por Sergio Arancibia 6 octubre, 2022
Una vez ya realizado el plebiscito constitucional –y hechos múltiples análisis por todo tipo de opinólogos, de todos los pelajes, respecto a las causas de la derrota o del triunfo, según desde donde se le mire–, es importante reflexionar respecto a cómo queda la correlación de fuerzas en el país entre el heterogéneo grupo que quiere cambios sociales, económicos, institucionales, medioambientales y de género, y el grupo, igualmente heterogéneo, que quiere mantener las cosas tal como están, tanto como sea posible.
El concepto de correlación de fuerzas no es muy fácil de definir ni de medir en el campo de la ciencia política, pero no hay duda, en todo caso, que su significado va mucho más allá que el mero calculo cuantitativo de los diputados y senadores que están a favor o en contra de las opciones sociales y políticas presentes en el seno de la sociedad. Hay que incluir, también, en el análisis correspondiente a las fuerzas sociales, institucionales, mediáticas, económicas, religiosas, culturales e incluso a los estados de ánimo de la población –rabias, frustraciones, temores, etc. – y otras variables que sería largo enumerar.
Pero aun con estas dificultades en materia de definición, el concepto de correlación de fuerzas es relevante, pues de él dependen no solo las acciones y los propósitos de los diferentes actores políticos, sino también sus posibilidades reales de éxito en sus respectivos afanes.
La correlación de fuerzas determina lo que se puede o no se puede hacer. Dar batallas para las cuales abiertamente no se cuenta con las fuerzas necesarias, es un accionar que bien puede calificarse como aventurerismo y que conduce a nuevas derrotas y nuevos deterioros de las fuerzas con que se cuenta. Paralelamente, no usar las fuerzas con que se cuenta, en el momento y en la forma adecuada, cuando con ella se pueden conseguir avances relevantes en pro de los objetivos perseguidos, es una manifestación de derrotismo. El arte de la política, así como el de la guerra, consiste en ser capaces de calibrar con acierto la correlación de fuerzas que impera en cada momento histórico determinado, y definir en función de ella las batallas que se pueden y las que no se pueden llevar adelante.
Las fuerzas del cambio –por llamarlas de alguna forma– han salido derrotadas en la reciente confrontación electoral y, por lo tanto, tienen menos fuerza política que antes del plebiscito y, desde luego, menos fuerza social y política que si hubiera triunfado la opción Apruebo. Pero esta derrota no conduce a dichas fuerzas a una situación terminal, ni las reduce a su más mínima expresión. Un recuento de las fuerzas con que estas quedan nos lleva a visualizar los siguientes elementos: en primer lugar, las fuerzas del cambio quedan con un 38 % de apoyo ciudadano al proyecto de nueva Constitución –y de paso de apoyo al Gobierno–, lo cual es una fuerza política de extraordinario peso cualitativo y cuantitativo en cualquier país.
Se trata de una fuerza significativa, relevante e imposible de no tomar en cuenta en el decurso que sigan los acontecimientos nacionales. Además, se trata de un apoyo que se manifestó en las más difíciles condiciones, pues la crisis económica no se ha solucionado, la inflación se mantiene o aumenta y lo mismo sucede con la desocupación. Se trata, por lo tanto, de un voto duro, con más posibilidades de crecer que de disminuir.
En segundo lugar, no hay que perder de vista que las fuerzas del cambio están en el Gobierno, lo cual implica un grado importante de incidencia sobre los acontecimientos políticos sociales y económicos que van definiendo la marcha del país.
En tercer lugar, la idea de cambiar la Constitución –mucho o poco, en una dirección u otra– es ya una idea consolidada en el escenario político nacional. Es una idea irreversible que cambia y define toda la etapa en que se desenvuelve el quehacer político nacional. Las fuerzas contrarias al cambio no pueden hacer política desde las mismas posiciones en las cuales se parapetaron en los últimos 30 años, sino que tienen que aceptar que los cambios son inevitables, aun cuando intenten dominarlos o minimizarlos.
En cuarto lugar, se mantienen vigentes los motivos y circunstancias económicas, sociales e institucionales que generaron el malestar social que se manifestó a fines del año 2019, todo lo cual hace que las ideas del cambio sigan con un peso significativo en el subconsciente colectivo nacional. Ello representa un estado de ánimo que contribuye a la caracterización de las correlaciones de fuerza que imperan en el presente y que ayuda, por lo tanto, a determinar el carácter de las batallas políticas que se avecinan.
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