No debe extrañar la lentitud con la que trabaja la justicia.
Lo pausado en cientos de casos sobre detenidos desaparecidos, ejecutados, o los miles de chilenos y extranjeros que fueron sometidos a tormentos por agentes del Estado y personal de las Fuerzas Armadas, hacen suponer muy justamente que se trabaja para la impunidad.
Son varios los decenios ya pasados desde el día que marca el inicio del periodo más oscuro de la patria. Queda en el aire de la historia esos días, meses y años de bruma y odio, cuando los militares se autoproclamaron los dueños del país y de la vida.
Correcto es afirmar que justamente los casos de Derechos Humanos fueron parte de las negociaciones entre los militares y el equipo/pacto de la Concertación algún tiempo antes de marzo de 1990. Pinochet afirmó que no aceptaría que ninguno de sus hombres fuera llevado ante un tribunal para casos de violaciones a derechos fundamentales. Todos los militares cuestionaron el Informe Verdad y Reconciliación.
Se debe agradecer a Baltazar Garzón que apuntó medio a medio al corazón de la impunidad con la que se protegió al dictador y aquello posibilitara constatar que Pinochet y su círculo familiar/militar más cercano, fueron una pandilla de delincuentes.
Labbé es uno de los personajes que de mejor manera establece la forma que los militares pasaron de sacarse los bototos al terno y la corbata para continuar en la escena política. El golpe militar fue cívico/militar al que hay que agregar aceptación de la intromisión extranjera.
En el parlamento y los gobiernos de Piñera, en los dueños de los grupos económicos están los que apuntalaron a los militares, los que mayores prebendas obtuvieron y las continúan asegurando. Los mismos que compran a parlamentarios para construir la democracia que a ellos les interesa, ese es finalmente la última página del cuento, el creer que el país es de ellos y les pertenece.
El asunto es comprender que el accionar de los militares, especialmente en el alto mando es que su accionar lo entienden como un poder absoluto. Ellos se consideran por sobre el común de los mortales, por tener una forma de vestir y marchar diferente a lo que hay que agregarle esa mentirilla de eso de que estarán siempre dispuestos a dar la vida para defendernos.
Una foto del país actual deja constancia de los muchos que fueron parte de la dictadura, ministros por años bendecidos por Pinochet, allí están los Chadwick, Larraín, Moreira y hasta el Piñera mismo que defendió a Pinochet mientras estaban Londres.
En el proceso que condenó a Labbé hay abundante información que justifica absolutamente la condena que deberá pagar por los delitos cometidos. Fueron sus propios compañeros de armas que entregaron información del criminal actuar del ex alcalde UDI de Providencia en esos años del terrorismo de Estado, de los fusilamientos sin juicio, regimientos y cuarteles convertidos en máquinas de moler carne.
Labbé recibe su condena sin que a él se le haya aplicado tormento. Como un militar de los tiempos actuales negó todo, no colaboró con la justicia. Los casos donde se ha condenado a militares por sus crímenes ha sido el trabajo acucioso de los jueces, los militares no dan la talla, se les mojan los zapatos a la hora de reconocer.
Natural resulta la defensa que hace la UDI y Kast de un ex coronel condenado como torturador. Ellos son los herederos directos de los años de dictadura que transitan entre la corrupción de los UDI y los paraísos fiscales de JA. Kast.      
Y si en algún momento los militares sostienen que su victoria era eterna, deben saber que es la tozuda memoria, el trabajo constante de abogados y familiares los que se enfrentan a los cívicos/militares los desnudan para quedar con los pies de barro. Son muchos los que transitan por las calles del país sin haber pagado por sus delitos y en aquella comparsa también están los que ayudaron para que todo se haga más lento, para en la medida de lo posible, para no colocarle el trámite de urgente necesario.
Labbé en la Cárcel ayuda a dejar una vez más que lo afirmado tantas y tantas veces era verdad. La intencionada criminalidad con la que actuaron por largos años los militares y que en los últimos tiempos con patente de Corso roban dinero