A la semana de asumido el gobierno los medios dominantes empiezan a hablar de balances, de encuestas, de la subida o bajada de la imagen del presidente, del porcentaje de la población que está a favor o en contra de las nuevas autoridades, y de los indiferentes, que dicen también los hay. O sea, estamos en presencia de un circo.
En la tormenta social que montan los dueños del circo y su personal, el ritmo que se auto imponen en el quehacer de su elaboración lo trasladan a la población mediante un bombardeo de mensajes e imágenes abrumador. Los portaaviones de la flota mediática son los canales de televisión, particularmente los llamados de televisión abierta.
La televisión y la radio necesitan de una nueva constitución. Con actores que no cedan ante la atracción y las trampas del sugestivo frenesí que se busca con éxito imponer. La prisa, el apuro, el agobio, la sensación de vivir en un naufragio, en un caos, fin de mundo, es lo que palpita y subyace en la facilidad que encuentran para manipular groseramente y a la vez con sofisticación al ser humano.
Hay que procurar no seguir el ritmo y los ataques de los frenéticos, que machacan cada día la posibilidad y la capacidad de reflexión, de pensar y razonar que cada persona tiene ante la realidad. Trabajan los frenéticos en pro de la manipulación y el condicionamiento. La publicidad comercial constante en la televisión, una bofetada a la especie humana.
En los tiempos que corren, abiertos a cambios incluso fundamentales si tienen el sustento necesario y el acuerdo debido, televisión nacional podría hacer un esfuerzo por cambiar radicalmente sus valores y prácticas. Sucumbió ante el poder del dinero, y ante el poder político. Y parece casi imposible ver que salga de ahí.
Expresión del frenesí dominante fue en su momento la instalación en TVN de un canal de noticias de 24 horas. No de un canal cultural, postergado hasta el día de hoy. Habrá ojalá en el país personas capaces y con ganas de trabajar en la realización de contenidos culturales en su amplia diversidad, sin o con poco anhelo de dinero más allá del necesario para vivir.
Esto último es complicado, afectados todos más o menos por una variante también dominante del síntoma del frenesí: la codicia, ya sea de dinero, de reconocimiento, poder, posición, rango o clase. Pareciera evidente que el viento que infla e impulsa la inflación actual en el mundo es la fiebre codiciosa que siempre quiere más y más, actitud incomprensible y condenable que destruye la posibilidad de equilibrio y armonía social.
Por Pedro Armendariz
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