Foto: Diputada Camila Flores y ex parlamentario José Antonio Kast
Por Mario López M.

La propia democracia ha dejado crecer a estos sectores que no creen en ella y buscan destruirla desde su interior. Añoran al dictador y desprecian a las minorías, migrantes, diversidad sexual, pobres y todo lo que huela a “distinto”, distinto de ellos, por cierto.

El riesgo populista no es una quimera en Chile, menos en medio del desprestigio institucional. Las derechas conservadora y económica ven con buenos ojos estas experiencias al estilo Bolsonaro, pues protegen sus valores e intereses.

Se suele decir que “las modas no incomodan” y, en materia política, ser ultra y de derecha parece ser la moda. Y no solo en Chile. No tienen embates en aplaudir dictaduras, definirse como antiabortistas, declarar su homofobia, justificar el racismo, promover gobiernos autoritarios, validar la tortura como método de defensa de la patria y promover el negacionismo vía fake news o noticias falsas difundidas a través de redes sociales.

Siempre estuvieron allí, vestidos de demócratas o pasando inadvertidos en una sociedad democrática, que para justificar que es democrática, acepta que se expresen estos grupos que lo único que buscan es destruirla. La libertad de expresión y la propia democracia suele ser el mecanismo que muchos dictadores han elegido para lograr el poder. 
(Foto: Rosauro Martínez y Cristián Labbé)
No los vimos o no los quisimos ver 

¿Se imagina a un Martin Bormann, un Wilhelm Canaris, un Joseph Goebbels, un Rudolph Hess o un Heinrich Himmler siendo ministros de un gobierno democrático tras la caída de Hitler? Claramente inconcebible, intolerable y además penado legalmente, por el solo hecho de declarar simpatía por el régimen nazi. Lo mismo pasó en la España pos Franquista o en la Italia a la caída de Mussolini.

En Chile la situación es distinta. En el Congreso primero y en los propios gobiernos de derecha después (los dos a cargo de Sebastián Piñera), esos personajes han pululado como Pedro por su casa y nadie o casi nadie les ha dicho nada. Los electores no hicieron asco de votar por ellos y elegirlos en cargos públicos, incluso algunos acusados de asesinatos, como Rosauro Martínez, diputado RN actualmente desaforado, o alcaldes acusados de torturas como Cristián Labbé (ex UDI), procesado en diversas causas. 

A tanto se llegó que un presidente de derecha, que jura haber votado NO en contra de la dictadura, no ha tenido remilgos para designar ministros y subsecretarios a conspicuos personajes del entorno del dictador Augusto Pinochet, como los titulares de Interior y Justicia, su primo Andrés Chadwick y Hernán Larraín, respectivamente o mantener en una subsecretaría (Redes Asistenciales) a Luis Castillo, quien es sindicado como encubridor del Magnicidio de Eduardo Frei Montalva, ex Presidente de la República asesinado en dictadura.
(Foto: Mauricio Rojas)
¡Pero si pasó hace más de 40 años!

Esa ha sido la respuesta más típica que emana de sectores de derecha cuando se enrostra la impunidad que vive nuestro país en materia de DDHH. Como si el tiempo borrara de un plumazo el amor y cariño, la memoria y el recuerdo de tantas y tantos cuyo paradero ni siquiera se conoce hasta hoy, a pesar de que quienes sí lo saben han optado por lacerar aún más las heridas de sobrevivientes y víctimas de los desaparecidos, ocultando tras viles pactos de silencio la verdad de dónde se esconden sus restos.

¿Cómo explicarle a Anita González, que con más de 90 años debió partir sin saber del paradero de su marido, sus hijos, su nuera y su nieto nonato? O decirlo a aquellos que vieron desaparecer a sus compañeras o compañeros de una vida, a sus hijos o sus padres, a sus amigos y vecinos, a quienes hasta hoy no es posible visitar para llevarlo una flor o compartir una oración. 

Hay quienes hoy hacen de la negación, una política que busca apañar la historia y darle vuelta, como el ex ministro de Las Culturas, Mauricio Rojas, o aquellos que usan y difunden la mentira en medios o redes sociales a sabiendas que son falsedades para desacreditar causas o personas, cual es el reciente caso de la diputada RN Camila Flores, que inventó discursos incendiarios, asesinatos no probados y ha buscado justificar la violencia de la dictadura.

No es la única que lo defiende, a pesar de conocerse las atrocidades cometidas bajo su conocimiento y responsabilidad o los desfalcos y robos al erario nacional, propios de delincuentes comunes, recientemente sancionados penalmente por los Tribunales de Justicia como los casos Riggs, Cema y otros. ¿O acaso los “pacogate” o “milicogate” nacieron en democracia? No, son reminiscencias de la dictadura, que quedaron en evidencia -aunque sin castigo- en democracia. 

Diputados como Ignacio Urrutia o senadores como Iván Moreira, ambos UDI, hasta hoy justifican y rinden homenajes públicos en la sede del órgano máximo de la democracia -el Parlamento-, a quien secuestró, masacró, torturó, hizo desaparecer a miles de chilenos. A tanto se ha llegado que quienes valoran con añoranza al dictador y su gobierno no trepidan en levantar candidaturas presidenciales (José Antonio Kast), quien incluso ni se arruga en buscar el apoyo de la “familia militar”, algo inédito con tufillo a sedición.
(Foto: José Antonio Kast y Miguel Krassnoff)
También buscan tomarse la calle
La ultraderecha ha perdido el miedo de salir a la calle y defender lo indefendible. Y también a atacar a quienes se oponen a sus fanáticas y fundamentalistas posturas homofóbicas, racistas y machistas. Los ataques no solo se dan en el nivel de las ideas o la acalorada discusión, sino que llegan hasta el extremo de la agresión. Y en Chile, eso está pasando. Vea usted.

Pareciera que nos olvidamos de José Antonio Kast recorriendo el país y las universidades con un discurso de odio, negacionismo y justificación de los abusos cometidos en dictadura: “He ido dos veces a Punta Peuco y en una de esas idas tuve la oportunidad de cruzarme con él (Miguel Krassnoff). Me regaló su libro y plantea su versión de los hechos. Conozco a Miguel Krassnoff y viéndolo no creo todas las cosas que se dicen de él”, aseguró, para luego agregar: “Lamento mucho el tema de los jóvenes quemados, pero hasta el momento nadie ha sido condenado por eso”. 

Varios hechos se han dado en las últimas semanas que, al amparo cómplice de medios de comunicación que ocultan las noticias incómodas, han generado un paso evidente de la extrema derecha del discurso hostil a la acción agresiva. El punto de quiebre desde que volvió la democracia se sitúa en una reciente marcha feminista que levantaba banderas pro aborto, más allá de las tres causales. Ese día, una organización ultranacionalista y ultraconservadora, el Movimiento Social Patriota (MSP), buscó interrumpir la manifestación en plena Alameda frente a la Universidad Católica, y no solo vertieron sangre y tripas de animales en la calle, sino que se les acusó de atacar con armas blancas a un grupo de mujeres, varias de las cuales resultaron heridas.

Las redes sociales han sido una herramienta de odio y fake news difundidas por bots y empresas contratadas para divulgar mentiras y agredir a adversarios. En materia de aborto los calificativos de “feminazis” o “asesinas de niños” son los más suaves que se han lanzado. Imágenes fotoshopeadas y manipuladas para dar aire de verdad a lo que no lo es son herramienta diaria que opera con toda impunidad.
(Foto: Obispo Eduardo Durán y su hijo homónimo, el diputado RN) 

Religión, armas y política, mala mezcla

En muchos países -y en el nuestro también-, la derecha conservadora y la más ultra encontraron en la religión un buen aliado para acceder al poder. Acá, una Iglesia Católica desprestigiada y que en nada aporta para recuperar terreno al amparar y ocultar abusos, generó un importante crecimiento de las evangélicas, cuya estructura horizontal, de núcleos y gestión muy fuerte de base, les ha permitido crecer fuertemente hasta llegar a unos 3,5 millones de fieles bastante disciplinados, gracias a sus predicaciones en barrios vulnerables. 

Se caracterizan por su fundamentalismo religioso; su verdad es la verdad y en eso son intransigentes; conservadores -sobre todo los pentecostales, que representan el 80% aproximadamente de los evangélicos en nuestro país-, al punto de atacar sin miramientos la homosexualidad, el aborto y otras tantas causas valóricas en que la derecha ha sembrado favorablemente. Allí los José Antonio Kast encontraron un nicho y lo han usado sin miramientos, o recuérdese la encerrona efectuada a la Presidenta Bachelet en el penúltimo Tedeum en la Catedral Pentecostal.

De la mano de la derecha pudieron montar su propia bancada, que se sumó al senador Iván Moreira, un reciente converso. Se sienten llamados, como Jesús, a “cambiar la historia”. En el Congreso comparten con los derechistas y católicos conservadores que también mantienen posiciones ultristas en lo valórico, como el senador Manuel José Ossandón. No hay que ser muy pitoniso para proyectar que esta tendencia se mantendrá, pues sus fundamentos tienen que ver tanto con la crisis de las instituciones como con la falta de conexión entre los partidos y su electorado. 

Otra familia, la militar, es aún un enigma, aunque no parezca tanto. ¿Qué tan ajenos a ser deliberantes se encuentran nuestros organismos armados? ¿Qué tanto se han despercudido de la influencia de derecha en sus mandos superiores? Preguntas que no son fáciles de contestar, aunque las evidencias apuntan a que el vínculo se mantiene. Baste ver la exposición de símbolos, nombres y estatuas en institutos armados. O el currículo de las escuelas matrices, que aún valoran la dictadura de Pinochet. El reciente “Krassnoffazo” en la Escuela Militar, habla de “héroes” de “amigos y enemigos” y muestra que el gobierno de Piñera no tuvo los pantalones para haber asumido las eventuales sanciones, pues el Ejército no lo dejó.

Los ultras en la derecha siguen apostando a evangélicos y militares como nicho electoral. Se reúnen con sus representantes, les prometen beneficios, que se les ha exigido honrar (baste recordar las cartas de Krassnoff o del abogado de los internos de Punta Peuco, o del obispo Eduardo Durán, exigiendo a Piñera cumplir con sus promesas). La apología a la dictadura, la eventual sedición, siguen considerándose por muchos demócratas como el ejercicio de la libertad de pensamiento y expresión… mientras que quienes las practican siguen erosionando las bases mismas de la democracia. 

El 8% obtenido en las presidenciales por Kast validó institucionalmente el discurso de odio en contra de los mapuche, los migrantes, las feministas, la diversidad sexual y, en general, de todos los que sean diferentes.

El riesgo del populismo

El desprestigio generalizado de las instituciones es caldo de cultivo para el surgimiento de líderes con un discurso mesiánico que lo arreglan todo y a nadie le importa mucho de qué manera. La lógica de Brasil -“más vale un homofóbico que un ladrón”-, bien grafica los extremos a los que se puede llegar. ¿O acaso la crisis alemana, la elección del enemigo interno, judíos y comunistas, no fue lo que llevó a Hitler al poder? ¿No es la base del mismo discurso de Jair Bolsonaro, que lo tiene a las puertas de dirigir un país con 200 millones de habitantes en América?

Ver a un Kast o a una Jacqueline Van Rysselberghe peregrinando a Brasil para rendir pleitesía al candidato -y de paso iluminarse con el ejemplo-, es una clara demostración de que en nuestro país la ultraderecha que valida la homofobia, el racismo y el odio, existe. 

Para el analista y académico de la UDP Carlos Correa, “desde José Antonio Kast en adelante, el extremismo de derecha, el populismo de derecha en Chile, ha resurgido. Una cosa que nunca habíamos visto en democracia. Eso, sin duda, es preocupante”. 

Y lo es, tanto, que los propios liberales de derecha han advertido del riesgo. Así lo asevera el diputado UDI Jaime Bellolio, para quien existe el riesgo de avalar “a una persona que no cree en la democracia liberal, es decir, que no tiene los mismos conceptos básicos civilizatorios en materia de dignidad humana, de libertad de las personas en una sociedad”, calificando a Bolsonaro de un populista de derecha.

Es cierto que la derecha por años jugó al empate y a crear la sensación ambiente de que el país se estaba convirtiendo en un “chilezuela”, para con ello horadar la política. Pero también es cierto que muchos en la centroizquierda abandonaron la ética y la épica que movilizó al pueblo en contra del dictador. De ello se han aprovechado estos supuestos gurúes de las soluciones fáciles y encantan a los incautos.

Una conclusión del sociólogo de la U. de Chile Miguel Urrutia acerca de esta materia es señera a la hora de entender cómo han operado. Para el profesional, el levantamiento de la extrema derecha ha sido posible “porque le han dado el espacio” en el mundo político, lo que les ha permitido detener “avances sociales”. 

Para el Decano de la Facultad de Artes Liberales de la UAI, Francisco José Covarrubias, “el fenómeno de Kast dejará huella, ya que ha vuelto a despertar los ‘espíritus animales’. Y tal como ocurrió con la izquierda hace cuatro años -donde la reflexión en ese sector fue que había que ser de izquierda de verdad y abandonar la ‘tibieza’ concertacionista-, a un sector de la derecha le está ocurriendo lo mismo. Son aquellos que quieren dejar de comulgar con tanto consenso, desempolvar las fotos de Pinochet y volver a poner los crucifijos en ristre. Una derecha que pensábamos terminada, seguía viva. Y Kast ha logrado soplar sus brasas incandescentes”.