Por: Osvaldo Torres | Publicado: 20.10.2022
El resultado del plebiscito ha prolongado la crisis, mostrando que las promesas de rechazar para reformar eran meras cuñas publicitarias, quedando pendientes las transformaciones que Chile necesita. Esto, por supuesto, tiene el peligro de agudizar los ataques al Presidente y con ello perpetuar el asesinato de su imagen.
Este mes de octubre se inauguró la exposición de Voluspa Jarpa sobre los crímenes de 47 destacados líderes latinoamericanos entre la década del 50 e inicios del siglo XXI, en el hall del Ministerio de Educación; su nombre: “Mi carne es bronce para la historia”. Asesinados por motivos políticos, muchas de esas muertes fueron en extrañas circunstancias (lo que habla de la perfección del crimen y del poder de los autores intelectuales). La autora las rescató de los informes desclasificados del gobierno de Estados Unidos y sus retratos trabajados en láminas de bronce, entre los cuales están la de los comandantes en jefe del Ejército chileno, generales Schneider y Prats, el ex candidato presidencial y poeta Pablo Neruda y los ex presidentes Frei y Allende. Como sabemos, los asesinos fueron de ideologías derechistas y buscaban imponer por la violencia terrorista sus ideas con apoyo extranjero. Esos crímenes se produjeron en sociedades en situaciones de crisis políticas e institucionales.
Hoy Chile vive una crisis política y de su institucionalidad. No la de los tiempos de la Guerra Fría, por lo que las estrategias para “liquidar enemigos” han mutado. Ahora, luego de la llegada de Gabriel Boric a la Presidencia del país, se ha desarrollado un ataque demoledor a su figura (“palos porque bogas, palos porque no bogas”, decía el dicho). No se trata solo de ataques como, por ejemplo, el piedrazo de Coquimbo en abril o los golpes que recibió su hermano en plena Alameda en septiembre.
Hay ataques por los medios de comunicación y las redes sociales cuyo objetivo político es la devaluación de su persona, imponer la idea de la incapacidad para gobernar (con “sus amigos”) y de su falta de autoridad para ejercer el cargo.
No se trata de una crítica política sustentada en argumentos, ni de las naturales discrepancias entre quienes sostienen proyectos políticos distintos. Hoy, lo que está operando es un tipo de lenguaje agresivo, que apela a la emocionalidad de las personas, donde el argumento pierde valor, y permite legitimar el insulto, la descalificación y la mentira, haciendo de ello una supuesta expresión de la “libertad individual”, y a quienes critican esa forma desembozada de lenguajear se les sitúa atentando contra la “libertad de expresión”.
Muchos líderes políticos populistas de derechas están tomando sesgos mesiánicos con discursos en blanco y negro, que prometen salvar al país de sus problemas por la vía de la destrucción del enemigo malévolo (antipatria, neomarxista, pro-delincuentes, anti-vida, migrante, etc.), autocalificándose de sheriff, patriotas o libertarios, situando en el gobierno y el Presidente al principal responsable. Estrategia que ya fue usada con éxito al satanizar el texto convencional, incrementándose sin pudor luego del triunfo de la opción del Rechazo, como si ese 38% de electores hubiésemos sido unos vendepatrias.
Esta estrategia política apela a los miedos que por su permanente golpeteo se hace natural y se amplifica en los medios de comunicación y las redes sociales, sin responsabilidad editorial o ética.
Como lo recuerda Byung-Chul Han, la información, en la actualidad, no tiene estabilidad; se vive en un torbellino de “novedades” que deja “al sistema cognitivo en estado de inquietud” permanente, con poco espacio a la reflexión y el conocimiento. Así, se construye un relato a partir de los miedos de la población y luego se muestra una incompetencia del gobierno para aplacarlos, como si las causas de los hechos noticiosos hubiesen sido producidas por su responsabilidad o ineptitud, sin considerar lo que dejaron de hacer gobiernos anteriores y las deficiencias como debilidades de las policías, fiscales y jueces.
Se trata de una estrategia de demolición de la democracia –la que se sustenta en el acuerdo racional del campo político y su respaldo ciudadano– que cuestiona la confianza en la sociedad dejando que la “libertad de mercado” opere en las relaciones sociales de cada persona. Así, estas pasan a ser –siguiendo a Wendy Brown- un “portafolio de autoinversiones” personales (mejorar su apariencia, educación y cuidar la salud), así como deben gestionar una “economía del autosustento” en que sus haberes pasan a ser utilizados para incrementar los raquíticos ingresos (arrendar piezas, choferear Uber, vender en las ferias) y, ante la brutal reducción del Estado por su carácter subsidiario, se obliga a las familias a tomar los cuidados (de los adultos mayores y niños, enfermos crónicos, adictos, endeudados), que mayoritariamente realizan mujeres. Y esto funciona, pues el individualismo y la debilidad de los servicios estatales, obligan a las personas a “rascarse con sus propias uñas”, dejando las ideas tanto de justicia social como a los programas sociales, como ayudas indebidas a gente que no se lo merece.
En este contexto, de búsqueda de desmontar la vida en sociedad (como lo propuso Margareth Tatcher en los 80) y de desprecio por los derechos humanos (al tipificarlos como bandera marxista), la tarea es fortalecer la participación social, la elaboración de una Constitución democrática y reforzar la acción del gobierno en la solución de los problemas concretos de la vida social, pues el resultado del plebiscito ha prolongado la crisis, mostrando que las promesas de rechazar para reformar eran meras cuñas publicitarias, quedando pendientes las transformaciones que Chile necesita. Esto, por supuesto, tiene el peligro de agudizar los ataques al Presidente y con ello perpetuar el asesinato de su imagen.
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