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miércoles, 29 de enero de 2020

OPINIÓN


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Un disparo en el piso 13

por  29 enero, 2020
Un disparo en el piso 13
Se cumplieron 5 años desde la muerte de Alberto Nisman, el fiscal argentino que investigaba el atentado a la AMIA. Las dudas sobre el caso y las circunstancias en que murió siguen ahí. ¿Por qué interpuso la denuncia contra la presidenta Cristina Fernández, poniendo como eje del fundamento el memorándum de entendimiento con Irán? La acusó de, con aquel acuerdo, intentar bloquear la investigación para proteger a los ocho acusados iraníes. Además la acusó de, con dicho acuerdo, provocar la suspensión de las alertas rojas decretadas por Interpol para capturar a los iraníes imputados. Él mismo había declarado más de una vez, públicamente, que aquel documento no le afectaba en nada en su investigación. Más aún, si bien el Parlamento argentino lo ratificó el 27 de febrero de 2013, la justicia argentina lo declaró inconstitucional el 15 de mayo de 2014, casi un año antes que Nisman presente su denuncia contra Fernández. El memorándum nunca fue ratificado por Irán. Por lo tanto, ese documento no tiene ninguna validez y el fiscal lo supo el 14 de enero de 2015, cuando interpuso la denuncia. Cuatro días después, el domingo 18 de enero, activó su computador a las 07:01:51 –según quedó establecido en la pericia informática de la causa– y después de eso no se conocen otros actos suyos. Horas después se le encontró en el baño de su departamento con un disparo en la sien.

Son las 07:01:51 de la mañana. Es el domingo 18 de enero de 2015. El fiscal Alberto Nisman activa su notebook. La noche anterior lo dejó encendido. Entra al portal del diario argentino Página/12. Busca la crónica escrita por el periodista Raúl Kollmann, que entrevista al estadounidense Ronald Noble, el secretario general de Interpol. Desde hace días está ansioso y depresivo. Toma ansiolíticos: Xanax y Rivotril. No necesita receta médica. Se los proporciona su madre, Sara Garfunkel, propietaria de una farmacia en Buenos Aires.
Lee la nota completa. El corazón de su contenido aumenta su angustia. El jefe de la Interpol le da la espalda, respecto del núcleo de la jugada más importante en la vida del fiscal. Enseguida Nisman va directo a su correo electrónico. Alguien le avisa que entre a Instagram. Han subido una fotografía que le importa. Es la joven argentina Melissa Engstfeld. Ella posa junto a su amiga, Camila Offermann, con dos muchachos de su edad, 21 años, todos en traje de baño en una playa de Punta del Este. Nisman se queda un momento mirando la fotografía. Luego abre otra foto en la que Melissa aparece sola. La observa largo rato, como queriendo olvidar la anterior.
El fiscal de 50 años está interesado en ella. La modelo estuvo por última vez en el piso 13 de su departamento 22 días antes, el 26 de diciembre de 2014. Se quedó esa noche con él. Barrio acomodado de Puerto Madero, complejo Le Parc, torre Boulevard. Desde hace tres años el fiscal está separado de su esposa, la jueza argentina Sandra Arroyo Salgado. Con ella tiene dos hijas: Iara de 15 y Kala de 8 años.
Nisman conoce a Melissa en el Rosebar, un club nocturno after office del barrio Palermo, donde va los jueves. Es amigo de Leandro Santos, un personaje oscuro que se presume mánager de modelos y que está perseguido en Uruguay por “prostitución VIP, proxenetismo y explotación sexual de menores”. Es quien provee las mujeres al local. Antes de arribar, el fiscal llama normalmente a Santos para saber si “las chicas van a estar”. Siempre tiene una mesa reservada a la que invita, no a una, sino a varias modelos para que lo acompañen.
Ese domingo, Alberto Nisman no recoge los diarios pedidos al kiosquero. Los diarios están desde temprano en su puerta. Después de activar el computador a las 07:01:51, según quedó establecido en la pericia informática de la causa, no se conocen otros actos suyos. Nisman viste un short oscuro y una polera blanca con una inscripción superior izquierda. Está descalzo. En algún momento entre las 09.00 y 14.00 horas, busca el arma de Lagomarsino. Sin quitarle el paño verde que la envuelve, entra al baño de su dormitorio. Enciende la luz. Saca el arma y tira el paño. Pasa la bala y se para frente al espejo. Toma la pistola con su mano derecha, pone el dedo índice en el disparador, apoya el cañón en su sien derecha, afirma su mano derecha con la izquierda, y dispara.
Cenan, bailan, algunos toqueteos. A la medianoche el fiscal llama a sus custodios para que lo busquen y lo lleven con sus acompañantes, a veces dos, a veces tres y hasta cuatro, a rematar la noche en otro local nocturno. Entre ellos el Tequila por Palermo.
En verdad Nisman abusa del servicio de sus custodios, todos suboficiales de la Policía Federal. Como encargado de la Unidad Fiscal de Investigación, AMIA (UFI-AMIA) –la investigación más importante de la Argentina después del atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina el 18 de junio de 1994, que dejó 85 muertos y sobre 300 heridos–, Nisman tiene poder y lo ejerce de manera despótica. Sus custodios no solo están obligados a transportarlo para sus festejos, sino también a trasladar a sus familiares, hacer compras en supermercados, buscar y llevarle delivery cuando decide comer en casa, trasladar sobres cerrados que envía a periodistas y a quedarse estancados en la planta baja del edificio de Puerto Madero. Tienen prohibición absoluta de llamarlo, tocar el timbre del departamento o cualquier comunicación con él. Solo él los llama cuando los necesita.
En otras palabras, le temen. Igual que Gladys Gallardo, la persona que desde hace un año, dos veces a la semana, limpia el departamento y le prepara comida. Es de su confianza. Llegó a él a través de un familiar del fiscal. Nisman no le da vacaciones y menos le paga sus imposiciones, trabaja al negro. Recién a mediados de 2014 el fiscal regulariza su situación. Ella tiene llave para entrar por la puerta de servicio que da a la cocina. Pero esa mañana, unos días antes de aquel domingo, no puede, la llave no gira. Toca el timbre y el fiscal la abre. Había dejado metida su llave por dentro de la cerradura para impedir que alguien entre. Es su costumbre en el último tiempo. Lo mismo hace en la puerta principal del departamento, al que solo se llega por otro ascensor activando dentro de él una clave que conduce directamente al piso 13.
A su asesor informático en la Fiscalía, Diego Lagomarsino, que además debe hacerle trabajos personales gratis, el fiscal lo contrató por un sueldo de 41.280 pesos argentinos mensuales. Una bolsa de plata para ese tiempo, que no se condice con las tareas del informático de acuerdo a su contrato. Lagomarsino está obligado a entregar a Nisman, el mismo día del pago, la mitad de su sueldo, en efectivo y en un sobre. El informático no reclama. Necesita el trabajo.
Ese día 26 de diciembre, Melissa cuenta a Nisman que está preocupada. Quiere viajar a Estados Unidos y teme que no le den visa. El fiscal le dice que en la embajada de ese país hable con un amigo suyo y le diga que va a viajar con él a Miami. Que la visa se la darán. Efectivamente, el fiscal ha viajado a playas exclusivas con algunas de las prostitutas VIP del Rosebar, a quienes colma de regalos caros de las marcas más famosas. La causa UFI-AMIA tiene el mayor presupuesto de todas las investigaciones en Argentina, incluyendo un fondo de plena disposición del fiscal.
Seis días después, el fiscal debe viajar a Londres y otros lugares con su hija Iara. Es el premio por cumplir 15 años. La jueza Arroyo viajará con Kala a Barcelona. El 19 de enero se juntarán todos en París. Ahí intercambiarán hijas. Kala volverá con su padre a Buenos Aires, mientras Iara continuará de paseo con su madre. Pero el destino dirá otra cosa.
El fiscal está asustado, piensa que no son buenas fechas para andar de paseo por Europa, aunque sea con sus hijas.
Teme que le quiten la causa de su vida. La que le brinda glamour, figuración pública que adora y le permite estar elevado en la cima de la fama. De aquello presume con sus cercanos, igual como presume de conquistador  enviándoles fotografías, donde posa con las “amigas” que le proporciona Santos, en playas exclusivas del continente. Lo que algunos no saben, es que esas imágenes íntimas le cuestan mucho dinero y están lejos de ser “conquistas” del fiscal más famoso de la Argentina.
La comunidad israelita no lo quiere como el fiscal de la causa AMIA. Le critican que en diez años al mando de la investigación es poco o nada lo avanzado. Antes de Nisman como titular de la causa que asumió en 2004 nombrado por el presidente Néstor Kirchner, el “gran” descubrimiento llamado “la pista local” –un supuesto complot de algunos policías federales corruptos aliados con el reducidor de autos siniestrados, Carlos Telleldín, quien habría facilitado el vehículo que repleto de explosivos hizo volar el edificio de la AMIA– terminó en un escándalo lleno de intrigas y pagos para comprar confesiones truchas. Nisman también formó parte de esa investigación, sin ser todavía el jefe.
Por esos mismos días la presidenta Cristina Fernández se reúne con la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) que concentra a la comunidad judía trasandina, justamente por las críticas al trabajo del fiscal.
Aquello para Nisman es un fuerte campanazo de alerta. En su cabeza se encienden todas las alarmas.

La contradicción vital

El fiscal parte con su hija a Londres el 1 de enero de 2015. Pero en sus planes ya lo tiene decidido: va a interrumpir el viaje. Regresará a Buenas Aires el 11 de enero para volar después a París el 19, donde está programado con la jueza Arroyo intercambiar a sus hijas. Esa decisión le traerá consecuencias irreparables. El motivo de aquella interrupción es uno solo, la jugada de su vida y su profesión: interpondrá una denuncia en contra de la presidenta Fernández, por intentar encubrir a los ocho iraníes acusados en la causa, uno de ellos Moshen Rabbani, quien era el agregado cultural de Irán en Buenos Aires al momento del atentado.
El ancla de su fundamento es el “memorándum de entendimiento” que los gobiernos de Argentina e Irán firmaron el 27 de enero de 2013 en la ciudad de Adís Abeba, capital de Etiopía. Este documento apuntó a agilizar las investigaciones en la causa AMIA que la misma comunidad judía consideraba “estancadas”, al igual que el gobierno de Fernández. El fiscal Nisman interpreta que el punto 7 del acuerdo da pie para que Interpol levante las alertas rojas –órdenes de captura internacional– para los ocho iraníes acusados por el atentado. Así lo divulga públicamente en su profusa figuración mediática.
No obstante, antes de aquello tiene otra opinión: responde dos veces al gobierno argentino, el 20 de febrero de 2008 y luego el 8 de abril de 2008, aceptando los términos en que se firmaría el acuerdo, que le fueron enviados por este, manifestando que “toda medida que implique futura cooperación, la fiscalía la recibe con beneplácito y la encuentra altamente constructiva”.
Este “memorándum de entendimiento” lo ratifica el Parlamento argentino el 27 de febrero de 2013, pero el 15 de mayo de 2014, la justicia argentina lo declara inconstitucional y ordena al Ejecutivo que “no realice ningún acto de ejecución del citado memorándum”.
El 15 de marzo de 2013, refiriéndose al acuerdo entre Argentina e Irán, Interpol ratifica en una nota al canciller argentino, Héctor Timerman, la vigencia inalterable de las referidas “alertas rojas” contra los ocho iraníes acusados.
“La Oficina de Asuntos Jurídicos de la Secretaría General de INTERPOL, manifiesta que dicho acuerdo no implica ningún tipo de cambio en el estatus de las notificaciones rojas publicadas en relación a los crímenes investigados en la causa AMIA”, dice textual la nota.
En su libro ¿Quién mató a Nisman?, publicado en febrero de 2019 por editorial Planeta en Buenos Aires, el abogado y periodista Pablo Duggan recoge una entrevista que Nisman da al periodista Gustavo Silvestre el 29 de mayo de 2013, en el canal A-24. Lo que el fiscal afirma ahí es relevante en relación con la denuncia que Nisman presentará contra Cristina Fernández, un año y siete meses después. Lo hace en los días más angustiantes de su vida.
Consultado sobre si el memorándum de entendimiento con Irán le puede servir para su investigación, responde: “Cualquier diligencia que permita avanzar en esta investigación y que el juez considere válida, voy a estar ahí desde la primera hora”.
Cuando le preguntan si el acuerdo le puede afectar en su investigación, afirma: “No creo que pueda afectar en lo más mínimo, de hecho yo sigo trabajando y voy a seguir trabajando…”.

Furia en Madrid

Nisman toma el vuelo de regreso a Buenos Aires desde Amsterdam con su hija Iara el 10 de enero de 2015. Harán escala en Madrid. Desde el teléfono le escribe a Sandra Arroyo, le informa que debe interrumpir el viaje con su hija –el próximo punto era Andorra para ir a esquiar– de forma urgente, porque operarán a su madre. Le advierte que no se preocupe, el 19 de enero estará de regreso con Iara en París como está acordado para el cambio de hijas. La jueza se enfurece. No entiende. Cree que le miente sobre el motivo. Nisman la llama cuando están a punto de embarcar para regresar a Buenos Aires.
La jueza le exige que deje a Iara en el salón VIP de la línea Iberia. Que le deje uno de sus celulares, porque el de Iara no está habilitado aún para el extranjero. Nisman accede. La jueza le corta la llamada y logra viajar con Kala a Madrid el día siguiente para recoger a Iara. En el reencuentro, esta le dice que su padre está extraño. La conversación entre ambas la consigna Duggan en su libro: “Está muy preocupado, nervioso, angustiado, que tenía que volver sí o sí porque era muy importante, era un trabajo que venía haciendo hacía tiempo y que, si no volvía, podía quedar en nada”.
Lo que más extrañó a Iara fue que su padre le hizo una advertencia antes de separarse: que debe estar preparada para escuchar y leer cosas sobre él que no van a ser gratas, como cuestionamientos a su desempeño y otras cosas.
La jueza llama a la madre de Nisman para confirmar la operación. La madre, probablemente alertada por el fiscal, es evasiva, le dice que tiene unos controles médicos que le preocupan. Entonces llama a Sandra Nisman, hermana del fiscal. Ella le dice que no existe ninguna operación de urgencia de su madre.
El miércoles 14 de enero de 2015, Soledad Castro, secretaria de Nisman en la fiscalía, llega temprano al departamento en Puerto Madero. Lleva la denuncia contra la presidenta Fernández. El fiscal la firma. Poco después la presentan en los tribunales de Comodoro Py, en el Juzgado Federal 4. La suerte está echada. Nisman se juega todo. Se desata el temporal. El fiscal inicia un torrente de entrevistas de prensa. Con los medios se siente en su salsa, habla a borbotones, a veces se come las sílabas por la rapidez de sus palabras. Dice que tiene todo. Todas las pruebas. Irrefutables.
Lo empiezan a llamar parlamentarios de oposición. Le llueven invitaciones de periodistas, sobre todo de medios antikirchneristas para entrevistarlo. Ahora para todos ellos el fiscal es un aliado, especialmente contra la presidenta. Es el último año del gobierno de Cristina. Diez meses después, la derecha llega a la Casa Rosada –en segunda vuelta– con Mauricio Macri, en estrecha ventaja (2,8%) sobre el candidato kirchnerista del Frente para la Victoria, Daniel Scioli.
La diputada del PRO (Propuesta Republicana, derecha) y exmilitante de Montoneros, brazo armado del peronismo, Patricia Bullrich, habla con Nisman. Lo invita para el día siguiente, jueves 15, a exponer las pruebas ante la Comisión de Legislación Penal de la Cámara que ella preside. Nisman acepta. “A las 12 te esperamos en la puerta del palacio”, le dice. Pero el fiscal comienza a dudar de esa invitación. Trata de postergarla para la próxima semana. Por el otro lado, comienza a recibir llamadas criticando su denuncia. Algunos fiscales le preguntan si se volvió loco y otros califican las pruebas de “paparruchadas”.
Y lo más importante, lo que lo hace entrar en pánico, es que, enterado de la jugada del fiscal, el ahora exjefe de la Secretaría de Inteligencia del Estado, SIDE, Antonio “Jaime” Stiuso, no le contesta más el teléfono. Nisman quiere su opinión y no la tiene. Lo llama decenas de veces, y nada. Stiuso es su mano derecha en la investigación. Es quien le provee antecedentes. Las escuchas de teléfonos intervenidos. Sin Stiuso, el fiscal no es nada en la causa AMIA. Pero Stiuso ha caído en desgracia con el gobierno de Cristina, que ha decidido descabezar la jefatura de la SIDE. Ello ocurre apenas un mes antes de la presentación de la denuncia en su contra por Nisman. Stiuso es acusado de múltiples actos reñidos con la legalidad al mando de la SIDE.
Nisman está bajo alta tensión. Los parlamentarios de derecha lo presionan de manera elegante para que vaya a denunciar a la presidenta Fernández al Congreso. Pero el fiscal duda. Parece darse cuenta de la gravedad de la jugada que hizo. Y sobre todo, de las advertencias de cercanos suyos restando peso a los fundamentos de su denuncia, que ya se han conocido públicamente. Él mismo se encargó de ello. En su libro, Duggan recogió el siguiente diálogo del fiscal con la diputada Bullrich: “No puede ser la semana que viene…? Hoy voy a ir a TN (Canal Todo Noticias), estoy destruido… va a ser con prensa…? Sin prensa, Patricia… Sin prensa, ya está arreglado (responde Bullrich)…” (la citada obra de Pablo Duggan es el único libro escrito sobre la muerte del fiscal que, en 560 páginas, resume lo que existe en el cuantioso expediente de la causa AMIA y la investigación por la muerte de Nisman, incluidas la autopsia y todas las pericias forenses).
¿Por qué Nisman interpuso la denuncia contra la presidenta Cristina Fernández, poniendo como eje del fundamento el memorándum de entendimiento con Irán? La acusó de, con aquel acuerdo, intentar bloquear la investigación para proteger a los ocho acusados iraníes. Además la acusó de, con aquel acuerdo, provocar la suspensión de las alertas rojas decretadas por Interpol para capturar a los iraníes imputados. Él mismo había declarado más de una vez, públicamente, que aquel documento no le afectaba en nada en su investigación. Más aún, si bien el Parlamento argentino lo ratificó el 27 de febrero de 2013, la justicia trasandina lo declaró inconstitucional el 15 de mayo de 2014, casi un año antes que Nisman presente su denuncia contra Fernández. El memorándum nunca fue ratificado por Irán. Por lo tanto, ese documento no tiene ninguna validez. Y el fiscal lo sabe el 14 de enero de 2015, cuando interpone la denuncia.
Y ahora sabemos por qué esa temprana mañana del domingo 18 de enero de 2015, Nisman lo primero que hace al activar su computador, es entrar a la entrevista que el diario Página/12 publica del jefe de la Interpol, Ronald Noble.
En ella, le da al fiscal un golpe definitivo. Confirma que las alertas rojas contra los iraníes jamás fueron levantadas como causa del memorándum firmado por ambos países.
A pesar del documento oficial de Interpol, fechado el 15 de marzo de 2013, enviado al canciller Timerman, informando al gobierno que las alertas rojas no han sido levantadas como causa de la firma de ese acuerdo, Nisman sigue divulgando que el memorándum implica dejar de perseguir a los iraníes por Interpol y es una de las cuestiones principales por las que acusa a la presidenta argentina. Y eso lo sabe más de un año y medio antes de interponer la denuncia contra la mandataria.
En el fondo, todo indica que el fiscal estaba angustiado pensando que lo iban a sacar de la causa de su vida, esa por la que había saltado a la fama nacional e internacional, por la que disponía de la mejor infraestructura y recursos humanos y financieros de todas las investigaciones de la justicia argentina y la que le había brindado ese glamour que ama. Nisman pensó seguramente que esa denuncia contra una presidenta, esa bomba lanzada, sería quizás su salvación para permanecer al mando de la causa AMIA. No se entiende de otra manera.

El día antes

Es sábado 17 de enero de 2015. El fiscal se levanta muy temprano. Habla con su diarero para que le suba los diarios. Pasa la mañana realizando llamadas telefónicas y 99 mensajes de WhatsApp. Con su "exnovia”, Florencia Cocucci, del staff de Leandro Santos, con quien viajó a Cancún, intercambia la mayor cantidad: 30 mensajes. La prostituta VIP está acusada de estafas, robos y extorsiones a sus clientes, por lo que le fueron interpuestas algunas demandas. Todos sus clientes pertenecen a las esferas del poder.
Otros 45 mensajes de WhatsApp los intercambia con el periodista Nicolás Wiñazki del diario opositor Clarín (20) y 25 con el periodista Laureano Pérez Izquierdo, del diario digital Infobae, de amplia difusión en el mundo de habla hispana. Con Leandro Santos intercambia 11 mensajes. Dos más con la diputada Bullrich. Hay que recordar que Nisman está comprometido con ella para el lunes 19 de enero, para asistir a exponer los fundamentos de su denuncia al Congreso. Pero el fiscal está temeroso. Sigue haciendo exigencias de privacidad. Sin público. Sin parlamentarios kirchneristas en la sala. Sin prensa. Sin fotografías. Bullrich propone hacerlo entrar semioculto en un vehículo de diputados directamente al estacionamiento.
A las 13.30, Nisman llama por el Nextel a su custodio, el policía federal Rubén Benítez. Para evitar interferencias, el fiscal no usa teléfonos móviles para comunicarse con ellos. El sistema Nextel es un equipo de radiocomunicación con servicio de telefonía móvil. Benítez sube por el ascensor de servicio y entra por la cocina. Extrañamente el fiscal lo hace pasar al living. Normalmente los mantiene en la cocina. Pero Benítez entra. Está entre preocupado y curioso. No sabe de qué se trata. El fiscal le muestra las portadas de las revistas y diarios, todas referidas a su denuncia contra la presidenta. Profiere frases amenazantes de victoria con su denuncia.
Nisman pide a Benítez que le recomiende un arma. Quiere comprar una. Benítez se sorprende. Recomienda la pistola Bersa Thunder. El fiscal acepta la propuesta. Pero le pide que la compre él, dándole el dinero y luego se la deja. Benítez le teme, pero sabe que debe decir no. Así lo hace. Nisman insiste. Dice que no pasa nada. El custodio mantiene su negativa. Sabe lo peligroso que aquello significa para él. Benítez se retira. Nisman queda pensativo. La idea del arma da vueltas en su cabeza.
Por la tarde llama a Lagomarsino. Le pide que vaya al departamento. El informático llega a Le Parc cerca de las 17.30. Nisman le pregunta si tiene un arma. Lagomarsino se descoloca, no se espera esa pregunta. Nisman le dice que es para protegerse de cualquier atentado, sobre todo cuando va con sus hijas y los custodios. Dice que no confía en ellos. En la rapidez con que puedan reaccionar. No habla de atentado de muerte. Habla de funa, de amedrentamiento. Y quiere el arma para asustar, no para dispararla contra alguien.
El informático dice que tiene una pistola. Una Bersa 22 largo, pero le aclara que a veces falla. Accede a buscarla en su casa y se va. Pasan un par de horas y el informático no llega. Nisman está inquieto y obsesivo. Lo vuelve a llamar para preguntarle si encontró el arma. Lagomarsino le dice que sí, que ahora va para allá y se la lleva. Llega antes de las 19.00 al departamento. Sube siempre por el ascensor de servicio. Le entrega el arma y el cargador con cinco tiros. Está envuelta en un paño verde.
El asistente declaró en el proceso que, ante él, el fiscal se quiebra esa tarde. Nisman está bajo extrema tensión. Por ello toma medicamentos para calmar la ansiedad, el pánico y la depresión. A las 21.20 horas del sábado 17, Nisman apaga el celular.
Amanece el domingo 18. Buenos Aires está nublado y caluroso. A las 07:01:51, Nisman activa el computador que ha dejado encendido. Hace el recorrido descrito al inicio de esta crónica. Su angustia aumenta, a pesar de los medicamentos. Entra en un estado de excitación. A las 07.40 enciende el teléfono. Pronto empezarán a entrar decenas de llamadas y mensajes que nunca fueron respondidos.
Los custodios de ese día, Armando Niz y Luis Miño, llegan poco antes de las 11.00. Se instalan en la planta baja a esperar alguna orden del fiscal. A las 11.00 entra un mensaje de Lagomarsino. Le pregunta si está más tranquilo. Nisman no responde. Ese mensaje y todos los que entran ese día no son leídos por el fiscal. Los dos checks nunca se tornan de celeste. A las 12.15 entra otro mensaje de su secretaria, le informa que está lista para partir a su departamento como habían acordado el sábado.
Avanza el reloj. En Buenos Aires llueve. A las 13.00 horas sus custodios se inquietan. No es normal que el fiscal no los haya llamado aún para algún traslado o requerimiento. Pero no suben a tocar el timbre. Una hora después  lo llaman por Nextel. Nada. Con temor por la reprimenda, lo llaman al celular. Nada. Llaman a la secretaria para que lo llame. Nada. De ahí en adelante hay decenas de llamadas de sus secretarias, incluso una de ellas privada en la fiscalía que atiende sus cuestiones personales. Nada. No hay respuesta. Decenas de periodistas llaman al teléfono y le mandan mensajes. Quieren saber por su presencia del día siguiente ante el Congreso. Piden entrevistas. Que les adelante algunos datos. Ninguno obtiene respuesta.
Cae la tarde y en Buenos Aires comienza a oscurecer. Finalmente se comunican con su madre. Le preguntan si tiene llaves del departamento porque algo ocurre. A las nueve de la noche, Sara Garfunkel decide subir al departamento de su hijo con uno de los custodios. Entra al ascensor principal, mete la clave que conduce directamente al piso correspondiente, pero el ascensor no sube. Cree que equivocó la clave que conoce de memoria. Vuelve a casa con los custodios para buscar una agenda donde la tiene anotada, pero ve que es la misma que puso antes. Regresan con la agenda para descartar errores. Entran de nuevo. Mete la clave. Nada. No funciona. Entonces su alarma aumenta.
Está claro, el fiscal la cambió en las últimas horas, la madre no tiene otra explicación. Un empleado de mantenimiento les informa que tiene una clave general para el ascensor principal que lo lleva a cualquier piso. Suben con él. La madre mete la llave. Nada. No puede entrar. Algo traba la cerradura por dentro. Bajan para buscar alguna ayuda. En la conserjería conocen a un cerrajero que hace trabajos para el edificio. Lo llaman. El cerrajero arriba pasada las diez de la noche. Suben con él. El hombre hace unos movimientos con un instrumento y libera la cerradura.
La madre y el custodio Armando Niz ingresan al departamento. Todo está oscuro. Encienden luces y buscan. En el cuarto de Nisman el televisor está encendido. En otro cuarto encuentran el computador también encendido. No hay señas del fiscal. Todo está en orden. No hay signos de violación de cerraduras, tampoco de robo, el departamento está impecable, como al fiscal le gusta mantenerlo. No entienden. Nisman no está por ningún lado. De pronto la madre se percata que hay luz en el baño del dormitorio del fiscal. Alertada por la luz encendida, Sara Garfunkel pide al custodio que mire dentro del baño. Niz empuja la puerta semiabrierta. No puede entrar. Está trabada. Mira por el espacio por el que se filtra la luz y ve el cuerpo del fiscal tendido en un charco de sangre. Alerta a su madre, quien acude a mirar. Observa a través del pequeño espacio y ve el cuerpo de su hijo tendido.

Ocultamientos extraños

El cuerpo de Nisman es retirado al amanecer del día lunes 19 de enero para la autopsia. El resultado confirma la muerte por disparo en la sien derecha. No entra en especulaciones. No obstante, no existe ninguna pista sobre la presencia de una tercera persona junto al fiscal. La policía federal y algunos peritos forenses, además de la fiscal que asume la investigación, Viviana Fein, no encuentran un solo rastro de la presencia ese día de alguien más en el departamento.
Especialmente rastrean el lugar del suceso: el baño. No existen huellas de terceros. El cuerpo no ha sido removido o arrastrado. No hay huellas de aquello. En un lugar de dos metros cuadrados con posas de sangre en el piso, mover el cuerpo necesariamente habría dejado huellas. Rastrean el departamento entero. No ha habido violación de ventanas, puertas, desorden de papeles, hurgueteo de cajones o robos. Las cámaras no registran el ingreso a los ascensores de ningún extraño al piso 13.
Uno de los puntos importantes es el hallazgo del arma bajo el hombro izquierdo del fiscal, donde debió saltar en la caída. Si se hubiese querido simular un suicidio por un supuesto homicida, el arma se le habría instalado al cadáver cerca de su mano derecha, porque era diestro. Tampoco se encuentran huellas dactilares de personas extrañas a las normales que ingresaban al departamento y a las que ingresaron aquel domingo de su muerte. La madre permanece en el departamento hasta que retiran el cuerpo.
Hasta hoy, cinco años después de la muerte del fiscal, como lo indica Duggan, quien revisó para su obra el expediente completo, no existe ningún indicio, ninguna pista que tenga el valor de prueba, para demostrar judicialmente que Nisman fue asesinado.
Un policía se sorprende al ver que Sara Garfunkel, a quien se le pide permanecer en el dormitorio de su hijo para evitar que continúe recorriendo el departamento como buscando algo, mete su mano al bolsillo de un chaqueta del fiscal, extrae una agenda y la oculta. Días después, sorprendería a la fiscal Fein: decidió retirar tres cajas de seguridad que el fiscal mantenía en tres bancos para saber qué contenían. La mañana en que la fiscal la citó para concurrir juntas a esa diligencia, ella le dice que ya las ha retirado sin informarle. La fiscal le pregunta por el contenido, la madre solo responde que son cosas “sin interés”.
Al día de su muerte, Alberto Nisman mantiene algunas cuentas bancarias en el extranjero. En una de ellas, su saldo es de US$ 666.290. El único objeto considerado “ajeno” encontrado en el dormitorio por la policía ese domingo, es un pequeño maletín de características distintas a uno de trabajo. El perito que lo encuentra llama a la fiscal Fein para mostrárselo. Lo abre con un poco de vergüenza frente a ella. El maletín contiene: látigos, esposas, cuerdas de amarre, consoladores y otros objetos para la práctica del sadomasoquismo.
La fiscal Fein decide conformar una junta médica integrada por los mejores peritos forenses de Argentina. En ella participan forenses oficiales del Cuerpo Médico Forense, peritos de la Policía Federal, de la defensa de Diego Lagomarsino, a quien se le imputa facilitar el arma, y dos peritos forenses por la querella interpuesta por la jueza Sandra Arroyo Salgado. En el informe a la fiscal, esa junta médica no entregó ninguna prueba que, apreciada en derecho, confirme la existencia de un homicidio.
Pero en diciembre de 2015, la justicia argentina decidió quitar la investigación por la muerte de Nisman a la fiscal Fein. En 2016, ahora bajo el gobierno derechista de Mauricio Macri, la justicia trasandina ordena a la Gendarmería Nacional Argentina, dependiente del Ministerio de Seguridad, cuya ministra es entonces la exdiputada Patricia Bullrich, realizar otra pericia sobre la muerte del fiscal.
Como era de esperar, la pericia resuelve en septiembre de 2017 que el fiscal fue asesinado, pasando por encima de la autopsia, la junta médica, el Cuerpo Médico Forense y un informe pericial de la Policía Federal, ninguno de los cuales pudo aportar pruebas judicialmente válidas para calificar el caso como un homicidio. Sin embargo, la pericia de Gendarmería tampoco pudo aportar ninguna prueba judicialmente válida para sostener el homicidio. Sus resultados solo discreparon de los anteriores en análisis de manchas de sangre y otros aspectos del lugar de la muerte del fiscal. Extrañamente, en diciembre de 2018, la exesposa de Nisman se desiste de la querella que interpuso en 2015 por la muerte del fiscal. Muchos no comprenden el desistimiento.
Ese domingo, Alberto Nisman no recoge los diarios pedidos al kiosquero. Los diarios están desde temprano en su puerta. Después de activar el computador a las 07:01:51, según quedó establecido en la pericia informática de la causa, no se conocen otros actos suyos. Nisman viste un short oscuro y una polera blanca con una inscripción superior izquierda. Está descalzo. En algún momento entre las 09.00 y 14.00, busca el arma de Lagomarsino. Sin quitarle el paño verde que la envuelve, entra al baño de su dormitorio. Enciende la luz. Saca el arma y tira el paño. Pasa la bala y se para frente al espejo. Toma la pistola con su mano derecha, pone el dedo índice en el disparador, apoya el cañón en su sien derecha, afirma su mano derecha con la izquierda, y dispara.
Por su boca y herida mana mucha sangre. El impacto salpica la sangre en varios lugares del baño. Sus manos quedan manchadas de sangre. El fiscal cae al piso hacia la puerta de ingreso del baño. Su cabeza ladeada hacia la derecha, traba la puerta. Su brazo izquierdo abraza el pecho. El derecho está levantado hacia arriba donde impactó el proyectil, con su mano semicerrada. Todo terminó para Natalio Alberto Nisman.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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