Su sumisión al poder del dinero que rechaza de plano cualquier cambio, el mal ojo que se tuvo al tratar de ampliar su base de apoyo más allá de Apruebo Dignidad y su tono conciliador frente a la dura ofensiva con que la derecha arremete a diario en su contra, marcan al gobierno del presidente Gabriel Boric al cumplir su primer aniversario (11 de marzo) en tanto la reactivación económica, la generación de empleos y el combate contra la desigualdad no aparecen por ninguna parte.
Para esta administración que llegó a La Moneda con altas expectativas, todo ello contribuye a retrasar la respuesta a las aspiraciones populares: nadie podría pretender que junto con la asunción del joven mandatario se produciría de inmediato, o de la noche a la mañana, una oleada de cambios radicales como las que se demandan mayoritariamente, pero tampoco cabía esperar que al cabo de semanas y meses no hubiera indicios de un panorama más alentador.
En este primer año no hay nada que el pueblo pueda celebrar, como podría creerse tras el aplastante triunfo sobre el candidato del fascismo en diciembre de 2021, salvo la instalación en la sede de gobierno de una generación nueva luego de 30 años de frustraciones producidas por las dos derechas que se limitaron a dar continuidad al modelo neoliberal impuesto desde la dictadura y a terminar de privatizar a todo el país y su gente.
Las transformaciones estructurales que se anuncian desde la campaña electoral demoran más de la cuenta y la aprobación a la gestión de las actuales autoridades baja en la calle y en las encuestas, en momentos en que Chile vive una sucesión de emergencias y pasa de una calamidad a otra sin que los chilenos sin recursos cuenten con un efectivo sistema de seguridad social que los proteja.
La falta de participación popular se hace sentir cada vez con mayor intensidad en la medida que los sectores reaccionarios minoritarios pero poseedores del dinero que no quieren siquiera modificar nada, se imponen sobre un Ejecutivo débil y que pareciera tener la intención de no molestar a nadie. Por eso para las grandes mayorías la vida sigue igual, sin proyecciones ni expectativas.
Ciertamente no fue atinado haber incorporado en su totalidad al gobierno a los partidos que formaron parte de la ex Concertación – que por ahora se llama “Socialismo Democrático”, no se sabe hasta cuándo -, los que fueron sacados de su sepulcro, se hallan identificados con el fracaso y no disponen de más de un 3% de credibilidad ciudadana. Tales colectividades están desprestigiadas y desacreditadas ante el pueblo por su cercanía con la derecha accionada por la oligarquía.
Desde el punto de vista electoral esos partidos que en sus tiempos de esplendor lo ganaban todo con mayoría absoluta, hoy no significan mucho. También es incierto contar con los votos de sus zigzagueantes bancadas parlamentarias en el Congreso Nacional, que fue el objetivo gubernamental cuando se les invitó a sumarse a las filas oficialistas.
Aunque el gobierno ha ido de más a menos desde la llegada de la vieja guardia, los ex concertacionista pretenden aprovechar este momento en su beneficio personal. No han asumido que no representan más que el pasado gris y ante el inminente cambio de gabinete asoman gastados rostros reclamando para sí cualquier cargo público o reiterando su disponibilidad para asumir en ministerios o subsecretarías o donde los quisiera nombrar el presidente.
Distinto sería el panorama si Boric en lugar de haber recurrido a los de siempre hubiera convocado al mundo popular, el que no tiene compromisos con nadie y que venía de protagonizar el estallido social del 18-O admirado en el mundo entero. Sin estar en el Parlamento ni pensando en futuras candidaturas, ello habría significado al jefe de Estado una sólida base de apoyo masivo para agilizar las transformaciones que permanecen estancadas ante el beneplácito de la oligarquía y sus acólitos.
En 1 año el gobierno ha enviado al Congreso dos reformas que deberían ser sustanciales, pero que distan de lo que se requiere: éstas son las de pensiones – que mantienen la vigencia de las AFP – y la tributaria – que no da comienzo aún a la redistribución de la riqueza -. Conociendo la “diligencia” que predomina en el Senado, no se descarta que tales reformas continúen durmiendo una larga siesta.
La desigualdad en la posesión del dinero es un problema crucial en Chile: allí se originan lacras como la inseguridad que hoy es un tema prioritario por determinación de los influyentes ricachones que cambian el foco de la sociedad temerosos de perder algún centavo. El hecho de que Chile sea uno de los países más desiguales del mundo no constituye preocupación prioritaria para la actual administración.
Por estos días Luksic es el empresario que en base a la mezquindad ha acumulado la mayor fortuna a través de toda la historia de Chile, la familia Solari (Falabella) gana plata a manos llenas instalando sus negocios en países de todo el continente, y el magnate Ponce Lerou, dueño de Soquimich – que fuera yerno del dictador busca mantener el control del litio y quiere seguir multiplicando sus miles de millones de dólares mediante la explotación del oro blanco sin licitación y descartando al Estado chileno. Todo ello ocurre en este gobierno que está de aniversario en los mismos momentos en que hay compatriotas sin un peso en los bolsillos que viven y duermen en carpas en plena vía pública en ciudades como Santiago, Valparaíso y Viña del mar.
Las expectativas apuntaban muy alto y está a la vista que en este año no se cumplieron. Sin embargo, soslayando el odio enfermizo que le profesa la derecha acaudalada, el gobierno debe considerar que está recién en el 25% de su periodo y que por delante hay mucho tiempo para enmendar el rumbo y tratar de comenzar a recuperar su prestancia, su credibilidad y la adhesión popular.
Ello dependerá del acercamiento e identificación de La Moneda con la calle, el octubrismo, las fuerzas sociales, los trabajadores y sus familias, para marchar unidos por la patria y sus mejores valores, contra los retrógrados y por salir de esta compleja y preocupante crisis. Lo contrario equivaldría a sumar al pueblo más desencanto y frustración.
Por Hugo Alcayaga Brisso
Valparaíso
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