Los tinterillos que redactan un adefesio que osan llamar Constitución están decididos a hacer de Chile un país en el que afeitan gratis. Ya puestos, Luis Casado se hace un deber patriótico en aportar su grano de arena. |
“Desde 1501, por iniciativa de Isabel (la Católica) se practicó la encomienda, distribución del suelo que España ya favorecía en Andalucía con las tierras arrebatadas a los Moros. Un sistema muy simple, casi demasiado simple: se les daba a los capitanes españoles lotes de tierras, a menudo muy importantes, con aldeas, riachuelos, subsuelo y población. Los habitantes, reconquistados y sometidos, -o simplemente conquistados-, eran puestos a la libre disposición de sus nuevos amos. Trabajaban y pagaban tributos. Un quinto de todos los recursos era para el rey. Sistema brutal, de un feudalismo ya muy arcaico a principios del siglo XVI, que le deja al jefe plenos poderes sobre los bienes y sobre las personas.” (Jean-Claude Carrière. La Controversia de Valladolid - 1992). Escribe Luis CasadoComo sabes, en los sistemas monárquicos la nobleza y el clero estaban exentos de tributos, gabelas, contribuciones, gravámenes, cánones, tasas, peajes y aranceles. Tal privilegio hizo sus inmensas fortunas visto que quién cobraba eran precisamente ellos, el clero y la nobleza. Para más inri impartían justicia: castigos, golpes, torturas, mutilaciones, encierros varios e incluso la pena de muerte, lo que presentaba la no despreciable ventaja de calmar las veleidades reivindicativas. Como una alegría nunca viene sola, utilizaban libremente la fuerza de trabajo de los pringaos en virtud de un principio que mucho más tarde adoptó el muy moderno apelativo de win-win: a cambio de trabajarle gratis a sus amos y de pagarles además un pesado tributo, podían vivir en sus tierras, ser sus súbditos, ofrecerles la virginidad de sus hijas y procrear para generarles más mano de obra. El feudalismo, como anota Jean-Claude Carrière, fue brutal, y generó clases ociosas que ocupaban lo mejor de su tiempo construyendo castillos y divirtiéndose. Uno de sus más refinados pasatiempos era la guerra, “única diversión de los poderosos a la que invitaban a los miserables”, escribió Henri Jeanson. Las buenas costumbres y las nobles tradiciones son resilientes: más de cinco siglos más tarde tales prácticas no han desaparecido del todo. La fastuosa cena que la hace unos días República le ofreció en Versailles a Charles III, a Camilla y a una reducida cáfila de ablandabrevas, -con vinos a 2.700 euros la botella y un menú que incluía langosta azul de Bretaña, mientras los pringaos se limitan a dos comidas al día en razón de la inflación-, es un significativo indicio. |
Hace unos años Claude Jamin pudo cometer un libro titulado La Dulzura de Vivir. De una estética de la gracia en el siglo XVIII (Ed. Prensas Universitarias de Rennes - 2011), en el cual manifestó una conmovedora admiración hacia los portentos de aquella época inolvidable: “Se decía, después de la Revolución, que la Dulzura de Vivir había desaparecido. No los fastos del Antiguo Régimen, ni el extraordinario impulso intelectual de ese siglo sino más bien una manera de ser, cuya desaparición provocaba nostalgia. Se trataba de una relación privilegiada con el mundo, o de una mirada particular, difícil de imaginar hoy en día. Era, en cierto modo hacer ascender lo que hay de divino en sí mismo hasta lo que hay de divino en el universo. Esta ascensión es propiamente la experiencia de la gracia, que supone una belleza del mundo y en prolongación una posible belleza de la persona en su espíritu y en su cuerpo, que los pintores intentaron representar” (sic). |
La próxima vez que veas la Gioconda de Leonardo da Vinci en el Louvre, -aun cuando para tales efectos da igual que le eches un ojo a Diana saliendo del baño de François Boucher-, evoca la inimaginable aflicción y la indescriptible pesadumbre de la nobleza y el clero ante la desaparición de La Dulzura de Vivir, precisamente en el siglo que -por otras razones- llamaron El Siglo de las Luces. |
Sin embargo, ya se dijo, no todo se perdió en el camino. Una característica de esta época, en el ámbito económico, es el rechazo, por parte de los patrones, de los tributos, tasas y contribuciones que toman el nombre genérico de impuestos. Tal parece que la tan anhelada competitividad depende del grado cero de la tributación de las actividades empresariales. La organización de la vida en sociedad, la estructuración de formas organizadas de convivencia, el ordenamiento que se traduce en la existencia del Estado y de un gobierno, exigió desde el comienzo la disponibilidad de recursos económicos. Quienes vivían en un entorno del cual obtenían algún tipo de ventaja (seguridad, protección, servicios…) debían pagar un aporte para el mantenimiento de tales ventajas. Era el caso de los siervos durante el feudalismo y la monarquía. El señor feudal ofrecía protección gracias al mantenimiento de una fuerza armada que protegía el feudo y las actividades que en él tenían lugar. Así, por ejemplo, desde el siglo XII en adelante, gracias a la protección de los duques de Champagne, se desarrollaron las Ferias de Provins y otros pueblos medievales en las cuales comerciantes y productores intercambiaban productos provenientes de toda Europa e incluso de Asia y África. Los condes de Champagne cobraban tributos que hicieron su poder y su fortuna, y acuñaron una moneda, el denario de Provins, cuya credibilidad fue tan grande que era aceptada en un entorno geográfico aun más grande que la actual Unión Europea. Algo más tarde, en el siglo XVIII, ya en el capitalismo, Adam Smith postuló que los impuestos podían ser asimilados a la contribución que paga cada habitante de un condominio a cambio de las ventajas que le procura el vivir en un entorno protegido. Smith fue más lejos, señalando que la contribución debía ser proporcional a las ventajas que retira cada habitante del sitio en el que vive. En otras palabras, el que obtiene más, debiese pagar más, y el que se beneficia menos, pagar menos. El autor de La Riqueza de las Naciones explicó sucinta y claramente la utilidad de los impuestos: ellos sirven “Para financiar el gobierno civil”. Agregando algo que no debes perder de vista: “Los ricos, en particular, están necesariamente interesados en sostener el único orden de cosas que puede asegurarles la posesión de sus ventajas (…) El gobierno civil, en cuanto tiene por objetivo la seguridad de la propiedad, es instituido en realidad para defender a los ricos contra los pobres, o bien, aquellos que tienen alguna propiedad contra aquellos que no tienen ninguna.” (Adam Smith. La Riqueza de las Naciones). |
Se ve que la progresía que nos desgobierna hizo suya la enseñanza. Los otros, los privilegiados, nacen con ella en el ADN. Dicho lo cual habría que ser muy cándido para concluir en que, por consiguiente, los ricos pagan religiosamente sus impuestos. Muy tempranamente, quienes obtenían la mejor parte del entorno en que vivían se dieron cuenta que podían sustraerse al impuesto aumentando aquellos que pagaban los pobres. Es verdad que los pobres tienen poco dinero, pero hay tantos pobres… De ahí que -como se dijo- bajo la monarquía, tanto la nobleza como el clero estuviesen exentos de toda contribución. Al diezmo que cobraba la Iglesia se sumaban gabelas, tallas y otros tributos que beneficiaban directamente al señor feudal, e indirectamente al rey. No satisfechos, la nobleza y el clero exigían de campesinos y villanos trabajos gratuitos para el mantenimiento de las iglesias, municipios, palacios, vías, puentes, ríos navegables, pontones, muelles y otras obras de arte. Así como derechos de paso -peajes- por el uso de tales infraestructuras. Si algo contribuyó poderosamente al cabreo del Tercer y del Cuarto Estado (burguesía industrial y comerciante por un lado, pringaos por el otro), fue precisamente que eran los únicos que pagaban impuestos. La Revolución Francesa encontró ahí una de sus más poderosos estímulos. En estos días, en Chile, el ministro de Hacienda de turno hace como alguno de sus predecesores: mendiga de los poderosos una reforma tributaria con el sano propósito de disponer de más recursos para el Fisco, cuyo destino, ¿quién podría dudarlo?, consiste en venir en ayuda a los menesterosos. Uno de sus predecesores, un ectoplasma llamado Ignacio Briones, propuso en su día exactamente lo contrario: medidas tributarias que pusieron al desnudo los objetivos de Sebastián Piñera. El Diario Financiero lo puso en primera página. Corría el año 2019: “El entrante titular de Hacienda apuesta por alcanzar un acuerdo en la materia y se abre a una baja de los impuestos a las empresas: ‘Espero haya agua en la piscina’”. En vez de agua en la piscina encontró más gente en las calles, manifestando contra el descaro de quien pretendió que favorecer a los privilegiados responde a las exigencias del mercado, único sendero que lleva a la justicia social y al bienestar del pueblo de Chile. Ignacio Briones, aun menos clarividente que Felipe Larraín, lo que ya es decir, fue aun más lejos. El Diario Financiero precisó: “Además evalúa mecanismos permanentes de incentivo a la inversión, como la depreciación instantánea”. La ‘depreciación’, también llamada ‘amortización’, es un procedimiento contable que evita falsear la realidad patrimonial de una empresa, tomando en cuenta gastos que no traen consigo un flujo de caja. Al invertir en inmovilizaciones (maquinaria, instalaciones, etc.) la regla contable impone que el monto invertido sea ‘depreciado’ gradualmente en un periodo de 3 a 5 años (excepcionalmente más largo o más breve). De ese modo la empresa ‘recupera’ su inversión habida cuenta que la ‘depreciación’ reduce los beneficios, reduciendo la base de cálculo de los impuestos. Al proponer la ‘depreciación instantánea’ Ignacio Briones buscaba reducir aun más los raros impuestos que pagan las grandes empresas. ¿Quién financió la mal llamada agenda social de Piñera? Los asalariados. Un asalariado no puede reducir impuestos con el mecanismo de la ‘depreciación instantánea’, ni descuenta IVA, como hacen las grandes empresas desgravando hasta el IVA de las fiestas de cumpleaños de sus gerentes. Si en los países de la OCDE el IVA constituye en promedio el 30% de los recursos del Estado, en Chile esa cifra llega al 40%... Los que pagan son, una vez más, los miserables. Alfonso Sweet, empresaurio que no le hacía honor al apellido, entonces presidente de la CPC, inquieto del cariz que tomaban las protestas, declaró, súbitamente compasivo: "Sabemos que tenemos que meternos las manos al bolsillo y que duela." Me dicen que un alma caritativa le dispensó un analgésico, un antálgico de la familia de los opiáceos. Por su parte, jóvenes empresaurios, -velociraptores en la cuna-, prometieron pagar salarios decentes. Debía ser su contribución para volver a la normalidad del business as usual, sin que nada cambiase. Al día de hoy, cuatro o cinco años más tarde, seguimos esperando la definición de salario decente. Para mí que lo están calculando con un grafómetro a pínulas, si no... no se entiende. En realidad lo que tienen que hacer los capitalistas es pagar impuestos, pagar su cuota del condominio llamado Chile. Esa que han evitado hasta ahora con la anuencia de la derecha, de la Concertación, de la Nueva Mayoría y de Apruebo Dignidad (o lo que queda). En EEUU, en el periodo más fasto de la economía yanqui, los millonarios pagaban una tasa marginal cercana al 90%. En un sistema de impuesto progresivo, la tasa marginal reducida se aplica hasta un ingreso razonable. De ahí hacia arriba la tasa marginal crece. O crecía, visto que las enseñanzas del laboratorio neoliberal llamado Chile fueron aplicadas urbi et orbi. Al llegar al poder en Francia, en 2017, la primera medida fiscal de Emmanuel Macron consistió en eliminar el impuesto a las grandes fortunas. Por una vez que Chile da el ejemplo... Hasta el día de hoy, en Chile, los presupuestos generales del Estado son financiados sustancialmente por los impuestos que paga el pobrerío, comenzando por el IVA. El impuesto, como lo puso Adam Smith, fundador de la teoría económica del capitalismo, debe financiar el gobierno civil, la Educación, la Salud y otros servicios públicos. Que el riquerío no pague tributos, sometiendo a más del 90% de la población al pago de impuestos, además de estafarla con las AFP y las Isapres, haciéndole pagar escuelas, colegios y universidades, servicios médicos y medicinas, da la medida de la intensidad de la explotación a la que es sometido el pueblo de Chile. Por ahí te conté que dos economistas distinguidos, Jean-Hervé Lorenzi y Alain Villemeur, calcularon que “el crecimiento del empleo es máximo para una repartición del ingreso de dos tercios para los salarios y de un tercio para el lucro”. ¿Te sorprendería saber que en Chile es exactamente al revés? Mientras tanto, Mario Marcel y los despojos de este gobierno simulan buscar una reforma tributaria que haga la carga tributaria más equilibrada. ¿En serio? De ahí que, en un arranque de generosidad que me honra, le sugiera -gratuitamente- a la Comisión de Expertos (de mis dos) encargada de redactar la nueva (?) Constitución, la siguiente disposición: Art. 1º de la Constitución: Chile es un feudo Ni siquiera podrías oponerte públicamente: el SERVEL decretó que los únicos que pueden hacer propaganda en el marco del plebiscito de rechazo/aprobación del engendro, son los partidos de la costra política parasitaria, o sea los mismos que nos trajeron a esta cloaca. ¡Apaga! |
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