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martes, 10 de julio de 2018

Los juegos del hambre

Vivimos para pagar cuentas, dice Pepe Mujica, o sea que no vivimos. Siempre corriendo para satisfacer las exigencias del patrón, del jefe, del capataz, del manager... Con una zanahoria delante, para hacerte avanzar, y un látigo detrás, para que no te detengas. La vida simplemente, en la pluma de Daniel Pizarro.

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Los juegos del hambre


Un texto de Daniel Pizarro


Querida mamá, hoy día nos subieron las metas. Yo sé que tú no entiendes de qué estoy hablando, y no tendrías por qué entenderlo. Menos ahora con tu Alzheimer tan avanzado. Pero yo voy a hablarte igual que siempre como si nada hubiera cambiado; pues te confieso que entretanto también yo he ido cambiando y me estoy volviendo cada vez más niña. Algún día nos tocaremos por los extremos, mamita.
Mamá, el jefe me sonríe como si fuera una niña. O quizás una idiota. Cada vez que nos suben las metas nos viene con la misma sonrisa, como si nos tuviera una buena noticia. Nos habla de nuevos desafíos y cosas por el estilo. Y no deja de sonreír. Nos explica que en la vida uno tiene que estar en movimiento, no conformarse con lo mismo de todos los días. Y por eso nos suben las metas.
Después de darnos esa noticia, que por cierto fue la misma de todos los meses, nos recomendó una película del cine. No sé si es una para adultos o para niños, pero nos habló con tanto entusiasmo que por unos momentos me hizo pensar que mi trabajo no pende de un hilo como cada día. El hilo de las metas, mami.
Y a todo esto ¿cómo estás tú? ¿Te acuerdas de tus nietos? ¿O ya se te olvidaron sus nombres y sus caritas? Te voy a refrescar la memoria por si acaso: Florencia, Maximiliano y Emilio. Once, nueve y tres años. La Flor tuvo su primera regla y Emilio pasa enfermito porque tú sabes que fue muy prematuro. A lo mejor te acuerdas. El pobre tose hasta que vomita. Por el Maxi me llaman del colegio a cada rato.
¿Y te acuerdas de Roberto? Se fue de la casa, mamá. Me dejó por una mujer de treinta años. No tengo demasiado tiempo para llorar, así que hago algo bien curioso: me programo para derramar las lágrimas en el baño. Es como si las juntara todas para cierta hora del día, y la verdad es que me resulta bastante bien. Nunca pensé que pudiera lograrse algo así. Digamos que cumplo mis metas de llanto, mamá.
Aunque tú no me creas yo entiendo a Rubén. No lo justifico, pero puedo entender lo que me hizo. Porque reventó. Eso fue, mamá. Así son los hombres; cuando no dan más buscan la salida de emergencia, en todas las vidas hay una. ¿No hizo papá más o menos lo mismo? Dios lo guarde en el cielo.
Mamá: aquí nos evalúan todos los meses. Ya te digo que nos tratan como si fuéramos niños. Como si nunca hubiéramos crecido. He llegado a pensar que el mundo de hoy no necesita de adultos. Los adultos son complicados y están llenos de problemas. Dentro de todo, los niños son más simples. Como tú, que cuando te visito te conformas con esas canciones antiguas que encontramos en internet.
Te digo que nos ponen una nota. Es como sentir una lupa inmensa sobre tu cabeza, todo el día. Nada se les escapa. El jefe me dice que me falta perfil comercial. Después me recomienda películas. Eso del perfil comercial tiene que ver con el cumplimiento de las metas; tú me entiendes desde el fondo de tu Alzheimer, mami. Yo lo sé.
Por si no me entiendes, te lo explico. Aunque yo sé que nada puedes hacer por mí, al contrario de antes, cuando la verdadera niña era yo. Qué importa ahora. Tengo que vender, mamá. Tengo que vender más que el mes anterior, y más aún que el mes antepasado. Cada día tengo que vender más. ¿Será posible, mamá? ¿Qué opina el señor Alzheimer al respecto?
Lo más probable es que me despidan a fin de mes. En rigor, no me renovarán el contrato mensual. La lupa me observa a cada momento. Se viene un cataclismo, mamita. El jefe se declara un amante del séptimo arte. ¿Ya te lo dije? Tu mal es contagioso. Me voy a quedar sin trabajo y no podremos seguir pagando el colegio de los niños. No podremos pagar el arriendo de la casa. Hablo en nosotros porque Roberto me ayuda con lo que puede, aunque se haya ido con esa mujer que no conozco. Roberto era mi marido, mamá. Te lo voy a repetir hasta el cansancio.
Cuando miro las noticias en la tele me digo que el mundo está en guerra. ¿Ves algo de televisión? Los cohetes que se disparan, los bombardeos… Menos mal que aquí estamos muy lejos. En el poto del mundo, como decía papá. Tú ya no te acuerdas de nada. Por suerte no nos alcanza la guerra, mamá. En este refugio.
 
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