La conmemoración ostentó una increíble representación internacional: cuatro presidentes, unas decenas de representantes gubernamentales y otra de saludos virtuales. Pero el foco nacional estuvo perdido. Difícilmente la transmisión televisiva podía transmitir la emotividad de un acto que debió ser masivo.
—¿Puedo entrar?
—No, joven.
—¿Puedo pasar?
—No, señora.
—¿Puedo ingresar?
—No, solo con credencial.
Este fue el leitmotiv de un carabinero apostado en Amunátegui con la Alameda durante toda la mañana y parte de la tarde del 11 de septiembre de 2023. El Palacio de La Moneda estaba cercado por un radio de una cuadra. Solo podían ingresar los funcionarios de gobierno, los invitados con la respectiva credencial y la prensa acreditada.
Después del alba, el ajetreo en las calles del casco céntrico de la capital era menor al habitual y, horas más tarde, lucían casi vacías. Las pelusas rebotaban como en un spaghetti western y las cortinas metálicas descendían en los locales comerciales.
Estaban conmemorando el aniversario 50 del golpe de Estado, para todo el pueblo, para todo el país, decían. En la Plaza de la Ciudadanía se montó un escenario a espaldas del Palacio, rodeado de graderías ocupadas en su mayoría por asesores gubernamentales y parlamentarios e invitados de la sociedad civil, como los familiares de detenidos desaparecidos o viejos estandartes del GAP, la pretérita primera línea de escoltas de Allende. Pero todo en formato de representación, cantidades minúsculas, mínimas, ínfimas. Muchas personas intentaron ingresar a la conmemoración, pero no pudieron.
Los excluidos decían que esperaban que abrieran las grandes alamedas para que transite el hombre libre, pero las grandes alamedas estuvieron más cerradas que nunca. No hubo muchedumbre, masividad, colectividad. La conmemoración fue un oasis de un par de cuadras rodeada de un desierto sin bríos. Los únicos que irrumpieron en las grandes alamedas fueron los rayos de sol del prístino cielo despejado luego de las tandas de lluvia, que permitieron divisar con claridad los hoyos provocados por los impactos balísticos en los edificios en el Paseo Bulnes, que aún se mantienen desde los disparos durante el golpe, y las banderas flameando a media asta por el duelo oficial declarado por el Ejecutivo. Las únicas banderas que flamearon en libertad. La luz se proyectaba en los charcos de agua junto a los rostros desilusionados de quienes no pudieron ingresar a la conmemoración.
Les pedían acreditación. Les decían que se iba a transmitir por televisión. Una transmisión que, como la del Festival de Viña del Mar, incluyó al extinto aplausómetro. Los asistentes acreditados vitoreaban con ahínco a sus políticos favoritos. En popularidad arrasaron los expresidentes Michelle Bachelet y Pepe Mujica. También el músico estadounidense Tom Morello. Algunas pifias retumbaron cuando sonó el nombre de Ricardo Lagos. Quizá –entre toda la monserga propalada durante las últimas semanas– la derecha se ausentó para evitar la pifiadera del público simpatizante de Boric. Un ritual tribal homólogo al del Festival de Viña. Los sin acreditación se fueron a sus casas, lo vieron por redes sociales, por televisión. Las grandes alamedas se vaciaron después de las tres de la tarde.
La conmemoración ostentó una increíble representación internacional: cuatro presidentes, unas decenas de representantes gubernamentales y otra de saludos virtuales. Pero el foco nacional estuvo perdido. Difícilmente la transmisión televisiva podía transmitir la emotividad de un acto que debió ser masivo. Quizá con el discurso de Isabel Allende Bussi; quizá con la interpretación de la cueca sola; o quizá con la lectura de Elvira Hernández. Aunque, rápidamente, dentro de la Plaza de la Ciudadanía el ethos rememorativo se volcó fugazmente a la euforia por una foto con alguno de los protagonistas de la jornada. O la negación de contenidos –o alusiones timoratas– sobre el golpe de Estado en las redes sociales de los influencers invitados.
Se habla de un país polarizado, segregado, como resultó este evento. Pero más allá de las métricas de los registros de estados de ánimo –también llamadas encuestas–, es irresponsable hablar de desinterés. Las romerías, los velatorios y las conmemoraciones se multiplicaron en todo Chile. En Puente Alto, en Los Vilos, en Pedro Aguirre Cerda y en El Quisco.
Lugares donde, seguramente, las encuestas no llegan, pero sí los datos que hieren como esquirlas del pasado: más del 50 por ciento de los desaparecidos por la dictadura cívico-militar eran obreros y campesinos; casi el 40 por ciento no tenía militancia; la edad promedio era de 29 años. También, el 96 por ciento eran hombres y el mismo 96 por ciento de quienes les buscan son mujeres, según señaló el pasado 30 de agosto el ministro de Justicia y Derechos Humanos, Luis Cordero, en radio Cooperativa, la misma jornada en que el Gobierno presentó el Plan Nacional de Búsqueda de Verdad y Justicia.
El interés existe, está presente, latente. En la antípoda de lo ocurrido en la Plaza de la Ciudadanía, al Estadio Nacional arribaron miles de personas el 11 de septiembre de 2023. La multitud aparecía por el poniente y oriente de avenida Grecia; del norte por Campos de Deportes, y por el sur desde Marathon. Otros zigzagueaban por la Villa Olímpica, a la vez que la estación de Metro Estadio Nacional direccionada a los más lejanos.
Aquí sí se flamearon banderas, se gritaron consignas y se recordó masivamente a los asesinados y desaparecidos. Las comparsas ingresaban a la escotilla número 8, mientras una cola de personas de más de una hora de tiempo de espera aguardaba para visitar el memorial “Camarín de mujeres”. Aquí no hubo transmisión en vivo ni la pompa de lo acaecido en La Moneda.
A los recurrentes a este velatorio anual en el centro de detención, tortura y exterminio más grande durante la dictadura se sumaron miles más, que se transformaron en una gran masa humana con una sola voz y dos ojos para interpelar a los negacionistas, a las encuestas, a los políticos enrevesados con la obviedad y la irrestricta defensa de los derechos humanos, sin matices, para que nunca más se exilie, torture, desaparezca, ni ejecute ilegalmente a chilenos y chilenas. Aquí sí se abrieron las grandes alamedas por donde pasaron el hombre y la mujer libres.
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