¿Cuán fascista es usted?
por Álvaro Ramis 6 octubre, 2022
Durante el último mes la palabra fascismo ha resonado en la prensa internacional a la luz del triunfo electoral de Giorgia Meloni en Italia, la consolidación del bolsonarismo en Brasil, la alta votación de la extrema derecha en Suecia y el resultado de las elecciones municipales en Perú. En nuestro país ronda ese mismo fantasma, debido a la acción concertada de grupos de choque callejero que acosan sistemáticamente a parlamentarios y dirigentes políticos que buscan llegar a acuerdos para concretar el cambio constitucional. ¿Qué lleva a una persona a ser fascista? ¿Existen rasgos de carácter que predispongan a apoyar a la extrema derecha?
Estas preguntas ya se han formulado en otras ocasiones. Uno de los intentos más serios de caracterizar y abordar este fenómeno lo realizó la Escuela de Frankfurt, aplicando diversas metodologías y enfoques. En 1947, Theodor Adorno y su equipo de investigación elaboraron un instrumento de evaluación de la personalidad que se conoció como “Escala F”, que buscó identificar las predisposiciones o tendencias al fascismo a nivel individual. Los resultados del estudio se publicaron en The Authoritarian Personality, siendo este libro una de las obras de psicología social más significativas del siglo XX, que sintetiza el trabajo de Adorno sobre las razones del giro de Europa hacia el populismo de derecha y sus efectos en la destrucción de la democracia, el genocidio y la guerra.
La “Escala F” es una categorización de la personalidad que establece criterios predictores de tendencias fascistas, partiendo de algunos rasgos propios del autoritarismo, la predisposición al ejercicio violento del poder y el dominio, la adhesión rígida a los valores convencionales, la exaltación mitificante del grupo de pertenencia y el rechazo a las ideas divergentes o innovadoras.
Se ha criticado a este instrumento, ya que tiende a patologizar psiquiátricamente una forma de conducta política que responde a factores contextuales e ideológicos. De esa manera se podría llegar a justificar la conducta fascista sobre la base de argumentos naturalizantes o psicosociales. Este tipo de análisis llevaría al determinismo, sin atender a que las percepciones políticas de las personas son altamente modificables, modulables y reconstructivas. A pesar de estas advertencias, el aporte de la “Escala F” no se debe desechar totalmente, ya que su descripción sigue siendo hoy en día tan perspicaz y relevante como en el momento de su publicación. En la actualidad las nuevas formas de fascismo explotan las mismas tendencias humanas, con medios tecnológicos mucho más sofisticados y masivos, por lo que vale la pena reseñar lo que Adorno identificó como disposiciones favorecedoras de este fenómeno político.
El rasgo predictor de fascismo más característico, según Adorno, es el convencionalismo entendido como una adhesión acrítica a los valores tradicionales de las clases medias, debido a su ajuste a lo socialmente esperado, más allá de las disposiciones o juicios autónomos del individuo. De allí que se arraigue una obsesión por la jerarquía, una concepción inmodificable de la familia patriarcal, la tendencia a la “revaluación del pasado" y una dificultad de empatía con juicios morales diversos a los convencionalmente aceptados.
En la misma línea se desprenden formas de sumisión acrítica a las autoridades que representen esos valores convencionales. Por el contrario, las autoridades que cuestionen las formas tradicionales de liderazgo, o que ejerzan de forma distinta su autoridad, desatan en estas personas un rechazo virulento, explicado por formas de rigidez mental y política que imposibilitan escuchar ideas o perspectivas diferentes a las heredadas. Estas disposiciones subjetivas llevan a analizar la diversidad como disidencia y a observar la disrupción con los estándares uniformes de la sociedad como una amenaza personal. Una consecuencia lógica es que la obstinación y la resistencia al cambio social se interpretan como una virtud, resignificada como lealtad.
El fascismo utiliza el insulto, la descalificación, la denigración y la cosificación sistemática de un adversario que es percibido como enemigo. La hostilidad y el desprecio se adoptan como modo de relacionamiento habitual bajo una autoconciencia de superioridad, a partir de la cual quien es diferente es estereotipado bajo etiquetas que le hacen ver como carente e inferior a una normalidad naturalizada de la que se es poseedor en totalidad.
De allí que el ejercicio del poder en el fascismo sea siempre performático, expresivo, ejercido a plenitud, bajo demostraciones de fuerza constantes. Las personas autoritarias en la "Escala F" admiran a quien ostente este tipo actitudes, incluyendo una predisposición al cinismo despectivo. Las conductas sexistas son una consecuencia lógica de lo anterior. Toda opción de género que rompa la norma es vista con odio y recelo automático. La mujer puede tener un espacio, pero en tanto se ajuste a las expectativas, valoraciones y actitudes propias de una masculinidad tóxica.
Otro aspecto analizado por Adorno radica en la tendencia a adherir a los juicios estereotipados, no sometidos a evidencia. Se advierte una disposición a la proyección psicológica y a denunciar conspiraciones constantes y permanentes. El recurso al chivo expiatorio y a las fuerzas oscuras permite explicar la realidad a conveniencia, distorsionando los eventos con el objetivo de ejercer poder sobre los hechos y sobre las personas.
Este análisis permite entender por qué en este momento siguen vivas las condiciones sociales que determinan el fascismo. En una conferencia de 1967, titulada “Rasgos del nuevo radicalismo de derecha”, Adorno vinculó estas disposiciones sociopsicológicas a la percepción que las capas medias realizan de los procesos de redistribución de poder y por qué pueden llegar a vivenciar estos momentos como una amenaza de empobrecimiento, desclasamiento y degradación, lo que refuerza su deseo de mantener privilegios o estatus, y reforzarlo si se dan las condiciones para ello.
Prestar atención a los factores que potencian el radicalismo de derecha implica reconocer que no se trata de movimientos coyunturales. No se trata de reducir el fenómeno fascista a una interpretación simplemente psicológica, desligada de sus dimensiones sociales y políticas, pero incorporar las motivaciones psicológicas complementa y da perspectiva a una realidad que cuenta con su propia base objetiva de explicación. Estos enfoques convergentes ayudan a que tanto la sociedad como el Estado cumplan su obligación de precaverse, y desarrollar a tiempo lo que el sabio de Frankfurt denominó como la “anticipación del espanto”.
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