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lunes, 31 de agosto de 2015

El conejillo de Indias de Colonia Dignidad (II)

por  31 agosto 2015


El conejillo de Indias de Colonia Dignidad (II)
A contar de los 10 años Dieter Scholz trabajó día y noche, de domingo a domingo, ayudando a construir el imperio de Paul Schäfer. Hace pocos días descubrió que debajo de su ficha médica existe un nombre en español: Rafael Labrín González, que parece ser su verdadera identidad.
–Mira aquí –me indica Dieter Scholz mostrando al trasluz una especie de ficha médica escrita en alemán, rellenada con una letra muy pequeña y femenina. En la parte superior del documento dice “Scholz Laube, Dieter”, en un papel que claramente está pegado sobre la ficha original.
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En el trasluz, al centro del documento, la fotografía alcanza a mostrar las palabras “Rafael” y “González” (Fotografía: Claudio Concha).
Solo hace muy poco tiempo, Dieter se dio cuenta de que debajo de ese papel se podía leer el texto original, que dice “Rafael Labrín González” y muestra de una fecha que pareciera ser de nacimiento: 17 de noviembre de 1972. Criado al interior de Colonia Dignidad, su aspecto típicamente chileno da cuenta de que por sus venas no corre sangre alemana, aunque su forma de hablar indica lo contrario.
-Mi nombre chileno es Rafael Labrín González –reseña con su acento germano, como si tratara de posesionarse de esa identidad que le robaron, mientras muestra cómo su nombre de nacimiento está tapado por una huincha de papel con pegamento que él cree puso allí la doctora Gisela Seewald, condenada por lesiones y torturas al interior del hospital del enclave y quien oficiaba en la práctica como directora del mismo.
Cuando era muy niño, alguna vez le dijeron que su madre biológica (y chilena) había fallecido al nacer él y nunca más preguntó al respecto. Hoy entiende que es altamente probable que nada de eso sea cierto y que el suyo sea otro caso más de adopciones ilegales.
–Mi papá era Klaus Scholz Laube –relata Dieter casi con candidez, bajando el certificado del hospital y sabiendo que en su caso aquello de “papá” era un simple decir, pues –al igual que todos quienes crecieron al interior de la secta– él jamás conoció un padre o una madre.
–De lejos nomás –responde cuando se le pregunta por el contacto que tenía con su “padre”.
Por el contrario, fue criado por “tías” como Gisela Preuss, al interior del “kinderhauss”; es decir, “la casa de los niños”, el lugar donde todos los hombres se criaban juntos, al estilo de un orfanato, pese a que muchos de ellos, a diferencia de Dieter o Franz Bäar, no solo eran alemanes sino que también sus padres biológicos vivían ahí mismo.

Papeles falsos

Como todo en su vida, los papeles dicen cosas contrarias a lo que ha sido la realidad. Los currículos que posee, escritos al interior de la colonia hace muchos años ya, cuando se disolvió la personalidad jurídica del enclave y debieron crear contratos de trabajo para los colonos (los cuales no se respetaban, por cierto), dan cuenta de que Dieter completó su educación básica y media en establecimientos del sector de Catillo.
–Todos esos certificados que dicen que los colonos completaron sus estudios son falsos –dice Hernán Fernández, el abogado que comenzó a perseguir a Paul Schäfer en 1996 y que fue clave en su captura, en 2005, en Argentina. Hoy en día sigue trabajando en la temática y defiende a Franz Bäar, Dieter, además de otros que fueron víctimas de los abusos de Schäfer y diversos colonos durante décadas.
–Yo estudié poquito, no tanto –señala Dieter, como avergonzado.
Desde que salió de la colonia, hace varios años ya, Scholz ha deambulado por distintas partes: Chillán, Parral, Linares y Bulnes, donde hace un tiempo se asentó en una de las cabañas del conjunto de viviendas que la colonia poseía a unos 7 kilómetros de allí, muy cerca del “Casino Familiar” de Bulnes y donde –entre otros– vive Franz Bäar (ver “El conejillo de indias de Colonia Dignidad I”), pero de un momento a otros fueron expulsados de ese lugar por otros alemanes, perdiendo no solo los pocos enseres que tenían sino también la dignidad.
El régimen de trabajos forzados a que fue sometido durante casi 30 años terminó pasándole la cuenta a su espalda y, del mismo modo que Bäar y otros colonos, comenzó a ser drogado apenas entró a la adolescencia. Recuerda con detalle que a partir de los 15 años le daban pastillas a diario, las que le generaban mucho sueño. Hernán Fernández comenta que ello obedecía a una táctica de la colonia destinada a mantener apaciguados a los jóvenes, para que no se fugaran y así poder seguir contando con mano de obra esclava. También lo mismo que Franz Bäar, Dieter fue sometido a golpizas, las que en su caso eran mensuales. Recuerda una especialmente feroz, que le fue propinada porque Paul Schäfer lo acusó de haber mentido. Producto de ello, lo golpearon en todo el cuerpo (incluyendo la cara) con palos y mangueras.
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Dieter Scholz, pese a su aspecto chileno, es un hombre que apenas puede hilvanar frases en español (Fotografía: Claudio Concha).
A Dieter lo acusaron de haber robado leña y luego de eso lo dejaron en la calle (en el campo, más bien), con lo puesto. Algunos de los pocos muebles que poseía fueron lanzados fuera de la vivienda y los demás quedaron adentro.
–Nos tiraron las cosas a mitad de camino y no podemos entrar a buscar las cosas porque, si no, van a entrar a actuar judicialmente contra nosotros –explica Cecilia, aludiendo a un papel que dejaron pegado en la cabaña y donde se señala aquello.
Hoy sobreviven en una cabaña ubicada en medio del camino entre Quillón y Bulnes, habitación que les es cedida a cambio de los trabajos que realiza Cecilia para el dueño del sitio, mientras Dieter complementa los ingresos haciendo lo que puede: gasfitería, pintura, etc.
Humilde y callado, Scholz es un buen trabajador, pero tiene un problema: si se expone mucho rato a trabajos pesados, la espalda inmediatamente le comienza a pasar la cuenta.

La espalda

El ex colono cuenta que a eso de los 10 años comenzó a trabajar y no es un eufemismo:
–Trabajaba noche y día en las máquinas. En los días trabajaba de gásfiter y en las noches en agricultura, noche y día. (En la) semana trabajaba (en el) fundo y fin de semana (en el) casino, poniendo postes de cemento, parques, cargando sacos, galones de jugos, todo –rememora, olvidando las preposiciones y los artículos entre las palabras–.
–Los sábados nos levantábamos a las 7 a trabajar y seguíamos hasta las 11 de la noche –me cuenta muy serio, luego de ello.
–¿Descansaban los domingos entonces?
–No. Se trabajaba igual –replica.
Ahí está la explicación de los bellos senderos y los jardines de los dos recintos que posee Dignidad y, sobre todo, del “Casino Familiar” que aún hoy es visitado por cientos de personas: trabajo infantil, forzado, por cierto.
Pero obviamente eso no era todo. Del mismo modo que Franz Bäar, trabajó en la construcción de las casas aledañas –donde residían algunos colonos–, una de las cuales, que contaba con piscina, era utilizada por Paul Schäfer cuando se movilizaba a la Octava Región.
El régimen de trabajos forzados a que fue sometido durante casi 30 años terminó pasándole la cuenta a su espalda y, del mismo modo que Bäar y otros colonos, comenzó a ser drogado apenas entró a la adolescencia. Recuerda con detalle que a partir de los 15 años le daban pastillas a diario, las que le generaban mucho sueño. Hernán Fernández comenta que ello obedecía a una táctica de la colonia destinada a mantener apaciguados a los jóvenes, para que no se fugaran y así poder seguir contando con mano de obra esclava.
También lo mismo que Franz Bäar, Dieter fue sometido a golpizas, las que en su caso eran mensuales. Recuerda una especialmente feroz, que le fue propinada porque Paul Schäfer lo acusó de haber mentido. Producto de ello, lo golpearon en todo el cuerpo (incluyendo la cara) con palos y mangueras.
Siempre albergó la idea de huir pero, atrapado en el extraño mundo en que vivía, nunca se atrevió a hacerlo, aunque sí, en los años 90, tuvo un momento de rebeldía. Sucedió cuando, ya formadas las sociedades anónimas que se crearon a fin de burlar el decreto que disolvió la personalidad jurídica de Colonia Dignidad, se acercó un día a la alemana encargada de los dineros y le pidió su sueldo.
La mujer lo quedó mirando como si le hubiera pedido que le donara un riñón y le preguntó por qué quería dinero.
–Yo firmé mi contrato, ¿por qué no pagan con plata? –respondió Dieter.
–Tú tienes todo gratis aquí: comida, donde dormir, todo. No necesitas dinero –fue la respuesta de la germana, ofendida porque ese “huacho” hubiese querido recibir una retribución por su trabajo.

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