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martes, 9 de mayo de 2023

OPINIÓN POLÍTICA 7 de Mayo: la hecatombe del sistema político

    

“El viejo mundo se muere y el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos” (Antonio Gramsci)

Existen muy pocos ejemplos en la historia política electoral chilena que un Partido haya logrado un porcentaje superior a la mayoría absoluta, (casi el 40%), así, el último Partido de Centro, la Democracia Cristiana, obtuvo en las parlamentarias el 40% y 82 diputados de 140 en total, en 1964. En las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de 1946, los candidatos Eduardo Cruz-Coke y Fernando Alessandri, (conservador y liberal, respectivamente, con 142 mil y 131 mil cero treinta y dos votos), si hubieran ido unidos, habrían obtenido 273.000 votos,  pero como fueron separados, el otro candidato, Gabriel González Videla, candidato de los Partidos Liberal y Comunista, logró 192.000 votos. A partir de 1946 hasta 1964, ningún candidato a la presidencia de la República alcanzó la mitad +1: en 1964 Eduardo Frei Montalva obtuvo el 55,7% de los sufragios, (el sistema político electoral, de voto obligatorio e inscripción voluntaria, estaba legislado para que los candidatos a Presidente de la República obtuvieran menos del 50,1%, y el Congreso Pleno tuviera que elegir entre las dos más altas mayorías, y en todos los casos, los congresistas lo hicieron en favor de la primera mayoría).

La Democracia Cristiana fue el único partido político que tuvo mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, a partir de 1965. Al no existir oposición, el debate se trasladó al seno del Partido, que se dividió en tres grupos: oficialistas, rebeldes y terceristas.

La elección del 7 de mayo de 2023, el “maremoto”, como lo denominan los periodistas al triunfo de la ultraderecha, representado en el Partido Republicano obtuvo, en lista única, 23 de los 51 Consejeros Constitucionales, y más de tres millones de votos que por sí solo podrían redactar a su amaño el proyecto constitucional, y sumado a la derecha clásica, con 11 Consejeros, suma el poder absoluto del Consejo Constitucional.

El triunfo de la ultraderecha chilena debería ser entendido como la expresión de la “aparición de los monstruos en el claroscuro cuando el viejo mundo no se muere y el nuevo (mundo) tarda en aparecer”, (según la caracterizaba Gramsci).

 

El Acuerdo nacional para entregar a los partidos políticos y al Senado el control y el mandato de organizar un Consejo Constitucional que fuera controlado por varias comisiones, cuya soberanía y poder emanara del Congreso Nacional, y que el Consejo Constitucional se redujera a una copia del Senado, fue acordado con intenciones específicas. Tan absurda fue esta construcción política que las fuerzas de la izquierda y la centro-izquierda que postulaban un Consejo elegido por el voto popular, hoy tendrán que recurrir a la Comisión de Expertos, nominados por las Cámaras del Senado y de Diputados, a fin de que ahora los proteja de la dictadura electoral mayoritaria de la ultraderecha y de la derecha tradicional.

El famoso Tsunami no se explica sólo por el péndulo electoral que en las últimas elecciones de 2020 ha pasado de dar el triunfo a la izquierda más radical en la elección de los Convencionales Constituyentes,  dejando a la derecha sin el poder de veto, al caso contrario, con el triunfo del 7 de mayo de 2023 dejó a la derecha en posesión del poder total, mientras que a la izquierda y la centro-izquierda, condenada a una minoría que nada puede hacer sin el visto bueno de la derecha, ahora dueña del poder constitucional.

La clave del triunfo de la ultraderecha se ubica en una larga crisis de representación, que se ha extendido a la gobernabilidad y a la democracia electoral, que anuncian el fin de un sistema político propio de la democracia burguesa.

El Acuerdo nacional para entregar a los partidos políticos y al Senado el control y el mandato de organizar un Consejo Constitucional que fuera controlado por varias comisiones, cuya soberanía y poder emanara del Congreso Nacional, y que el Consejo Constitucional se redujera a una copia del Senado, fue acordado con intenciones específicas. Tan absurda fue esta construcción política que las fuerzas de la izquierda y la centro-izquierda que postulaban un Consejo elegido por el voto popular, hoy tendrán que recurrir a la Comisión de Expertos, nominados por las Cámaras del Senado y de Diputados, a fin de que ahora los proteja de la dictadura electoral mayoritaria de la ultraderecha y de la derecha tradicional.

El Partido Republicano lógicamente va a tratar de llevar a cabo un reencauche, con concesiones mínimas, a fin de ofrecer a la ciudadanía una Constitución no muy distinta a la Constitución dictatorial del gobierno de Augusto Pinochet, de 1980.

El líder del Partido Republicano, José Antonio Kast, ha sido claro en plantear la existencia de la hegemonía de su Partido hasta las próximas elecciones presidenciales. En el fondo, el eje de la política del Partido Republicano se reduce a la restauración conservadora militarista, que hoy es favorecida por gran parte del electorado, cuya principal preocupación es “el orden por la dialéctica de las pistolas y los puños”, teoría del fascista-falangista José Antonio Primo de Rivera.

 

La derrota del Partido de la Gente, con un 5,48% de los votos, y de la alianza de Partidos, Todo por Chile, con un 8,93%, no sólo expresan el derrumbe del centro político chileno, sino que – a mi modo de ver – no es más que el certificado de defunción de Partidos que han marcado la era de la historia político-democrática  chilena.

Para mantenerse en el poder el Partido Republicano necesita engullirse a la derecha tradicional que, desde ya, la define como “la derechita cobarde”. La ofensiva de la ultraderecha en América Latina, una vez derrotado el Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, responde al liderazgo del español partido franquista de extrema derecha, VOX. La destrucción del sistema democrático, producto de la crisis de representación, es favorable a la ultraderecha al que sólo le  basta el credo simplón del orden y de los gendarmes que lo aseguran a fin de  conquistar al electorado.

La derrota del Partido de la Gente, con un 5,48% de los votos, y de la alianza de Partidos, Todo por Chile, con un 8,93%, no sólo expresan el derrumbe del centro político chileno, sino que – a mi modo de ver – no es más que el certificado de defunción de Partidos que han marcado la era de la historia político-democrática  chilena. La Democracia Cristiana, por ejemplo, con los Presidentes Eduardo Frei Montalva, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Francisco Aylwin, hoy está reducida al 3,80%, con poco más de 300 mil votos; el Partido por la Democracia, fundado por el Presidente Ricardo Lagos, obtuvo apenas un 3,6% de votos; el Partido Radical, que tuvo como Presidentes a Juan Esteban Montero, Pedro Aguirre Cerda, Antonio Ríos y Gabriel González Videla, hoy sólo tiene 1,58% de la votación. El derrumbe de todos estos partidos políticos históricos anuncia la aparición de nuevas combinaciones, como el Frente Amplio, y el rápido crecimiento de la ultraderecha, expresada en el Partido Republicano.

Los votos nulos y blancos, (en esta elección sumaron  más de 2 millones seiscientos, equivalente a un 21,53%), expresan en un alto porcentaje no sólo el rechazo a la situación económico-social del país, sino también una protesta por el sistema acordado por los partidos políticos y el Parlamento, para asegurar la continuidad de la hegemonía oligárquica.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

08/05/2023

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