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lunes, 10 de agosto de 2015

Opinión


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No es un muerto cualquiera



por  10 agosto 2015
No es un muerto cualquiera
Todavía hay mucho que hacer para alivianar la carga que nos deja el muerto. Se necesita más verdad, más justicia, más arrepentimiento desde el ámbito militar y civil. Quizás también se necesiten más jueces dedicados de forma exclusiva a las causas de derechos humanos.

Nombrarlo es revivirlo, y eso sería un crimen. Bien lo sabía Benedetti, cuyo poema “Obituario con Hurras”, escrito en 1963, ha servido ya para cantar la muerte de muchos innombrables. Dice el poeta:
Vamos a festejarlo
A no ponernos tibios
A no creer que este
Es un muerto cualquiera
Algo pasa en el alma a la hora de su muerte. Sin duda no es un muerto cualquiera, se produce una suerte de alivio, una especie de serenidad, un respirar más puro. Pero el sabio Benedetti nos advierte que “la muerte no borra nada”, que “quedan siempre las cicatrices”. El dolor y el sufrimiento provocados por el muerto no desaparecerán y tampoco dejarán de existir sus cómplices, activos y pasivos.
El muerto se fue sin arrepentirse ni confesar porque –como le dijo su hijo al periodista Juan Cristóbal Peña– él jamás pidió perdón por alguna cosa, por mínima que fuera. Ni siquiera por derramar una taza de café encima de alguien. Así era el muerto de la crueldad infinita.
Hace unos años, Alejandro Solís, el juez que no le tuvo miedo, el que logró meterlo a la cárcel contra todas sus predicciones, decía que entre los militares interrogados por violaciones a los derechos humanos este era el que más banalizaba el mal. Si existe el demonio, sin duda este muerto fue una de sus encarnaciones.
Pero el muerto no andaba solo, y sus amigos siguen aquí, callando, protegiéndose, sembrando confusión, mintiendo y escondiendo la verdad de sus crímenes. Mientras las heridas y las cicatrices siguen lacerando a las víctimas.
Pero el muerto no andaba solo, y sus amigos siguen aquí, callando, protegiéndose, sembrando confusión, mintiendo y escondiendo la verdad de sus crímenes. Mientras las heridas y las cicatrices siguen lacerando a las víctimas.
Hace dos años, en entrevista con el periodista Jorge Molina enThe Clinic, el juez Solís afirmaba que nunca logró que un militar confesara lo ocurrido. “Jamás… jamás… jamás”, fueron sus palabras. No importó que los interrogara una o diez veces, que los confrontara con las víctimas, que les mostrara pruebas irrefutables, que terminaran condenados como culpables.
El muerto no actuó solo, no fue un solitario criminal en serie. El muerto asesinó y torturó, afirmándose en sus convicciones ideológicas, en esa idea tenebrosa del “enemigo interno” y de matar a cualquiera que no la compartiera.
El muerto ya no está, pero los que siguen con nosotros –militares y civiles– todavía tienen la oportunidad de arrepentirse, de confesar y aliviar su conciencia. Gracias a las recientes declaraciones del ex conscripto Fernando Guzmán, sabemos que no es fácil vivir y dormir con ese secreto maligno. Ojalá no todos quieran llevárselo a la tumba como hizo el muerto. Con seguridad hay civiles que ya asumieron que sus dichos y acciones incidieron en los crímenes encabezados por el muerto. Quizás es hora de decirlo abiertamente.
Todavía hay mucho que hacer para alivianar la carga que nos deja el muerto. Se necesita más verdad, más justicia, más arrepentimiento desde el ámbito militar y civil. Quizás también se necesiten más jueces dedicados de forma exclusiva a las causas de derechos humanos.
El muerto deja en evidencia que, como sociedad, no hemos hecho lo suficiente para enfrentar nuestra tragedia. Faltan acciones concretas para reparar el daño causado y devolver la brújula al equilibrio que permite mirar con claridad dónde se instala el bien y dónde reside el mal. Debiera existir consenso de que ningún delincuente puede ostentar un grado militar. Las Fuerzas Armadas se deben a su pueblo, y medidas como ésta ayudarían a la convivencia de las nuevas generaciones.
Afortunadamente, hubo muchos civiles –y también algunos militares– que no perdieron la brújula. Con valentía –y superando la paralización que provoca el miedo– se mantuvieron activos en la protección de los perseguidos, en la denuncia y documentación exhaustiva de las acciones satánicas. Cuando el muerto despierta los recuerdos y dolores, es un buen momento para gritar hurra por todos ellos: los trabajadores del Comité Pro Paz y la Vicaría de la Solidaridad, los periodistas de los medios alternativos, los dirigentes políticos clandestinos, los chilenos anónimos que ayudaron sin mayores preguntas, aquellos que simplemente no se dejaron vencer.
Benedetti los llama a todos a festejar. Este no es un muerto cualquiera.

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