Al analizar ciertos hechos, es creíble suponer que los amarillos es una secta de infiltrados. ¿De dónde proviene semejante información? ¿Ha llegado la época de la desmemoria? ¿Acaso se trata de una referencia inventada, para engatusar? Entonces, la sospecha puede producir asombro, pues la vida nos señala que, es cierta la posibilidad. La historia de todos los tiempos, ha expuesto en infinidad de oportunidades, como los infiltrados, se las ingenian para mantenerse a flote. Y en esta época de turbulencias políticas, cualquiera se deja corromper, si quiere mejorar el peculio.
A los amarillos o infiltrados, se les conoce desde el tiempo de las cavernas. En vez de salir a cazar y arriesgar el pellejo, se quedaban atizando el fuego del hogar, junto a las mujeres o se hacían los enfermos. Observo a los amarillos y se acrecientan mis sospechas. Algunos, denotan ese gesto de ironía, propio de señoritos relamidos, dedicados a la ociosidad. Los menos, exhiben un rictus de inocencia o de hallarse en el lugar equivocado. En conjunto, dicen venir de la centro izquierda, como si se mofaran de una condición política.
Son miles los ejemplos en nuestra historia, debido a esta forma de actuar, y no es necesario, hacer recordatorio alguno. Entre estos actores y actrices de basta y dilatada trayectoria en la farándula, no es riesgoso asumir papeles de actuación. Su jefe, empleado de El Mercurio, cuya expresión nos recuerda al viejo sacristán de una parroquia marginal, le seduce oficiar de intelectual. Quiere parecerse a Mario Vargas Llosa, en su calidad de mercader de ideas, remunerado en dólares. Algunos, provienen de circos pobres y también, los hay del vodevil y compañías de títeres. Como son empedernidos trashumantes políticos y rastreros, ni se arrugan al asumir su condición. Ya sea para interpretar el desencanto por su rebelde pasado, y la felicidad ahora, de hallarse al servicio de la oligarquía. Es justo reconocer que la oligarquía muestra generosidad con sus sirvientes y los sabe malcriar. Aunque mezquina y lejana, cuando debe defenderlos ante la justicia, si caen en desgracia.
En su oportunidad, al senador Jaime Orpis, lo ignoraron y habla a gritos de la ninguna solidaridad, cuando fue acusado de cohecho y fraude al fisco. Al quedar desnudo y a la intemperie, sus ayos lo sacrificaron, como si fuese una sardina a la deriva. Desde luego, para proteger los intereses de los tiburones, pulpos y corsarios, que pululan en las costas del Pacífico.
Si debiésemos ser ecuánimes, legítimo es reconocer que, entre los amarillos, uno que otro es de corazón. Me refiero a quienes fueron patipelados en alguna época, cuyos abuelos eran vendedores ambulantes y ahora, por razones de imagen, han trepado en la empinada escala social. Entre ellos, no se localiza nadie, que provenga de nuestra aristocracia criolla. Aquella inventada, mentirosa o genuina, la cual arribó a Chile desde Europa. En cambio, desde Asia Menor, llegaban los campesinos, huyendo de las guerras y la miseria. Ahora, estos amarillos, miembros de una clase media dominada por la ambición, servil a los intereses de la derecha más radical y soberbia, se dan de codazos y pellizcos, para posicionarse mejor en el grupo.
Hace días, se produjo un socavón en Tierra Amarilla, localidad situada al norte de Chile. Las alarmas se encendieron en la política, y los especialistas en el tema, apresurados concurrieron al lugar. ¿Qué había acontecido? ¿Indicio acaso, de la caída de los restos de un satélite? La excavación de un mineral en la zona, habría debilitado el terreno. Uno de los expertos en la materia, cuya experiencia internacional es reconocida, anunció en el sitio del suceso: “Yo pienso que, este socavón en Tierra Amarilla, bien podría servir para enterrar a los amarillos, después del 4 de septiembre”. Justa y oportuna labor de caridad.
Por Walter Garib
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