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lunes, 30 de septiembre de 2013

El cinismo de los genocidas y la cobardía de los presidentes de la Concertación

Adolfo Hitler se suicidó y Philippe Petain fue condenado a muerte y no conozco a nadie que considere injusto su deceso, para el primero y, condena a la pena capital, para el segundo; a nadie se le ocurriría justificar sus actos criminales y su traición a la patria sobre la base de las circunstancias y hechos históricos de su biografía. ¡Qué culpa tiene Clara, la madre de Hitler, de haberlo malcriado! O acaso, ¿el hecho de haber sido un líder de la primera guerra mundial exculpa a Petain de los crímenes perpetrados por la República de Vichy?

Odlanier Mena, el primer jefe de la CNI, la Gestapo chilena que reemplazó a la DINA, es culpable de miles de asesinatos, torturas, desaparecimientos, entre ellos, el “traslado de televisores” – cadáveres retirados de sus tumbas, que aún no se sabe su ubicación –. Al igual que Manuel Contreras, su principal rival - incluso, quiso asesinarlo – negó, reiteradamente, ante los medios de comunicación de que la CNI haya tenido participación en los crímenes que se le imputan. Estos asesinos emplean el cinismo sin ningún empacho, lo cual no constituye ninguna novedad, pues los mismos tipos de argumentos los utilizaron los nazis para justificarse ante el Tribunal de Nüremberg, con la única diferencia de que estos monstruos de la Gestapo no fueron enviados a “colonias de vacaciones” – como en Chile – sino que la mayoría de ellos condenados a muerte.

Tiene toda la razón el rector Carlos Peña en su columna del 29 de septiembre de 2013, al sostener que las circunstancias históricas no exoneran de la responsabilidad moral que le cabe a los Presidentes de la Concertación al construir cárceles VIP y mantenerlas en el tiempo para albergar a genocidas, condenados por la justicia. La ética de la responsabilidad, según Max Weber, exige responder de los actos de gobierno sin buscar tanto subterfugio en las circunstancias; ahora bien, en los casos de los Presidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, que mantuvieron “el hotel cinco estrellas “ del Penal Cordillera, tienen aún menos explicación, pues ya no existía ningún riesgo de regresión autoritaria.

No es que el Presidente Piñera sea muy valiente y haya corrido el riesgo de contrariar a sus partidarios, incluida la mal llamada familia militar que dice votó por él para lograr beneficios para los genocidas, y que ahora lo repudian e, incluso, le achacan la sangre del suicida jefe de la CNI, sino que los Presidentes de la Concertación fueron notoriamente cobardes, que se aterraban ante cualquier rugido del cuerpo militar.

La deuda en derechos humanos, por parte de la Concertación es enorme: baste recordar que se convirtieron en protectores de la familia Pinochet – en este aspecto se lucen Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle, (el último, durante su mandato, jamás concedió audiencia alguna a los familiares de detenidos desaparecidos e hizo hasta lo imposible por traer de vuelta al tirano Augusto Pinochet) –. Y con respecto a los dos Presidentes que les sucedieron, de tendencia socialista, había expectativas de una política más decidida para tratar el tema de las violaciones a las derechos humanos, sobre todo, considerando que Michelle Bachelet fue una de las víctimas de torturas por parte de la dictadura y que su padre murió asesinado en la Cárcel Pública.

Todos los candidatos, salvo Bachelet y Matthei se han pronunciado, ante el clamor ciudadano, por la eliminación de todo privilegio para los genocidas, por consiguiente, ahora por el fin del penal de Punta Peuco y el traslado de estos reos a la cárcel de Alta Seguridad.

Me parece una insensatez comparar nuestro proceso de transición con el español, como algunos personajes de la derecha han pretendido hacerlo, pues no es ningún galardón para el país ibérico dejar en la impunidad absoluta a los franquistas –. Por lo demás, ahora España tiene un Presidente de gobierno ladrón y inepto y, desafortunadamente, no lo pueden echar - el Partido Popular tiene mayoría en el Parlamento -. Si nos comparamos con la Argentina de la señora K, salimos mal parados, pues Rafael Videla murió en una prisión común y corriente, sentenciado por delitos de lesa humanidad.

El acontecimiento del traslado de penal, de “la colonia de vacaciones” al “hotel cuatro estrellas, se ha prestado para el asomo al sol de un puñado de fascistoides – entre ellos dos diputados, Ulloa y Bertolino que, en un país civilizado tendrían muy poco espacio político – que pretenden justificar a estos genocidas.

Rafael Luis Gumucio Rivas

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