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domingo, 16 de septiembre de 2018

Hugo Dolmestch tras fallida acusación constitucional: “Es grave que en un país los jueces estén atemorizados”

Autor: Leslie Ayala C.

El presidente de la Sala Penal de la Corte Suprema, Hugo Dolmestch, admite que “le duele” que casi al término de su carrera tuviera que enfrentar una acusación constitucional. Más aún porque, asegura, viene advirtiendo hace años a los diputados “que las libertades iban a beneficiar a militares, que había que modificar la ley, porque eso nos iba a estallar en la cara..., y lo peor es que me estalló a mí”.


Descorchó una botella de champaña junto a su esposa y se la bebió casi entera. Solos. Así describe el ministro Hugo Dolmestch el íntimo festejo que tuvo la madrugada del viernes 14, luego de que la Cámara de Diputados, pasada la medianoche, rechazara la acusación constitucional presentada en su contra y dos de sus pares de la Sala Penal, Manuel Antonio Valderrama y Carlos Künsemüller.
A solo horas de esa celebración, Dolmestch está en su despacho, en el tercer piso del Palacio de Tribunales, meditando lo ocurrido en las últimas semanas. Acaba de recibir la visita del exministro Milton Juica, quien declaró a favor de los supremos en la comisión que tramitó el libelo que buscaba remover a los tres jueces del Poder Judicial, luego de que concedieran siete libertades a reos de Punta Peuco condenados por delitos de lesa humanidad.
En una esquina de su despacho hay una foto de sus cinco hijas. La mira y dice que han sido días difíciles, pero que el apoyo de su familia fue fundamental. “Ellas me dijeron que ‘pase lo que pase, no hay nada que hayas hecho que nos avergüence, sino todo lo contrario, tu carrera es algo que nos enorgullece’”.
Ya con la mente fría. ¿Se arrepiente de haber acogido esos amparos, haber decretado las libertades condicionales para los agentes condenados por violaciones a los DD.HH.?
Como juez, mis decisiones siempre son bien meditadas, no tendría por qué arrepentirme de lo que decidí en aquella oportunidad. Estuve de acuerdo con esas libertades y por algo las firmé. De manera alguna, entonces, podría arrepentirme. Nosotros estudiamos los antecedentes y veo que no es posible no solo que no se pueda impugnar, sino que sencillamente estoy de acuerdo con ellas, por algo las firmé.
De juez acostumbrado a acusar o condenar pasó a ser acusado. ¿Tuvo miedo de que lo removieran del Poder Judicial?
Fue duro, nunca pensé que pasaría por algo así, más aún ya terminando una extensa carrera judicial. Me dio pena, pero no miedo. Lo encontraba injusto. Escuchaba a personas diciendo que yo y los otros acusados estábamos apoyando la impunidad. Imagínese, escuchaba esas versiones de la gente y las encontraba injustas y pensaba: ¡Qué tengo yo que ver con eso!, si yo como juez solo estaba aplicando la ley vigente. Pero eso era esto, un juicio político. Uno como juez no conoce el mundo político y tampoco lo entiende, yo cuando oía eso que decían era como ¿están hablando que yo hice eso?
La queja de quienes presentaron la acusación en contra de ustedes era que no respetaron acuerdos internacionales suscritos en materia de derechos humanos como el Tratado de Roma. ¿Qué piensa de eso?
Cuando se nos ha pedido o se nos quiere exigir que interprete que en el derecho internacional está prohibida la libertad condicional de gente que ha cometido delitos de lesa humanidad, yo me he resistido, porque creo que no existe norma expresa que así lo determine. De hecho, creo todo lo contrario: el derecho internacional, especialmente de Occidente, es un derecho que existe para todos. A mí me impactó mucho cuando vino el Papa y dijo ‘una condena sin esperanza no es condena. Es tortura’. Y eso es lo que yo creo.
Pero, ¿y el Estatuto de Roma?
Bueno, el Estatuto de Roma lo analizamos en el fallo. El artículo ese se refiere básicamente a las rebajas de condena de criminales de lesa humanidad, pero eso no tiene nada que ver con un beneficio. En la libertad condicional la condena propiamente tal no se altera: es otra forma de cumplimiento. Mire, nosotros somos un país joven y pobre, y los jueces tenemos que recurrir, a veces, a una legislación también pobre y antigua, y ahí hay un punto en que es imposible juzgar beneficios con una norma de un siglo atrás. No creo que sea posible que alguien, pese a cumplir todo los requisitos objetivos, no acceda a la libertad condicional, yo creo que todos los presos deben tener una lucecita de esperanza. Ahora, si la legislación interna a mí me exige otras cosas, eso es distinto y ese no es problema nuestro, es de los legisladores y eso lo dijimos siempre.
¿Se lo advirtió al Congreso?
Claro que sí. Cuando fui presidente de la Corte Suprema me reuní muchas veces con parlamentarios y les advertí que el tema de las libertades condicionales en algún momento iban a beneficiar a militares, que había que prepararse, modificar la ley, porque esto nos iba a estallar en la cara.
Y les estalló cuando concedieron siete libertades seguidas a agentes del régimen militar…
Claro, lo peor es que me estalló a mí. No sé si usted recuerda, pero se creó una comisión investigadora en un momento en que se concedieron muchos beneficios a reos comunes en Santiago y Valparaíso. Bueno, ahí como presidente conversé con parlamentarios y ya estaba en el ambiente que eso se trasladaría a militares condenados. Nunca salió la ley y, de hecho, nunca ha salido.
A propósito de esta acusación, se agilizó un proyecto que pondrá mayores exigencias a beneficios para criminales de lesa humanidad…
Claro, por eso me llama la atención lo que decían algunos de que ‘cómo era posible que no hayamos exigido otras cosas’, y yo me preguntaba, pucha, si era tan claro por qué entonces ellos no sacaron nunca esa ley.
Esta postura “humanitaria” en la aplicación del derecho que usted defiende le ha generado críticas de los familiares de víctimas del régimen militar. Aún pesa en ellos “la media prescripción” que aplicó en condenas. ¿Le pasó la cuenta esta bautizada “doctrina Dolmestch”?
Oiga, ¿quién habrá llamado eso así? Bueno, puede ser que haya sido también por eso, pero yo soy juez y tengo una formación determinada que me hace darle sentido a aquella expresión aristotélica que dice que la justicia sin misericordia no es justicia. Porque este trabajo nuestro, el mío como juez, es bien particular. Uno condena a personas que tienen familia, una historia, y ¿sabe?, solo los magistrados podemos entender la situación desmejorada de un reo frente a un juez.
Pero se señala que para ellos la media prescripción fue una especie de “impunidad disfrazada”…
Bueno, no sé cómo lo califican ellos, pero también fue una forma de hacer justicia a cierta gente. Le vuelvo a decir, una cosa es que ese hombre haya cometido un delito, pero ese hombre necesita un trato adecuado.
¿Aunque sea un criminal de lesa humanidad?
Aunque sea un criminal de cualquier delito. A todos les asiste derecho a defensa, a un trato digno y un justo proceso. Yo creo que nadie, menos un juez, tiene derecho a atropellar a la gente. Nosotros buscamos la verdad, pero un juez nunca puede olvidar que está tratando con personas. Puedo entender también el sentir de los familiares de las víctimas. Los conozco a muchos, fui juez instructor, conversaba a diario con ellos, pero ¿sabe?, ese trato digno tiene sus frutos y están en poder hallar la verdad y sancionar. Si usted revisa mis procesos, mis fallos cuando era instructor o juez de fuero de causas de derechos humanos, verá que todos esos condenados están confesos. Desarticulamos a toda la CNI. Usted lee un fallo mío y parece una novela: todos confiesan, salvo uno o dos jefes de organismos de inteligencia que nunca lo hicieron. ¿Por qué lo hicieron? Bueno, creo que confesaron sus crímenes por ese trato humanitario que tengo con el que está al frente.
Pese a la acusación constitucional que le presentaron, esa postura no va a cambiar…
¡Estoy a punto de jubilar! Eso no va a cambiar. En lo personal, creo que el juez es un hombre que debe estar cada día más libre de prejuicios, porque los prejuicios alteran la conciencia. Un juez no puede ideologizar su función y decir ‘los rubios, los morenos, estos no me gustan, estos sí me gustan’, o un grupo social… Estoy en contra de eso. Yo investigué estos casos, conocí de cerca lo que ocurrió, pero no puedo ir prejuiciado en contra o a favor de… todo lo contrario, la ley me lo tiene prohibido.
¿Cree que este proceso va a tener un carácter disuasivo en futuros fallos donde se aborden beneficios para violadores de DD.HH.?
No lo sé. El peligro de todo esto era que pudiera constituir una especie de amenaza a la función judicial. Y hay una cosa que a mí no me cabe ninguna duda: es grave que en un país los jueces estén atemorizados, porque se pone en riesgo el estado de derecho. Cuando el juez está atemorizado no puede cumplir con libertad su convicción y su trabajo, y la gente no recibe lo que debe recibir, un juicio justo. Eso es peligroso.
¿Cree que eso va a pasar? ¿Si le corresponde resolver otra vez un amparo por una libertad denegada a un reo de Punta Peuco no se lo va a otorgar para que no lo vuelvan a acusar?
No, no creo. No sé lo que va a pasar, no puedo anticipar lo que va a ocurrir. Uno tiene que estudiar el caso a caso con la mente desprejuiciada. Cuando llegue lo veré, además, se supone que la ley va a cambiar.
¿No cree que los ministros quedan bajo amenaza de una próxima acusación constitucional?
Podría ser, pero me da la impresión de que nuestros jueces no solo respetan, sino que admiran mucho la independencia. Y ellos se han manifestado en todas las oportunidades libres e independientes. Aprovecho de mandarles un mensaje a todos los jueces de Chile, de que esto lo tomemos como un incidente que no altera nuestra función y que sigan manteniendo la independencia que siempre hemos tenido y que es nuestra fortaleza.
El ministro Juica dijo que durante el régimen militar y los primeros años de democracia la Corte Suprema no estuvo a la altura, ¿Comparte eso?
No quiero calificar, pero efectivamente eran otros tiempos. Hoy día es fácil dárselas de héroe. Yo no tengo condiciones de héroe, no ando ni cerca tampoco. A Milton, a mí, nos tocó otra época. Teníamos la ayuda de los familiares, de los abogados de derechos humanos, y los peligros eran casi inexistentes. El que aplicáramos la imprescriptibilidad y la introducción del concepto de lesa humanidad fue gracias a ellos, y los jueces lo transformamos en una convicción.
Su trayectoria, haber investigado y condenado a responsables de violaciones a los derechos humanos, no fue tomado en cuenta a la hora de acusarlo. ¿Cómo vivió eso?
Fue doloroso, sí. Pero tenía la fortaleza que me dio mi familia, que me blindó. También agradezco a mi abogado, Davor Harasic, que me defendió de tan buena forma, y el gesto de Fernando Saenger, que apenas supo de esto viajó de Concepción a ofrecerme ayuda. Al final no pudo ser mi abogado, pero esas cosas quedan.
Muchos penalistas litigantes suscribieron cartas en apoyo público a los supremos acusados. ¿No le resta independencia? Usted va a estar ahí fallando sus causas. ¿No es un lío?
¡Para nada! Las inhabilidades tienen que ver con procesos determinados e intereses con las partes. Para mí, lo que hicieron fue un homenaje. Se trataba de abogados y profesores penalistas. ¡Quién más que ellos nos conocen! Pero eso no significa que yo vaya a tener compromiso de gratitud y que se vaya a manifestar en una causa, eso nunca.
¿Pagó por su defensa?
No, nada. Fue ad honorem.
El pleno de la Corte Suprema mandó varios gestos al Poder Legislativo de molestia. ¿Qué le pareció?
Fue muy reconfortante cómo se comportó el pleno. El punto ahí no era la defensa individual de nosotros, sino lo peligroso que otro poder del Estado pudiera revisar el contenido de los fallos cuando estos no les gusten. Es decir, sí pueden ser revisados, pero cuando un juez mienta, por ejemplo, que no era el caso. La Corte Suprema entendió que esta acusación traspasó los límites de la crítica al actuar de un juez individual y pensó que no podía silenciarse cuando estaba en riesgo la independencia y el respeto de los poderes del Estado. Entró el temor de que esta revisión de fallos se extendiera a otras materias y eso no puede suceder.
¿Qué le parece que haya un proceso de remoción del fiscal nacional, tres jueces acusados y hasta un juicio al contralor?
Pienso que no le hace bien al país tanta desconfianza en sus instituciones. La desconfianza lleva a la beligerancia y esto, más allá de una pérdida de respeto, puede multiplicarse y provocar caos. Y esto lo digo como ciudadano, no como juez, estos climas enardecen a la gente y debemos tratar de evitar estos escenarios.
Se investiga un multimillonario fraude en Carabineros, también en el Ejército, hay financiamiento ilegal de la política, ¿Chile está en crisis?
No, y tampoco corrupto en 100%. Si nos comparamos con los países vecinos en términos de corrupción, somos unos aprendices. Tenemos muchas fortalezas los chilenos, pero este ambiente en que podemos caer de beligerancia y querer atacarlo todo no es bueno. Me preocupa como ciudadano, no como juez, porque ahí mi función es otra.
Le queda poco más de un año en el Poder Judicial, ¿va a resentir esta etapa?
Me da pena, claro. Nadie quiere terminar así. Por muy blindado familiarmente que esté y que ya estoy en edad y condiciones de jubilar mañana, para qué le voy a mentir, me daba pena la posibilidad de terminar así mi carrera, removido. Pero eso ya pasó y le aseguro que el próximo jueves, cuando volvamos a trabajar, todo estará olvidado.
¿Borrón y cuenta nueva?
Yo siempre califiqué esta acusación constitucional de muy injusta, pero ya no me molesta y no tengo rencor. Ya se me olvidó. Era un proceso nuevo que no conocía, salvo por lo teórico, y no es lo mismo conocer un juzgado que estar ahí como imputado. Pero bueno, ellos cumplieron con su labor.
Hay varios casos penales pendientes donde hay involucrados parlamentarios. Yo sé que usted es juez de la Corte Suprema, pero ¿no sería humano pensar que usted podría darles una vuelta de mano a estas personas que lo acusaron?
¿Como venganza? ¿O dar una vuelta de mano para bien? Ni yo lo pienso, ni ellos lo piensan. Esto es así, sin llorar. Nosotros todos los días estamos condenando gente, todos los días. Imagínese si guardáramos rencor o nos enojáramos, sería un caos. Yo conozco tantos parlamentarios, son amigos míos algunos, y votan en mi contra, y está bien, pues. Yo no me voy a enojar con ellos. Así funciona la institucionalidad, lo que hicimos fue defender nuestras conductas. Yo estaba tranquilo, porque sabía lo que había hecho, es como el delincuente, un gallo que sabe que hizo algo mal tiene miedo, porque lo van a pillar, pero le vuelvo a repetir, susto yo no tenía. Y quiero volver a destacar: que esto nos sirva para mantener la confianza y los jueces han demostrado tener cojones para esto. Muchas veces nuestra pega, nuestro trabajo no va a gustar, pero mientras estemos apegados a la ley, hay que seguir caminando frente en alto.
El argumento de legitimidad para las decisiones cuestionadas suena como lo siguiente: “Si nosotros fuimos capaces de condenar a estos violadores de derechos humanos tenemos la legitimidad para decidir dejarlos libres”. ¿Fue esa la intención?
No, para nada. Aquí, sencillamente, operó la ley. Y fíjese que la ley es peligrosa, porque cuando no hay, usted tiene que interpretar y puede ser por extensión máxima y el juez se puede extralimitar, que es de lo que me acusaron ahora, pero creo que una interpretación extensiva de la ley no puede alcanzar un absurdo, lógico, pero tampoco puede causar un daño como el cercenamiento de derechos.
Incluso si esos derechos son para violadores de derechos humanos….
Para mí son todos iguales y yo creo que mientras no haya una norma, sigue siendo así. Ahora, con esta nueva ley se acabó el problema. Esperemos que esta vez llegue.

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