¿En qué momento pasó de ser una esperanza compartida por la gente, a ser una posibilidad difusa, una idea descabellada, un algo perfeccionable por la vía de dejarla expuesta como un exabrupto de extremistas y alborotadores?
¿Quizás siempre fue pensada así?
La idea original, no lo perdamos de vista, fue desmovilizar a la gente por la vía de entregar la constitución de los 80/05, de Pinochet/Lagos, a la que fueron convocados dirigentes políticos en un postrer intento por salvarle el pelo y todo lo demás a Piñera.
No es cualquier contexto en el que sale la opción de convocar a una asamblea de ciudadanos que se avocaran a redactar una nueva constitución. Para decir las cosas como son, esa sentida reivindicación jamás estuvo entre las primeras exigencias de la bronca popular, siendo su reemplazo una necesidad evidente.
Si embargo, Piñera opta por esa salida ante el hecho indesmentible: sus días estaban contados.
Por eso la propuesta de nueva constitución nace huérfana, aunque varios se asumen como tíos cercanos y, por cierto, como padrastros y madrastras.
Resulta casi increíble que ahora la cosa se trate de hacerlo todo de nuevo. Y que el clamor, el reclamo popular que dejaba al sistema político -partidos, instituciones, Estado-, afectados por un rechazo inédito, ahora parezca que no haya sido jamás así, si se considera el protagonismo que han venido asumiendo quienes son los responsables de todo lo que hay y no hay.
Que se les ha dejado asumir.
¿Treinta pesos o treinta años? Al parecer ni uno ni lo otro.
De pronto da impresión de que lo ocurrido en esas jornadas de reventazón popular solo hubiera tenido como objetivo medible y evidente sacar la estatua ecuestre del general Baquedano.
Día a día, la esperanza que generó el vislumbre de una nueva constitución se disipa cual vaguada costera al mediodía: sin pena ni gloria.
Arrecia el pesimismo. Gana terreno el discurso ultraderechista. Se releva la traición, ¡one more time!, de ex concertacionistas. Pierde la batalla comunicacional la gente. El apruebo se muestra cuesta arriba.
¿Es que deberemos allanarnos a que este año de tiras y aflojas no fue sino una gran operación política que la derecha definió en tiempos muy precisos?
1.- Ganar el plebiscito. 2.- En la de no, ganar la Convención. 3.- De no ser así, desprestigiar su trabajo e integrantes. 4.- Patear el tablero si no sucede nada de lo anterior. 5.- Finalmente, desprestigiar todo lo obrado.
Lo que resulta incluso risible es que en esa táctica antidemocrática hayan caído varios y notables dizque progresistas/izquierdistas.
Así, de ganar el rechazo, nos vamos a allanar a un hecho fatal: finalmente la gente le hizo la pega a la derecha para sacudirse de aquello que le estorbaba y, sin prisa, pero sin pausa, nos acercamos a la evidencia de una burla de tamaño histórico: la derecha va a resultar la vencedora indiscutible luego de estar en el suelo y con las maletas listas para huir del país.
Cabe preguntarse: ¿cuál será la reacción de la gente burlada en este escenario? ¿Asumirá lo obrado como parte del juego democrático que veces premia y otras castiga?
La operación de la derecha, asumida por sectores de la exConcertación y algunos endebles izquierdistas de laboratorio, no es otra cosa que la instigación a un golpe blanco que busca demoler la voluntad del pueblo, expresión con la que hacen gárgaras a cada rato, cuya estrategia será reivindicar la herencia pinochetista por la vía de legitimar otro proceso constitucional en el que sí ganen. O repetir la receta hasta que lo hagan.
¿O quizás no todo será miel sobre hojuelas para el nuevo escenario y la gente comenzará a salir a las calles para hacerse sentir su profundo desencanto, su orfandad, su bronca?
Hemos insistido hasta el mal gusto: la izquierda no supo/quiso/pudo ponerse a la cabeza de un movimiento popular que llegó a un extremo inédito: expulsó a la represión de carabineros desde las poblaciones y por varias semanas el pueblo fue el que mandó.
Ahora la izquierda sabrá/querrá/podrá mucho menos.
Recordemos que, en los hechos, durante el reventazón popular el país se paralizó efectivamente como jamás lo han podido hacer esas máscaras artificiales llamadas CUT, ANEF, entre otras organizaciones falaces e inútiles.
Recordemos además que los políticos no se atrevieron a aparecerse por las plazas porque eran puntualmente expulsados. Los noticieros cambiaron sus programas y transmitieron con el espanto pintado en las caras de sus animadores. Las autoridades políticas se cambiaron de casas y contrataron guardaespaldas. Muchos en la ultraderecha hicieron sus maletas y se fueron a Miami.
Por varias semanas mandó el pueblo. O, mejor aún, no mandó nadie.
El caso es que hoy, a días del plebiscito, el sistema político no sabe bien qué hará en el caso que gane el rechazo completándose así el ciclo que se propuso trampear la voluntad popular expresada en el plebiscito que ordenó el proceso constitucional.
¿Alguien cree que esa noche los partidarios del rechazo triunfador saldrán a las calles para ser felicitados por el bando perdedor? ¿Y al otro día a otra cosa, mariposa?
La operación de la derecha, asumida por sectores de la exConcertación y algunos endebles izquierdistas de laboratorio, no es otra cosa que la instigación a un golpe blanco que busca demoler la voluntad del pueblo, expresión con la que hacen gárgaras a cada rato, cuya estrategia será reivindicar la herencia pinochetista por la vía de legitimar otro proceso constitucional en el que sí ganen. O repetir la receta hasta que lo hagan.
Y de paso, endilgarle todo ese fracaso al gobierno de Gabriel Boric.
¿Por qué la derecha es capaz de imponer sus condiciones a pesar de haber estado en el suelo hace tan poco? Ya se dijo: por la ausencia casi por completo de la izquierda, pero además por esos dirigentes sociales llamados a asumir sus responsabilidades y que no lo hacen sepa Moya por qué razón.
Si gana el rechazo esos dirigentes deberán hacer esfuerzos por desentumecerse, perderle el miedo al poder y a la gente y levantar una proyecto de país que seduzca a la mayoría e interprete a la gente que va a salir a las calles a exigirles el fruto de sus sacrificios evidentemente mal administrados.
¿Y que deberían hacer si gana el Apruebo?
Exactamente lo mismo. Por suerte, el almanaque siempre traerá un octubre.
Por Ricardo Candia Cares
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