por Cristián Araya M 17 octubre, 2022
Estamos a un día del 18 de octubre, fecha en que se conmemora el estallido social de 2019, el cual marcó un antes y un después en la historia de nuestro país. Las distintas asimetrías que podemos observar en la sociedad, especialmente en cuanto a derechos sociales, junto a una profunda segregación urbana, fueron el gatillante de un descontento que llevaba años acumulado en una olla a presión que, cada tanto, podía percibirse en el ambiente.
Los cuestionamientos constantes de una juventud rebelde –a veces poco respetuosa, pero con un buen manejo de la masividad gracias a las redes– hacia un modelo económico-político carente de oportunidades para muchos y que decidía ignorar la necesidad de avances en áreas como el cuidado del medioambiente, llevaron a que, finalmente, esa olla reventara.
De ahí se desató una inusual y caótica violencia –que a ratos parecía no finalizar–, la que sólo amainó con el acuerdo de una nueva Constitución como solución al pliego de peticiones. Solución discutible, que ha resultado ser más compleja de lo que se suponía.
La incapacidad del sistema democrático de resolver las desigualdades económicas se conjugó con una crisis de representación política marcada, de una desafección ciudadana y de desconfianza en las instituciones potente, fraguándose un hastío al que, además, se sumó una volatilidad en los mercados financieros tremenda, tras los fuertes cuestionamientos a los cimientos del sistema económico.
Desde entonces, contamos con un Gobierno diferente, con un Parlamento de fuerzas fragmentadas, una economía ilíquida, en un contexto donde el grupo elegido para elaborar el nuevo rayado de cancha decepcionó al no ser capaz de responder, satisfactoriamente, al pliego de necesidades solicitado por la sociedad chilena.
El individualismo cultivado con el tiempo, imperante en la actualidad –y ampliamente cuestionado en las protestas–, permeó la Convención Constitucional y marcó el fracaso del proceso. Lo que rescatamos es que estructurar una base de beneficios colectiva será parte de los cimientos clave para construir un nuevo esquema constitucional.
La sociedad cambia y, lo que fue bueno una vez, quizás hoy no lo sea. Vale la pena reflexionar respecto de si estamos enfrentando un real cambio de paradigma; de serlo, deberá producirse a nivel de mercado una adecuación de nuestros modelos, para eficientar los recursos y los esfuerzos.
Para avanzar en lo económico, es necesario despejar las dudas del nuevo marco de acción, reconociendo virtudes y defectos del modelo actual. Solo así podremos llegar a un consenso que nos permita crecer –a todos– como país.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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