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sábado, 19 de diciembre de 2015

Detenidos desaparecidos: los "transportistas de la muerte", el destino final

19/12/2015 |
Por Mario López M.
Hoy se sabe quiénes los secuestraron, los lugares donde los retuvieron de manera ilegal, cómo los torturaron de forma brutal y sus cuerpos nunca han sido encontrados.

La reciente querella criminal de familiares de quienes desaparecieron desde Londres38, marca, una nueva etapa en la lucha de las organizaciones de DDHH para conocer la verdad sobre su destino final. Agentes del Estado, actuando por instrucción de autoridades de la época, con medios públicos y amparo institucional, seleccionaron personas ilícitamente detenidas en lugares clandestinos, los torturaron y luego los trasladaron a lugares desconocidos e hicieron desaparecer sus cuerpos.

Una burla

Después de 30 años reconocieron en parte la existencia de detenidos desaparecidos. Aseguraron que todos los cuerpos habían sido lanzados al mar, intentando cerrar la búsqueda de familiares por saber la verdad. También intentaron evadir responsabilidades por las atrocidades cometidas. Hechos posteriores dieron con restos de algunos de aquellos que habían asegurado que se habían tirado a las aguas. Estaban enterrados de manera subrepticia en unidades militares. Se fue a tierra la mascarada del arrepentimiento. La verdad estaba aún lejos de emerger.

Recientes revelaciones de personal que cumplía el servicio militar en aquella época, dejo al descubierto pactos de silencio que se mantienen hasta hoy. Cambio21 indagó parte de esos destinos que aparecen de manifiesto y de manera aislada en querellas y testimonios, muchos de los cuales no han sido investigados de manera acuciosa y detallada por ningún juez. Quién los seleccionó, quién los trasladó, adónde, cómo los asesinaron si es que lo hicieron antes de hacerlos desaparecer y, dónde están.

La verdad es otra. Algunos fueron arrojados desde el aire al mar en helicópteros del Ejército y provenientes desde la Escuela de Paracaidistas de Peldehue. Otros fueron trasladados por mar, a bordo de embarcaciones como el Trasbordador "Kiwi" en San Antonio, para tirarlos por la borda al océano. Recientes sentencias por torturas cometidas a bordo del buque escuela Esmeralda, el buque Lebu y el Maipo, han indagado si desde algunas de esas embarcaciones, se habrían hecho desaparecer personas.

El kiwi

Declaraciones del patrón del remolcador “Kiwi” en el puerto de San Antonio, Víctor Hugo Reyes, dejaron al descubierto un horripilante hecho: en su nave y con posterioridad al golpe militar, se trasladaron innumerables cuerpos de personas que llegaban a bordo de vehículos de la Pesquera Arauco. “A nosotros, la tripulación del “Kiwi”, nos encerraban en el pañol de cadenas cuando hacían estas operaciones”, confesó.

También participaron el maquinista Manuel Miño y de un ayudante, el “Nacho” Ortiz. El relato, según una investigación del periodista Jorge Escalante, tenía un precedente, las confesiones del capitán de corbeta y práctico de la Armada en San Antonio, Rodolfo Iván Pearce, quien fue además jefe de puerto tras el golpe. Ambos testimonios coinciden. A bordo del Kiwi se trasladaron decenas de cuerpos que provenían de diversos centros de detención, y que eran “sepultados” de manera secreta, en las aguas del Pacífico. Cada viaje llevaba entre diez a doce cuerpos.

Reyes reconoció: “El remolcador 'Kiwi' siempre lo pidió la Gobernación Marítima de San Antonio (…) Yo no puedo decir ni sí ni no, porque tengo que velar por la carrera de mi hijo que es militar y por mi tranquilidad ahora que estoy jubilado. No quiero problemas de esto o de esto otro. Vaya a preguntarle esto a la compañía (Kenrick) porque a ellos la Gobernación Marítima les pedía el remolcador. La compañía sabe de todo esto porque una vez me lo preguntaron”, señaló.

“Hacían lo que querían”

Hubo más testigos de lo que sucedía en ese transbordador. Ortiz  coincidió: “a nosotros nos encerraban en el pañol de cadenas” y confirmó que los viajes “fueron varios” y que “en el remolcador iba Miño que era el maquinista, y el patrón, “el Pituco Reyes” (…) hay otros más que también saben (…) En ese tiempo los marinos hacían lo que querían (…) estaban el capitán Pearce y el capitán Barrientos (…) Los cuerpos los llevaban envueltos”, concluyó Ortiz.

Coincide con otros testigos. “En el remolcador “Kiwi” botaban los cadáveres de presos políticos al mar (…) uniformados iban a buscar a medianoche a toda la tripulación, pasando a recogerlos una camioneta de la Gobernación Marítima. Se hacía un zarpe normal, a la tripulación la encerraban en el pañol de proa donde se guarda la cadena del ancla. Entonces una vez a bordo, llegaba Pearce o Barrientos con una tripulación de marinos de la Gobernación Marítima”.

“Se procedía a cargar los muertos, atracaban el remolcador en el muelle, hasta donde llegaban los camiones de la Pesquera Arauco con unos bultos que eran lanzados desde el muelle a la cubierta del remolcador. Luego se salía a alta mar y a la cuadra del faro de San Antonio, ignorando a qué distancia, botaban los cadáveres”, señalan los testigos. Se presume que su destino final lo saben los que los trasladaron y quienes los arrojaron al mar.

El “mundo subterráneo de los muertos”

Recientemente fue detenido Guillermo Reyes Rammsy, un ex soldado que relató en un programa radial cómo militares se habían deshecho de cadáveres después del golpe y donde él mismo había participado. Una oportuna orden judicial y una rápida operación policial dieron con él. Más allá de lo señalado al medio radial, Reyes Rammsy alias Demián, es autor de un blog en donde relata con lujo de detalles las andanzas en el norte, Iquique y que ahora ratifica frente al juez. Reproducimos algunos pasajes que hablan por sí solos.

“¿Mi sargento, adónde vamos?” Pregunta Demián. “Guarde silencio soldado, usted sólo cumple órdenes” le respondió de manera seca el oficial. Se detuvo el jeep en una puerta de servicio de una unidad militar, y el sargento Mamani ordenó: “Tú, Demián, quédate a un costado del jeep. Ustedes... síganme (…) salieron de inmediato, pero ahora acompañados de dos civiles, maniatados y con su vista vendada. Los subieron al jeep, luego nosotros y en marcha. El preso que estaba a mi lado, tenía el pelo liso y largo, igual que su abundante barba. El otro, pelo corto, tez blanca y repelían un fuerte olor, por el encierro y el mal trato. Dejarlos asearse, a los detenidos, era un lujo”, relata.

“El prisionero sentado a mi lado derecho, tiritaba de frío, de miedo, de incertidumbre. Su rostro vendado, se notaba húmedo. Ellos lloraban su propia muerte. Después, sentí sus cuerpos lánguidos. Ya no tiritaban. Se notaban sus cuerpos diseminados de dolor. Hacia el interior del jeep, a través de una ventana, ingresaba la brisa de la pampa. Se olía húmeda y amarga (…) Sentía que la carretera iba como a un puente, hacia el mundo subterráneo de los muertos. La venda en sus ojos era una sábana mortuoria. Parecía que sus espíritus hubiesen abandonado sus cuerpos”, continúa Demián.

“No quedó nada de ellos”

“¡Disminuye la velocidad, cabo Supanta! Sí. Acá es la güeá. -concluyó el sargento. En medio de la pampa, al costado izquierdo del camino tortuoso, había un cerro de mediana altura. El sargento Mamani ordenó girar en dirección al cerro. Avanzamos varios metros, luego el sargento Mamani, ordenó detener el vehículo diciendo: -Bajen todos. Tú, Demián, trae la caja. El sargento Mamani rompió ese momento demencial y ordenó a los presos caminar. Uno primero el otro después. Después el sargento, el cabo, el pelao Quiroga y yo, avanzamos en fila en dirección al cerro. Parecíamos una procesión de fantasmas.

“Avanzamos unos metros, y el sargento ordenó detenerse. Avanzó acercándose al primer preso, lo tomó del brazo. El cabo Supanta tomó al otro preso también del brazo, avanzaron en línea, pero antes ordenó que el pelao Quiroga y yo, nos detuviéramos. Mamani con un gesto de su cabeza le dio una señal al cabo. Los dos soltaron a los presos. Estos titubearon. El sargento los animó a seguir caminando, y a la vez los dos milicos, desenfundaron sus pistolas. Junto con sacar el seguro, pasaron bala a la recámara, levantaron sus armas apuntando a la nuca de los presos, y al unísono, un solo estampido, un solo fogonazo, los presos en el límite de la vida, con unos ridículos movimientos, traspasaron la frontera de la muerte”. No era todo.

“Cerca de los cadáveres, creía ver una pequeña y casi imperceptible luz, una chispa o algo parecido. Trataba de fijar mi visión en ese destello. Dudaba dentro de mi estado de embriaguez con la marihuana, alucinaba o algo parecido, pero igual ese punto luminoso que avanzaba hacia los muertos, me inquietaba. El sargento Mamani y el cabo Supanta, llegaron junto a nosotros. El sargento Mamani, dejó la caja metálica en el suelo y pegó su vista en la cagá de su reloj unos segundos, levantó su cabeza y dirigió la mirada hacia los cadáveres y delante de nosotros, ante nuestras miradas, se remeció la tierra, el cielo, el infierno, junto con el bramido de la explosión”.

“El sargento Mamani, al vernos, desde su insensible y trastornada forma de cumplir órdenes, emitió una risotada demencial. Burlándose de nosotros dijo: -¡Mira, los güeones! Pelaos maricones, están cagaos de miedo. Llamen a su mamita, ja, ja, ja. - Tomen güeones- El sargento alargó su brazo y ofreció cigarros. Luego la nube se deslizó, llegando la claridad. La nube se internó en la pampa y se disipó, hasta esfumarse por completo. Despareció (…)  los milicos culiaos desintegraron los cuerpos de los dos detenidos. Sólo encontramos un mediano círculo, con una profundidad de alrededor de cincuenta centímetros. El sargento miraba curioso, buscando algún vestigio de lo que alguna vez habían sido unos cuerpos humanos. Para sorpresa de todos, no quedó absolutamente nada. La explosión les había desintegrado hasta la sombra”, concluye el soldado hoy en poder de la justicia.


“Transportistas de la muerte”

Posterior al golpe, Manuel Contreras, procedió a apropiarse de algunos camiones pertenecientes a la estatal Pesquera Arauco. Ellos fueron utilizados para llevar su carga de muerte, prisioneros a su destino final. Declaraciones judiciales de agentes y víctimas, reconocen los vehículos de la compañía cumpliendo la fatídica tarea. Enrique Fuenzalida Devia, ex agente de la DINA, confesó judicialmente: “A Londres 38 llegaban camiones tres cuartos cerrados y acondicionados para la mantención de pescado en frigoríficos, que eran de la Pesquera Arauco. En ellos se traía y sacaba detenidos. Estos camiones frigoríficos de la Pesquera Arauco sacaban desde Londres 38 a prisioneros de la DINA”.

Augusto Pinochet traspasó el 25 de enero de 1974 directamente a la DINA la Pesquera Arauco. Su primer directorio fue presidido por Contreras y lo secundaban Pedro Espinoza y Cristopher George Willike. El mismo alto mando del órgano represivo. También hubo civiles: “Hubert Fuchs y Marco Acuña Ramos estaban relacionados con la DINA; el primero era gerente de la pesquera de la que yo era coordinador y en la que Humberto Olavarría  me prestaba asesoría desde el momento en que él era además, jefe de inteligencia económica de la DINA", confesó Contreras al ministro Adolfo Bañados.

En el caso “Tejas Verdes”, se da cuenta de al menos 7 personas que, “permaneciendo privados de su libertad, sin derecho fueron sacados desde el lugar en una camioneta de la Pesquera Arauco, sin que hasta la fecha se conozca su paradero”. ¿Quién conducía dichos móviles? ¿Quiénes fueron los custodios? Sobre ello no se investigó. No fueron los únicos “transportistas de la muerte”, también hubo civiles que prestaron sus vehículos para llevar  a personas que luego serían aniquiladas y hechas desaparecer. Como los buses puestos a disposición por la CMPC en el caso de la “Masacre de Laja” o en el caso de los campesinos de Paine.


El CAE, lanzados desde el aire

El caso de la profesora Marta Ugarte, fue emblemático para poder conocer efectivamente el destino de miles de personas. Marta fue devuelta por el mar al soltarse las amarras que la ataban a un riel. Su asesino sacó un alambre para ahorcarla al ver que aún sobrevivía a pesar de los tormentos y la inyección de cianuro. El ex agente de la DINA Cristián Álvarez Morales fue detenido y procesado por estos hechos por el juez Víctor Montiglio. Su testimonio y posterior denuncia de sus jefes fue determinante para cerrar el círculo de los criminales que operaban los helicópteros.

“Mar adentro, en la costa de la V Región, el piloto hizo una seña y yo (Cristián Álvarez Morales, el estrangulador), tiré unos ocho bultos al vacío”. La falta de una de las amarras del riel permitió que en el fondo del mar el, cuerpo de Marta  se desprendiera, liberándola hacia la superficie. Por eso, Marta salió desde el océano, transformándose en la única prueba de esa vía de aniquilamiento de prisioneros. Álvarez denunció al juez a los que fueron sus jefes. “temo por mi vida, pues los brazos del Ejército son largos, por eso tengo mucho miedo”, aseguró.

El jefe del CAE, Carlos Mardones, confesó que al iniciar los vuelos, advertía a las tripulaciones: “estas son misiones secretas que ustedes no deben comentar con nadie que no participe en ellas. Ni siquiera deben hablarlo con sus familias”. Antes de cada misión, removían asientos de las máquinas y el estanque adicional de combustible. Se necesitaba espacio para los cuerpos. Los helicópteros salían del aeródromo de Tobalaba hacia Peldehue. Allí esperaban las camionetas C-10 de la DINA con los cuerpos de los asesinados atados a un riel y ensacados. Se subían los "bultos" al helicóptero, que emprendía vuelo hacia la costa de la V Región.

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