la reactivación del metro del lugar. Hace pocos días, Metro de Santiago presentó una actualización del proyecto de remodelación del sector. Anteriormente la propuesta eliminaba una importante cantidad de áreas verdes, donde los(as) organizadores(as) del proyecto Jardín lograron incidir para que se renegociara. Sin embargo, lo que ha ocurrido es lo que suele suceder en toda planificación de los gobiernos centrales a la hora de tener listo un proyecto: generar mesas de conversación donde quienes participan, es decir, el barrio, son escuchados sin considerarse sus opiniones como vinculantes, por lo que los proyectos presentados por Metro son los que continúan como planificación, dejando la ilusión de participación ciudadana, es decir, la vinculación ficcionalista (semántica) de lo democrático.
Históricamente, el concepto de nación se ha visto permeado por dos posiciones, una que dice que para constituirse y continuar debe apelar al olvido (Renan), y otra, que debe apropiarse de su memoria para reflexionar sobre ella (Derrida; Hermann Cohen), siendo los monumentos, los sitios públicos emblemáticos, sus desapariciones y mantenciones, a través del tiempo, la representación de estas posiciones.
Pareciera, aparentemente, que la posición de mantener la memoria de lo que sucedió el 18-O se ha tomado, frente a esta tesitura, en lo que respecta a mantener el “Jardín de la Resistencia”, cuestión que aborda el proyecto de transformación del eje Santiago-Providencia, donde la empresa del ferrocarril subterráneo metropolitano dio a conocer la idea de la reapertura total al público de una de sus estaciones emblemáticas, como es Estación Baquedano, al tiempo que se mantendría el memorial al 18-O simbolizado por el “Jardín de la Resistencia”.
Esta propuesta arquitectónica viene secundada por la actual administración de gobierno que quita dos tercios del jardín –que es cuidado de manera autogestionada, como se mencionaba antes, por múltiples integrantes de organizaciones de juntas de vecinos, de organizaciones de DD.HH., de artistas, etc.–, haciendo imposible su continuidad, tal cual la conocemos, pues limita, entre otras cosas, el número de personas que pueden relacionarse en torno a él. Con ello se anula el sentido de la memoria como núcleo de su interpretación colectiva y, por tanto, como cuerpos vivos de inflexión.
Las negociaciones entre la empresa Metro y las organizaciones sociales continúan, pues estas últimas presentaron un proyecto arquitectónico que permite mantener la totalidad del espacio de "Jardín de la Resistencia" de manera viable a través del tiempo, desde una visión humanista, respetuosa de los DD.HH. y de la ecología (flores, plantas y pájaros pueblan dicho lugar que se constituye en un “oasis” que está rodeado de una gran losa de la superficie, un gran “desierto” de cemento que Metro proyecta aumentar), y que permita a las víctimas y familiares de quienes sufrieron la represión durante el estallido social mantener la memoria de lo sucedido con una mirada de futuro, y a las agrupaciones sociales que se hacen cargo de él y convivir en ese sitio en busca de diálogos, que logren una mayor y más sólida democracia para Chile y su gente. Una investigación a este respecto la realizaron Francisca Márquez y Margarita Reyes.
Pero cabe preguntarse para qué sirve a Chile un espacio como el “Jardín de la Resistencia”. La respuesta es: para recordarnos la importancia de la democracia como una promesa (Derrida) que siempre debe cumplirse, como una construcción al servicio del pueblo y para el pueblo, donde los espacios públicos deben ser abiertos y de discusión.
El “Jardín de la Resistencia” se constituye en una forma de relación del espacio público que repiensa sobre la democracia, que nos interroga sobre cómo relacionarnos con el otro de forma posterior a un gran suceso inolvidable, y que es una de las importantes condiciones para un real fortalecimiento democrático.
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