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lunes, 22 de agosto de 2022

OPINIÓN POLÍTICA Voltereta

     

No recuerdo la fecha, al vivir a saltos de mata, cuando conocí al escritor. Ni siquiera he retenido el título del libro que me obsequió. Ignoro, si se trata de una novela, un libro de cuentos o un ensayo. Desconozco si la obra se encuentra en mi biblioteca. La dictadura, nos enseñó a desconfiar de todos y a olvidarnos del pasado. Aquella tarde en torno a sendas tazas de café y los bocadillos de rigor, charlamos hasta el anochecer. Permanecíamos acompañados de nuestras cónyuges, que se limitaban a escuchar la viveza de su encendida palabra. Conversador infatigable, me dejé seducir por la generosidad de su verbo y viva inteligencia. Uno puede olvidar hechos, nimiedades si se quiere o una determinada fecha; jamás las ideas expresadas o la muerte de un ser querido.

Al escritor lo conocí en una reunión de amigos. La dictadura había concluido y la oligarquía se mostraba llana a entregar el poder, bajo ciertas condiciones, después de 17 años de descarada rapiña. La cual continúa hasta el presente. Junto a un país desmembrado y herido, nos dio por herencia, la constitución de 1980. Bazofia envenenada que, hasta el día de hoy, enturbia la convivencia. Divide y perturba.

En ese encuentro de amigos, invité al escritor a mi casa y días después, se materializaba la tertulia. Como en aquella oportunidad, se limitaba a cuatro personas, desde el comienzo, expuso cuál era su actual forma de pensar. La confianza le ofrecía la posibilidad de explayarse y navegar a sus anchas, por el mar de la vida. Cuando hablaba de lo que había sido su experiencia política durante la Unidad Popular y enseguida de su exilio, mostró un rictus de amargura. Algo no encajaba. En su frente se dibujaban aquellas dudas, que lo llevaron a abjurar del pasado. Producto, quizá del rencor hacia la sociedad, por la cual había combatido.

Al producirse el golpe militar, es decir, el asalto al poder auspiciado por la oligarquía, el escritor, debió exiliarse. Estuvo en la Alemania Democrática, desde donde huyó. En seguida, aparece en Perú. Ahí conoció a los Vargas Llosa, quienes comenzaban a incursionar en el mercado de la farándula, apoyando con sus escritos y consejos de alcahuetería, a cualquier carcamal.

Enseguida, el regreso a la patria; a reencontrarse con las raíces, la familia y las amistades. Desde luego, no se trataba del escritor, funcionario de la Unidad Popular, cercano a los altos dirigentes de la experiencia revolucionaria. A cualquiera, el veleidoso destino, las amarguras del exilio, la miseria y el desarraigo, enturbian la vida. Otros, no se dejan amedrentar ni vencer por los oprobios, que al final, terminan por endurecerles el cuero.

Ahora, después de años veo al escritor, apoyando el rechazo a la nueva Constitución. Me sentí sorprendido, aunque a mi edad, rumbo a la centuria, nada nos debe extrañar. Ignoro si adhirió a los amarillos o por razones de dignidad, mantiene su independencia política. Uno se pregunta, cómo un hombre culto, inteligente, escritor sagaz, formado en el partido comunista, puede concluir entregado a quienes combatió en su oportunidad. En medio de su confusión u ofuscación, se ha unido a intelectuales de fruslería; a escribidores a dólar la cuartilla. Gentuza, acostumbrada a la genuflexión y al besa manos. A servir a quienes utilizan el poder del dinero, para corromper.

Acuden a mi memoria, infinidad de otros hechos, donde hubo quienes, por salvar el pellejo, delataban a sus camaradas. Alguien podrá argumentar que, estas historias, no alcanzan a tocar el prestigio de un escritor, ni siquiera a cuestionarlo, debido a su actual postura. La tozuda realidad, nos habla otro lenguaje. Cada uno de nosotros, escribe sus vivencias en el libro de la memoria y debe responsabilizarse de ellas, aunque duela. En nuestro quehacer, hay un dejo de imborrable nostalgia, la cual nadie logra derrotar.               

 

Por Walter Garib

 

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