por Roberto Fernández Droguett 18 octubre, 2022
Desde el campo de los estudios de memoria, recordar eventos colectivos puede suponer volver a elaborarlos, interrogar su sentido, cuestionar sus aportes, en definitiva, resignificarlos a la luz del presente. Es por eso que hacer memoria del 18 de octubre de 2019 –después de tres años de un proceso sociopolítico complejo que culminó con la derrota de la opción Apruebo a la propuesta de nueva Constitución– resulta al mismo tiempo un desafío, pero también una tarea ineludible para comprender mejor el presente en función del pasado y así poder proyectar el futuro. Particularmente en el contexto posplebiscito actual, en el que parecen mantenerse la perplejidad, el cansancio y la desorientación.
Hacer memoria del 18 de octubre implica recordar hechos colectivos, pero también vivencias individuales. Probablemente todas y todos recordemos dónde estábamos ese viernes, qué es lo que hicimos y cómo vivimos el comienzo del estallido. Si bien ya se venían desarrollando manifestaciones en las estaciones del metro de Santiago durante varios días, ese viernes la vida cambió en pocas horas.
A comienzos de la tarde empiezan a cerrarse varias estaciones y la reacción colectiva es justamente tomarse esas estaciones, en muchos casos destruirlas, y luego encontrarse colectivamente en las calles en una suerte de euforia por lo que estaba empezando a suceder.
Nadie quería irse para su casa, había llegado el momento de expresar el descontento en las calles y ese descontento se expandiría por la ciudad y luego por todo Chile en pocas horas. En un solo día todo había cambiado y de ahí en adelante se desarrollaría una revuelta sin precedente en la historia del país, la cual todavía requiere ser estudiada para comprenderla en toda su complejidad y legado.
En ese sentido, parece equivocado suponer que el proceso que abrió la revuelta se cerró con el triunfo del Rechazo en el plebiscito de salida del proceso constitucional. Si bien se clausura la vía institucional que se adoptó con el acuerdo del 15 de noviembre de 2019, vía destinada más a controlar la revuelta que a llevar adelante un genuino proceso constituyente, el malestar y la energía social que estallaron el 18 de octubre parecen seguir ahí, aunque sin una expresión clara.
Vista desde el presente, la revuelta aparece algo desdibujada, tanto como los caminos para llevar adelante procesos sociopolíticos que se hagan cargo de ese malestar y de la energía social que sigue latiendo en la sociedad chilena. Por lo mismo, hacer memoria de lo que pasó puede reconfigurar horizontes de sentido para pensar el presente y proyectar el futuro. Una clave es recordar que la revuelta no fue un mero proceso disruptivo, sino que fue el resultado de un largo proceso de impugnación al sistema sociopolítico y económico que comienza a tomar forma con las movilizaciones del año 2011. Momento en el que se fueron instalando demandas que nunca fueron satisfechas, demandas materiales pero también demandas valóricas, en las que la igualdad, la justicia y la dignidad en la vida cotidiana tenían, y probablemente sigan teniendo, un lugar central.
Volviendo al campo de los estudios de memoria, sabemos que no existe una sola memoria, sino que, al contrario, existen múltiples memorias que muchas veces se encuentran en disputa por convertirse en hegemónicas y así procurar establecer la “verdad” de lo que sucedió. En este sentido, no son pocos los sectores que promueven una visión de la revuelta como un momento marcado por el desorden, la violencia y la destrucción, omitiendo tanto las causas del estallido como sus otras expresiones, como fueron las manifestaciones masivas, las asambleas y cabildos, las expresiones artísticas y culturales que se desarrollaron durante el proceso y, sobre todo, que la revuelta logró construir un sentido de lo colectivo, un nosotros, que más allá de su diversidad y diferentes expresiones, identificó a un importante sector de la ciudad que se sumó o apoyó la revuelta.
Sin embargo, también sería sesgado no reconocer que ese nosotros se desdibujó en el marco del proceso constitucional, dejando instalada la pregunta por ese nosotros. Hacer memoria también es preguntarse por ese nosotros, cómo se constituyó, cómo se fue diluyendo, si es que sigue existiendo y, de ser así, cuáles son sus características y anhelos.
Recordar la revuelta también es hacernos estas preguntas y así poder ir orientándonos y buscar nuevos caminos para las transformaciones sociales y políticas que la gran mayoría de chilenas y chilenos desean y necesitan.
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