"Vi cómo le cortaban la lengua y le sacaban los ojos": Alejandro Bustos, sobreviviente de fusilamiento en Paine. El colorín Bustos, como le dicen nos cuenta crudo relato de cómo fueron asesinados 4 campesinos en manos de camioneros, los integrantes de la familia Kast, Francisco Luzoro y otros empresarios de derecha. Estos criminales hechos se produjeron en la madrugada del 20 de septiembre de 1973.



En esa época, a los carabineros que asesinaron a más de 22 campesinos en esa zona, los llamaron "Los chacales de Paine". 
Fueron declarados culpables de haber participado en la desaparición de 22 pobladores o campesinos de la zona en lo que se denominó como “La matanza de Paine”, cuando estos campesinos detenidos por carabineros y civiles fueron asesinados sin ningún cargo o juicio y lanzados al río o algún canal de regadio.
Paine, en proporción a su gente, es la comuna de Chile en la que mayor cantidad de civiles participó en aquella oscura y siniestra época, entre ellos los familiares del ex candidato de extrema derecha y ex UDI, José Antonio Kast, dueños de la empresa de alimentos Bavaria, que desde el mismo 11 de septiembre de 1973 apoyaron con comidas y bebestibles a los carabineros y grupos de civiles, que integraban, muchos de ellos el grupo fascista Patria y Libertad.
Entre los asesinados está el padre de la abogada de derechos humanos Pamela Pereira.

El testimonio del único sobreviviente, Alejandro Bustos, ‘el colorín de Paine’, es escalofriante:

"Me llevaron a la Comisaría. Vino otro carabinero con un alambre y me amarró las manos atrás por la nuca, después me empujaron de la banca para dejarme botado en el suelo. Cuando empezó a oscurecer, sacaron unas chuicas de vino y empezaron a prender fuego para un asado.
Había carabineros y civiles, casi todos camioneros. Estaban los Carrasco, el Tito y el Toño Ruiz Tagle, el peluquero Aguilera, el Pato Meza, Miguel González, Carlos Sánchez, el Jara, el Cristián Kast, Larraín, Suazo. Eran unos quince civiles y unos dieciocho carabineros, yo los veía desde mi rincón cómo se reían y emborrachaban, pero estaba muy quieto, porque cuando se acordaban de mí, se acercaban civiles o pacos a darme de puntapiés por las costillas.
Al rato vinieron a hacerme tragar más vino y uno dijo "a este guevón hay que pasarlo pa'dentro, pa'que sepa lo que es canela", entonces Retamal me sacó el alambre y empezaron a empujarme al calabozo. Estaba muy oscuro y había mucha gente parecía. Apenas cerraron la puerta las personas que había adentro empezaron a preguntarme si estaba bien. "Es el Colorín", dijo uno en voz baja que no alcancé a reconocer porque entraron los pacos casi en seguida y me sacaron al pasillo. "Tenís que decir toda la verdad, ¿son o no son comunistas los que estaban ahí adentro?".
Como yo les dije que no, me pescaron a cachetadas y el Moya gritaba que si estábamos metidos en la "JAP", estábamos en política, "y en qué entrenamiento andabai metido, guevón, p'tas que soy bueno pa'mentir". Se aburrieron de pegarme. "Vamos a comer será mejor", dijo uno y me empujaron de nuevo al calabozo. Un rato después empecé a reconocer a los compañeros, eran todos gente re buena, Carlos Chávez, Luis Ramírez, Orlando Pereira, Raúl Lazo, también Calderón el del Escorial. Empezamos a conversar entre nosotros, de quienes éramos y si estábamos heridos; varios me preguntaban si había visto a sus esposas.


Serían, creo, la una de la mañana, cuando el paco Retamal abrió la puerta del calabozo, con él entraron Leiva y Manuel Reyes, carabineros también. Nos hicieron salir por detrás de la guardia mientras Claudio Obregón y Carrasco nos nombraban por una lista. Cuando le tocó salir a Calderón, Carrasco le dijo "vos te quedai por ahora", y lo devolvieron pa'dentro cerrándole la puerta.
Atrás de la guardia nos esperaba un furgón verde y el auto crema de los Carrasco, también estaba la camioneta verde de don Jorge Sepúlveda, la camioneta amarilla de Obregón, y el auto de González. Nos subieron al furgón y los autos partieron, los propios dueños los manejaban.
El furgón iba al final de la fila y lo conducía el carabinero Juan Valenzuela. Nosotros nos preguntábamos mientras tanto que si estarían llevándonos al Estadio Nacional o al Chile o al Regimiento de Chena, sólo ese tipo de sitios nos imaginábamos pero, a pesar de la sospecha tremenda, a ninguno se le ocurrió mencionar que nos llevaban a algún escondrijo para matarnos. Mucho más allá, cuando el finao Ramírez que era evangélico empezó a orar, se me puso la carne de gallina; supongo que a todos les pasó lo mismo porque empezaron a encomendarse a Dios, a los santos; yo también recé porque soy católico, devoto de la Virgen.
Llegó un momento en que nadie más conversó de nada con nadie, no nos atrevíamos supongo porque era evidente. Recién por Champa el finado Chávez lo dijo, estábamos todos rezando y él nos interrumpió, "van a matarnos", dijo enronquecido, después en voz baja agregó, "el que quede vivo que sea hombre y cuente dónde van a botarnos". Un momento más tarde, como si hubiera tenido una revelación, me dijo, "usted Alejo, que va salvarse, avise que estamos muertos".

Cuando nos bajaron del furgón y vimos en fila los autos con los faroles encendidos, no nos cupo duda. Hasta allí yo todavía creía que podían estar amenazándonos solamente, pero empezaron a empuñar las metralletas, todos ellos, civiles y carabineros, nada más que hablar.
El sargento Reyes nos condujo a empujones a la orilla del río, y burlándose de nosotros nos hizo levantar los brazos, "¡vamos a matarlos por no ponerse de acuerdo en sus mentiras!". Sucedió todo en un segundo, lenguas de fuego salieron por los cañones y las ráfagas comenzaron a rugir.
La noche pareció iluminarse con demonios y una quemazón en el brazo me echó al suelo, cai revolcándome, Orlando Pereira cayó encima mío, su sangre corrió por mi cuerpo. Quedé de costillas al lado del sargento Reyes y Pancho Luzoro gritó "éste ya está muerto!", entonces con Daniel Carrasco me tomaron de las piernas para arrojarme al agua. Pero no alcancé a caer, unas moras me detuvieron. Desde allí alcancé a ver cómo a los otros los remataban, o no sé si estaban todavía vivos porque eran miles de balazos y les seguían disparando. Creo que casi todos ya estaban muertos, pero igual, pararon de disparar y empezaron a torturarlos.
Vi cómo a Raúl Lazo le sacaban los ojos y la lengua, pero al menos gritaba, a los otros les aplastaban la cabeza con peñascos, con palos. Parece que ya no les quedaban balas, todo era ahora con piedras y cuchillos, y entonces los empiezan a empujar al agua como a mí. Tiran a Orlando Pereira pa'abajo y cae encima mío, y ahí sí que me fui abajo, se desprendieron las moras, la corriente estaba fuerte.
Empecé a ahogarme y en mi desesperación me agarré de una raíz de sauce y un remolino comenzó a darme vueltas. Una persona a mi lado se ahogaba también, se hundía y salía a ratos; era el mismito Orlando Pereira, "soy yo Colorín", me dijo, con la cantidad de cortes y heridas que tenía logró reconocerme. Después me pidió que lo tratara de sacar del agua, pero yo no me lo podía porque estaba con el brazo dormido, ni siquiera lo sentía; él sin embargo no sé cómo pudo sacarse una chomba que llevaba puesta y se la cruzó por la cintura, quería amarrarse de la raíz pero yo no pude seguir afirmándome y el agua nos arrastró hasta otro remolino que comenzó a darnos vueltas hundiéndonos.
Trataba de respirar las veces que salíamos a flote, era lo único que me importaba, se me ocurre que yo mismo me había abandonado, aunque con el brazo bueno continuaba tomado Orlando no sé si para salvarme yo o para salvarlo a él. Veía todo negro y sólo sombras que giraban y giraban.
En una de esas vueltas el remolino nos empujó a un banco de arena y ayudándome un poco logré varar allí, pero a Pereira ya no lo alcanzaba. De repente el remolino lo reflotó y ahí sí que pude, lo tenía agarrado de la chomba apenas, pero de a poco lo fui tirando hasta que varó también al lado mío.
En ese momento justo se limpió la luna y pude verlo clarito, entonces me dijo "hasta aquí no más Rucio, voy a morirme", y se echó sobre mis piernas tiritando y tiritando hasta que ya no se movió más. Tuve que sacármelo de encima. Murió a mi lado sin que yo pudiera hacer nada, nada; me dejó ahí solo y no veía a ninguno de los otros, pero sí el resplandor de los autos de nuestros fusiladores que se retiraban, los motores me quedaron sonando el cerebro, después nada más. Tenía que reaccionar para ver al menos dónde estaba y lo conseguí en una curva un poco más allá, donde alcancé a ver esos riscos grandes donde tiraban las naranjas malas; allí mismo nos habían botado, como a fruta podrida. Trataría de salir de algún modo, además ya no había más que hacer con el pobre de Orlando, quedó allí varado en el banco de arena. Me puse su chomba en la herida y me arrastré entre medio de las moras".

Orlando Bustos pudo sobrevivir para contar esta terrible historia que hoy cumple 45 años exactos de la venganza de civiles de derecha y uniformados contra personas indefensas....