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lunes, 29 de abril de 2019

OPINIÓN


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El dúo Durán-Durán: los custodios de la moral ajena

por  29 abril, 2019
El dúo Durán-Durán: los custodios de la moral ajena
Si hay alguien que debe hacer un análisis profundo de lo que significa tener de aliados a este tipo de personajes que se declaran ultraconservadores, con sus virtudes públicas y vicios privados, son los partidos de la derecha chilena. Eduardo Durán es diputado de Renovación Nacional, aunque se identifica mucho más con Bolsonaro o José Antonio Kast. Es decir, RN capturando candidatos que aporten votos sin importar si coinciden o no con los valores del partido. ¿Qué tiene que ver Durán con lo que piensa un Andrés Allamand en materia valórica? Nada o casi nada.

Hace siete meses, en este mismo espacio, abordé a los Durán-Durán en su momento de auge. Acababa de terminar el Te Deum Evangélico en que el Gobierno les había dado un trato preferencial, luego que el año anterior la catedral de calle Jotabeche fuera testigo de un ataque muy poco deferente a la ex-Presidenta Michelle Bachelet. Gritos, insultos y palabras ofensivas, cuyo protagonista principal fue el exgobernador por Ñuble en el primer Gobierno de Piñera y hoy diputado de Renovación Nacional, Eduardo Durán. Padre e hijo viviendo de los aplausos de La Moneda, de la vida social, de los actos oficiales.
El dúo Durán-Durán en éxtasis, el padre ocupando el cargo de representante del mundo evangélico ante el Gobierno. El hijo, en la discusión de la Ley de Identidad de Género, afirmando que esta conduciría a que algunos hombres, al cumplir 60 años, se podrían cambiar de género para jubilar antes. Momento de gloria para los evangélicos –aproximadamente el 16% de la población–, justo cuando la Iglesia católica tocaba fondo y, claro, la derecha sacando cuentas alegres, debido a que ese mundo religioso ultraconservador se vincula en un alto porcentaje a ese sector político.
Y mientras el obispo de la Iglesia metodista pentecostal seguía intentando acercarse a la elite nacional –que, la verdad, mira con cierto desprecio a los evangélicos– con su discurso a favor de las buenas costumbres, la familia y el matrimonio, el diputado RN se deslumbraba con Jair Bolsonaro, visitándolo y valorando su agenda moral extrema. No a los homosexuales, no la igualdad entre géneros. La moral y decencia, por sobre todo.
Pero de pronto el imperio de los Durán-Durán empezó a derrumbarse. Todo comenzó cuando sigilosamente se empezó a indagar al obispo por lavado de activos. Lo que a los evangélicos y seguidores de este hombre “de Iglesia” –de su propia iglesia, la verdad– no les había llamado la atención, pero sí a la Fiscalía de Alta Complejidad.
Numerosas propiedades –al menos 29–, lujosos autos, negocios de todo tipo, incluida una curiosa embotelladora de agua bendita extraída de uno de sus predios. Una fortuna propia de un grupo económico de los muchos que hay en Chile. Con una diferencia: el capital era provisto ni más ni menos que por seguidores incondicionales.
Es la hora también de que se puedan transparentar los ingresos que reciben estas iglesias y la forma en que los gastan. No puede ser que una iglesia como la metodista pentecostal –al menos en el caso de los Durán– termine convirtiéndose en un "family office", con un portafolio de propiedades y negocios de todo tipo. Es la hora de que los propios feligreses –como ocurrió en la Iglesia católica– exijan que se conozca la verdad y que se aclare el destino de sus aportes. Es la hora también de que abran sus ojos y observen cómo viven sus pastores y cómo viven ellos. ¿Es posible que encuentren normal que un obispo salga del culto en un automóvil de 100 millones de pesos y vestido con un traje italiano costoso?
La historia cambiaba rápidamente de rumbo hasta llegar a la verdadera explosión que ha tenido en estas semanas, que hace proyectar que al menos la Iglesia metodista pentecostal entrará en una crisis tan grave como la de la católica. Pero el capítulo hizo recordar a un pastor fanático que la dictadura militar se encargó de ensalzar en su momento, transmitiendo sus sermones los domingos en la mañana a través de TVN: Jimmy Swaggart, el que luego sería descubierto como un abusador de menores, además de enriquecerse a costa de los pobres.
Pero faltaba el capítulo más turbio de esta verdadera serie de Netflix. El obispo Durán acusado por una amante que mantenía por 10 años, anunciando su divorcio e inmediato matrimonio, pese a que esto no es compatible con el cargo, según “su propia” religión.
Durán al borde del delirio diciendo que nadie lo sacaría del puesto porque Dios lo designó allí, aunque luego renunciaría.
Eduardo Jr. defendiéndolo y diciendo que se estaba “farandulizando” el tema de los 30 millones que recibía vía diezmo. Y luego, confundido, tratando de rectificar en su declaración de patrimonio que omitió la “mesada” del padre por más de 4 millones al mes. El hijo, descompensando y huyendo del Congreso, hasta terminar con el sospechoso robo de los PC que contenían la información contable.
Lo de fondo aquí es que el episodio de los Durán ha dejado de manifiesto el cinismo y la inconsistencia de quienes sacan provecho de la fe e ingenuidad de otros para hacerse ricos, alcanzar poder –incluyendo llegar al Congreso– y vivir a costa de gente humilde, que les entrega lo equivalente al aporte de su pensión. Pastores que predican la moral que otros deben tener, aunque ellos vivan del lujo y la riqueza, de las amantes, del engaño a los pobres.
Y así como la Iglesia católica tuvo que experimentar la crisis y dejar de esconder la basura debajo de la alfombra como única opción para volver a resucitar, los evangélicos –o al menos la Iglesia metodista pentecostal– deberían hacer una revisión profunda de esta forma brutal de engaño a sus feligreses, del estilo de vida de algunos de sus pastores –obvio que no son todos, como tampoco en la Iglesia católica todos sus sacerdotes son abusadores y pedófilos– y, por supuesto, enfrentar la justicia, porque aquí estamos hablando de delitos tributarios, lavado de activos, estafa y destrucción de pruebas.
Es la hora también de que se puedan transparentar los ingresos que reciben estas iglesias y la forma en que los gastan. No puede ser que una iglesia como la metodista pentecostal –al menos en el caso de los Durán– termine convirtiéndose en un "family office", con un portafolio de propiedades y negocios de todo tipo. Es la hora de que los propios feligreses –como ocurrió en la Iglesia católica– exijan que se conozca la verdad y que se aclare el destino de sus aportes. Es la hora también de que abran sus ojos y observen cómo viven sus pastores y cómo viven ellos. ¿Es posible que encuentren normal que un obispo salga del culto en un automóvil de 100 millones de pesos y vestido con un traje italiano costoso?
Pero si hay alguien que debe hacer un análisis profundo de lo que significa tener de aliados a este tipo de personajes que se declaran ultraconservadores, con sus virtudes públicas y vicios privados, son los partidos de la derecha chilena. Eduardo Durán es diputado de Renovación Nacional, aunque se identifica mucho más con Bolsonaro o José Antonio Kast. Es decir, RN capturando candidatos que aporten votos sin importar si coinciden o no con los valores del partido. ¿Qué tiene que ver Durán con lo que piensa un Andrés Allamand en materia valórica? Nada o casi nada.
Y por supuesto que el Gobierno debería también reflexionar sobre la tribuna que les entregó a estos cuestionados obispos con tal de ganar al electorado evangélico. Recordemos que fue Pinochet quien relevó al mundo evangélico como una manera de golpear a la Iglesia católica, que en esa época hacía de los DDHH su principal causa. Equipararon los Te Deum y les dieron un estatus similar, pese a que representaban un pequeño porcentaje en relación con los católicos. Y de allí en adelante, especialmente la Iglesia conocida como Jotabeche 40, han mantenido una fuerte unión con la derecha. ¿Estará dispuesta La Moneda a mantener la apuesta pese a lo que estamos sabiendo en estos días?
Hemos sido testigos en estos últimos años de cómo se desmoronaron las principales instituciones del país y, aunque eso siempre es doloroso, es el comienzo de un cambio necesario de acuerdo a los tiempos que vivimos. Ojalá los evangélicos entiendan que siempre es mejor enfrentar la realidad y asuman que una crisis también puede ser una oportunidad. Amén
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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