Horas antes de su muerte, en casa de unos amigos, el general Carlos Prats –preocupado por su vida– le pregunta a su anfitrión: “Cómo irá a ser esto, Ramón… por dónde vendrá… pero yo ando armado, así es que no les será tan fácil”.
El “tío Kenny” despliega las piezas sobre la cama del Hotel Victory, en el microcentro de Buenos Aires. Bajo la mirada atenta de su mujer, Mariana Callejas, arma la bomba: dos cartuchos de C4 y tres detonadores.
El gringo Michael Townley y Mariana arriban a la capital argentina el 10 de septiembre de 1974. A veces, los hijos de Callejas le dicen cariñosamente “tío Kenny”.
De Santiago, Townley sale con pasaporte estadounidense con el nombre de Kenneth Enyart. Lo envía la DINA. Precisamente Pedro Espinoza, el segundo después del jefe, el coronel Manuel Contreras. “El Mamo” para los amigos.
Cuatro días después del golpe de Estado, el 15 de septiembre de 1973, Prats sale al exilio hacia Buenos Aires. Sabe que en Chile su vida será insoportable y peligrosa.
Pinochet teme al excomandante en Jefe del Ejército, Carlos Prats. El general tiene gran ascendencia sobre la oficialidad. Pinochet teme también que, desde Argentina, el general exiliado convoque apoyo contra su dictadura.
Un día de junio de 1974, el dictador convoca a Manuel Contreras y a Pedro Espinoza.
-En Argentina, Prats se transformó en un peligro… les ordeno que resuelvan esta situación.
Inicialmente, el plan para eliminar a Prats a través de un comando a cargo del ultraderechista Martín Ciga Correa, del Servicio de Inteligencia del Estado argentino, SIDE, fracasa. Ahora la mano de la DINA necesita cruzar la cordillera. El temor de Pinochet respecto del general es el mismo que tiene por el exministro de Allende, Orlando Letelier, en Washington, y el líder democratacristiano en Roma, Bernardo Leighton.
Espinoza confía plenamente en el gringo. El “tío Kenny” muestra siempre una lealtad de hierro a los encargos de sangre. Cuando Townley sale de Chile, Espinoza le entrega 20 mil dólares.
El general pasa sus días argentinos entre el trabajo como gerente en la empresa de fabricación y exportación de neumáticos, Fate; sus encuentros con el excónsul de Chile en Buenos Aires, Eduardo Ormeño, y el exembajador del Presidente Allende en esa ciudad, Ramón Huidobro; los cariños, cuidados y compañía de su esposa Sofía Cuthbert en el departamento del tercer piso de la calle Malabia 3359, en el barrio de Palermo; y la desolación de su alma y el temor por su vida. Sabe que lo quieren matar… que vendrán por él.
“Usted va a morir”
A las cuatro de la mañana del lunes 2 de septiembre suena el teléfono en Malabia: “Si antes de salir a Brasil usted no declara públicamente que no se encuentra realizando actividades en contra del Gobierno militar chileno, usted va a morir”.
Una voz de chileno con falso acento argentino. Todo coincide. El general advierte hace días que siguen sus movimientos. Personas que se dicen “agentes de seguridad” argentinos preguntan por él en Malabia y Fate.
Esa misma mañana, Prats llama al exembajador Huidobro:
-Ramón, urgente por favor anda a hablar con el embajador y dile que he sido amenazado de muerte. Que me siguen los pasos. Que llevo meses esperando los dos pasaportes para salir de Buenos Aires con mi esposa. Huidobro llama al embajador de Chile, René Rojas Galdámez, y le informa. Rojas informa a Chile al canciller, vicealmirante Patricio Carvajal. Silencio…
Ante la demora y el estado de desesperación del general y su esposa, el Ejército argentino ofrece a Prats gestionar de inmediato dos pasaportes argentinos, para que el matrimonio salga inmediatamente con destino a Brasil.
Pero Prats rechaza la oferta: “Un general chileno no puede viajar con pasaporte de otro país”, dice al exembajador Ramón Huidobro.
Pocos días antes del fin, el gringo se cruza con el general a pocos metros suyos en un parque de Buenos Aires. Piensa dispararle y huir, pero no lo hace por la cantidad de personas que circulan por ahí. Está de día claro.
Debajo del Fiat 125
La mañana del domingo 29 de septiembre, el excónsul Eduardo Ormeño pasa temprano en su Fiat 124 para buscar a los Prats-Cuthbert. Van a la casaquinta del matemático Andrés Stevenin, fuera de la zona urbana, a una parrilla campestre.
El general va de copiloto. Se muestra relajado. Sonríe a veces. Ormeño se extraña porque desde hace tiempo ve la angustia en su rostro. Entre bocado y bocado, Prats, su esposa y Ormeño juegan al bridge. Se ríen y acuerdan formar un grupo para jugar todos los miércoles. Empezarán el próximo miércoles 2 de octubre. Por unos momentos, cabeza, corazón y alma del general están alineados en el ir y venir de las cartas.
La guadaña de la muerte desaparece.
El viernes 27 de septiembre cae la tarde-noche en Buenos Aires. Un auto Renault espera a una cuadra de Malabia 3359. Mariana Callejas aguza la vista. No pierde detalle ni movimiento de la calle y no quita el ojo a la puerta del garaje. Está alerta. El gringo entra aprovechando que la puerta está abierta. La muerte juega de su lado. Camina hasta el fondo y ubica el Fiat 125 del general. Se tiende en el suelo para trabajar, pero siente ruidos. Se esconde y respira hondo. Tiene cuero duro para matar. Es el portero que ingresa, alumbra por todas partes, sale y cierra la puerta.
Townley deja su pistola en el piso. Se mete debajo del vehículo, fija la bomba con los dos cartuchos de C4 y los tres detonadores y espera unos minutos. La puerta del garaje sigue cerrada. La muerte vuelve a jugar de su lado. Unos habitantes del edificio ingresan para buscar sus autos. El gringo se cuela entre ellos y sale. Mariana se acerca y lo recoge. Ya oscureció. Queda pendiente destruir la iluminación pública del sector.
Pasadas las cuatro de la tarde, el general y su esposa piden a Ormeño que los lleve de regreso a Malabia. En el rostro de Prats vuelve a asomarse la angustia. Están citados con Ramón Huidobro y su esposa Panchita para ir al cine. Verán las aventuras italianas de Nino Manfredi, Pane e Cioccolata.
Se despiden de Ormeño en la puerta del edificio y se recuerdan mutuamente lo del próximo miércoles para el bridge.
El matrimonio se cambia ropa un poco más formal para el cine. Salen del departamento, bajan al garaje y Prats enciende el motor del Fiat. Van a buscar a los Huidobro. El general y su esposa no advierten nada extraño en el auto.
Después del cine se van a cenar a casa de ellos. En la sobremesa, el general expresa a Huidobro una frase dramática: “Cómo irá a ser esto, Ramón… por dónde vendrá… pero yo ando armado, así es que no les será tan fácil”.
¡Ahora…!
Pasadas las doce de la noche el general y su esposa se despiden de sus anfitriones. Suben al Fiat y enfilan hace Malabia por Avenida Figueroa Alcorta en el barrio de Palermo.
Faltan quince minutos para la una de la madrugada del ya lunes 30 de septiembre. El general detiene su auto frente a la puerta del garaje. La iluminación pública de la cuadra está cortada. Baja del Fiat, abre la puerta y regresa. Prats sube al auto. A cien metros Callejas tiene el detonador sobre sus piernas dentro del Renault.
El gringo le grita: “¡Ahora…!”. El detonador no responde. Townley se lo arranca de las piernas y lo activa. La explosión remece la calle. Los cuerpos del general y su esposa están destrozados. Todo es oscuridad.
Como una mueca perversa del destino, ese mismo lunes 30 de septiembre el subsecretario de Relaciones Exteriores, capitán de navío Claudio Collados, informa finalmente al cónsul de Chile en Buenos Aires, Álvaro Droguett: “Inconveniente entregar pasaportes a personas indicadas”.
La misma mañana del día 30, el ministro consejero de la embajada chilena, Guillermo Osorio, llama a Santiago al subsecretario de Relaciones Exteriores subrogante, general Enrique Valdés Puga:
-Solicito urgente un avión de la Fuerza Aérea para repatriar los restos del general Prats y su esposa.
-Al general déjelo ahí no más… que se pudra. Townley llama a Santiago al mayor Pedro Espinoza: “La misión está cumplida, mi mayor”.
(Esta crónica está construida sobre la base de los antecedentes del expediente judicial del proceso en Buenos Aires, entrevistas en su momento del autor al excónsul Eduardo Ormeño y al exembajador Ramón Huidobro, y las declaraciones del agente DINA Michael Townley en la causa judicial. No hay ficción.)
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