A raíz de la discusión sobre la disminución de 45 a 40 horas semanales de trabajo, debido a una iniciativa presentada por la diputada Camila Vallejo, hemos visto por fin un debate interesante en diversos medios de comunicación. O, para ser más exactos, hemos observado cómo un sector, el gobernante, ha manifestado su forma de debatir, la que consiste en no hacerlo y ver en quien está en la otra vereda, solo ideología, sin dar argumentos más allá de refugiarse en la “realidad” de la que se sienten dueños.
El ministro del Trabajo, Nicolás Monckeberg, sin ir más lejos, se ha paseado por canales de televisión luego de que el proyecto fuera aprobado en la comisión correspondiente en la Cámara de Diputados. Ha asistido a matinales y señalado que el problema de lo propuesto no es su inspiración, sino cómo está presentado, siempre evadiendo tal vez el problema central de toda discusión en política laboral, que es la relación entre el empleador y su empleado. Es decir, el principal antagonismo.
Creyendo ser portadores de la verdad, miembros del oficialismo parlamentario no lo han hecho tan mal evadiendo también la cuestión de fondo. Apelan a la flexibilidad laboral como una mirada de futuro frente a las viejas estructuras laborales, contándonos que cosas como la reducción de horas se podría solucionar de uno a uno con el jefe, como si la relación entre un trabajador y su superior tuviera la necesaria horizontalidad, y dando a entender que no se requiere de un sindicato para tratar de equiparar las fuerzas y llevar a cabo una negociación medianamente justa.
Desde el empresariado, la mirada ha sido más bien catastrófica. En las secciones de economía de los grandes medios (que es donde realmente se hace política), se ha llamado a rechazar esta iniciativa por ser peligrosa para la producción y el crecimiento del país. Como si la creación de trabajos no se moviera según los intereses y las utilidades empresariales, sino gracias a una maquinaria que necesita de ciertas lógicas para funcionar, los grandes directores de empresas han salido a hablar del alza o reducción laboral sin mencionar su responsabilidad en esto; como si sus reclamos fueran por el bien de la economía y no por su poco entusiasmo con ciertas limitantes que pueda poner una regulación respecto a la relación con la fuerza de trabajo.
Y es que lo “posible” no es realmente lo que se pueda o no hacer, sino lo que algunos quieran hacer.  Pero eso no se dice, porque tiene poco sustento argumental ante la gente. Preferible, en cambio, es refugiarse en formas de ver la economía, mirando al otro como un ingenuo o un ignorante sobreideologizado por plantear un cuestionamiento. Porque para ellos, los más ideológicos de todos, la ideología es mala cuando la expresa quien osa querer cambiar una forma de funcionamiento que ha sido adecuada para solucionar intereses particulares que dicen ser generales. Porque negar que el empresario ha sido la niña linda del baile durante más de cuatro décadas, es negar cómo ha funcionado el sistema político y económico por demasiados años.
Por esto es que lo propuesto por la diputada Vallejo es tan importante, aparte del tema puntual de las horas que deben trabajarse. Pues esta propuesta visibiliza las relaciones de poder que cada vez se muestran más desdibujadas con la excusa de una tecnología y una modernidad a las que muchas veces se recurre para reducir costos. Instala conflictos y transparenta que hay discusiones que no se quieren permitir por el solo hecho de salirse del margen de lo que se puede o no acordar. Porque ese es el gran problema: hay opciones que no son considerables no por ser extremas o radicales, sino que porque muestran matices reales ante la radicalidad que mueve al sistema en el que vivimos.