Ingresé a un taller en la Sociedad de Escritores, a un taller que había por aquí a la vuelta, Simpson #7. Escribía y siempre es bueno verse con los otros. Era un momento muy oscuro y estar en espacio público era un riesgo, todo era complicado para mí en ese momento. Pero fue muy intenso y lleno de activismo cultural publicando revistas, trípticos, todo lo que tenía que ver con la expresión, la palabra y la libertad. Verse en publicaciones como el diario literario Al margen, ahora resulta inexplicable, porque todas las garantías individuales estaban bajo sospecha. Publicar Bobby Sands sin permiso del Ministerio del Interior ya era desobediencia civil.
Primero fue el taller con el escritor Jaime Quezada, Floridor Pérez y Jaime Lizama. Luego formamos el grupo Tralca, todos los grupos eran de alguna tendencia política en la clandestinidad. Lo clandestino era un modo de ser, leer, leíamos a mano una entrevista a Matta muy codiciada, pues usaba un lenguaje suelto, sin mesura a como estábamos hablando nosotros a medio tono, en murmullo y asustados de no decir…
El fascismo partía de un afán de parar reformas de voluntad histórica e idealismo. Era peligroso porque el socialismo de Allende fue idealista, no realista. Me permite pensar en ese infierno, todavía tengo momentos borrosos, de nuestra vivencia que lo veo como una noche clandestina, ahora que desempolvo el librero y aparecen libros sin tapas, Roque Dalton, Neruda. Es una maravilla ver todo lo que tenía guardado, lo releo y pienso en una de esas noches, en la que después de nuestras reuniones del Colectivo de escritores jóvenes, bajábamos al subterráneo López Velarde a tomarnos un vino y los sanguches de pernil con tomate y ají verde picado que hacia Doña Mina, la cuidadora.
Allí las charlas eran de pura información del entorno represivo y lo literario. Esa noche me saluda un conocido y me toma del brazo, me para frente a una mujer sentada y le dice a ella, te presento… luego Stella me dice, ¿sabís que esa mujer es la escritora Mariana Callejas?, miré en silencio la mesa de enfrente.
Pasaron unos días y me mostraron un cuento publicado en un medio alternativo, llámese revista, tríptico, que en la nebulosa del tiempo y los baches en mi memoria se esfumó de tal manera, que nos fuimos preguntando de esquina en esquina.  Lo comentamos en el grupo Tralca con sorpresa, iba pasando un escritor y le preguntamos, nos respondió que era una buena escritora, pensamos que la literatura es ética. Lo cierto es que algunos sabíamos quién era esta espía, pero también era una información peligrosa. Ella era agente de la DINA en ese tiempo y tener una colega con esa ficha, que andaba cerca, no me hacía gracia, había un entorno de sospecha muy fuerte. Yo al menos allí en ese momento no abría la boca y trataba solamente de participar en recitales. El hecho que Mariana Callejas fuera a la SECH y se sentara frente a nosotros, era inaudito y nos provocaba. Era estar con el enemigo, tal vez porque también ella se paseaban agentes de la policía secreta.
Quién iba a pensar que a la agente que había participado en asesinatos tuviera que darle la mano en un espacio tan neutral como es un organismo de escritores. Quién hubiera pensado en esos mismos años que ella se paseaba en la SECH donde el poeta Pablo Neruda había conseguido la casa del escritor, ella la pisara. Quién hubiera pensado que esa misma agente de un organismo clandestino funcionaba en un taller como escenario encubierto de una casa de tortura en su subterráneo.
Años atrás en los noventa se desató un escándalo porque Bolaño vía Lemebel habrían nombrado gente que por razones muchas llegaron a participar de sus fiestecillas literarias de alto vuelo mientras abajo se usaban herramientas para el sufrimiento extremo, ¿cómo no se escucharon sus gritos de dolor?, ¿cómo llegaron a esa casa? Imagino que debieron tener relaciones de élite para alcanzar a esa mansión del horror. Y ella, Mariana, llegaba a la casa del escritor suelta de cuerpo. Y ella publicaba en las revistas de oposición. Todo esto sucede solo en Chile.