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miércoles, 10 de mayo de 2023

OPINIÓN POLÍTICA Eterno retorno o seguir el consejo gaucho

    

Estaba dudando en cuanto a qué citas harían más sentido para iniciar esta reflexión sobre el desastroso resultado de los comicios realizados este pasado domingo 7 de mayo. Parafraseando a García Márquez podría decir que esta fue una “crónica de una derrota anunciada”, también me viene a la memoria la breve pero conmovedora expresión del coronel Kurtz en Apocalypse Now: “¡el horror!” Por su parte, el filósofo Friedrich Nietzsche en su obra El eterno retorno hacía la curiosa propuesta de que todo el universo estaba condenado a repetirse de manera infinita. Concluía desde ahí, que siendo así, debiéramos actuar de modo tal que nuestros actos valieran la pena, ya que los repetiríamos eternamente. Naturalmente esto de que nuestras situaciones se repitieran tendría una dualidad riesgosa: gozaríamos aquellas que nos han dado placer, pero sufriríamos con aquellas que nos han dado dolor.

Aterrizando ahora en el Chile del presente, habría que detenerse a pensar si este resultado es una suerte de retorno, un darse vueltas en círculos. Alguien en las redes sociales comentaba en tono irónico que con la abrumadora presencia de consejeros del Partido Republicano –el heredero más legítimo de la dictadura de Pinochet— se produce una paradojal situación: en la tarea de reemplazar la constitución de Pinochet, hoy vigente, el rol central lo van a tener aquellos que son continuadores del legado del dictador, es decir se trata de pinochetistas, si no redactando, al menos dando su visto bueno a la constitución; una vez finalizado su trabajo, el pueblo va a ser consultado a través de un plebiscito en que las opciones serán, aprobar el nuevo texto al que estos pinochetistas le habrán dado su consentimiento, o rechazarlo y seguir con la actual constitución, dictada por Pinochet…  Como esto ya parece una escena un tanto surrealista quizás para el plebiscito en diciembre habría que responder con el típico argumento absurdo y sin sentido que divierte a algunos practicantes de la lógica: “ni lo uno ni lo otro, sino todo contrario”.

¿Por qué fue una derrota anunciada? Habría unas cuantas razones, la primera, de fondo, es que el proceso mismo que llevó a este escenario fue de partida manejado a espaldas de la gente, y, dado que la derecha negociaba desde una posición de fuerza luego del triunfo de la opción Rechazo el 4 de septiembre pasado, la izquierda y sectores progresistas se vieron forzados a aceptar prácticamente todos los puntos centrales de las demandas derechistas. Uno bien puede decir que, evidentemente, cuando se pierde una batalla y además de manera tan categórica, se está en desventaja y a lo más que se puede aspirar es a lograr unas pocas concesiones aquí y allá. Agréguese a eso que desde la izquierda y del propio gobierno, se insistió esa misma noche de la derrota del texto elaborado por la Convención, que el proceso constituyente no se detenía.

La percepción —por lo demás real— de que ese acuerdo para continuar ese proceso se había “cocinado” sin mayor consulta, creó de inmediato una fuerte molestia en amplios sectores de la izquierda que simplemente se marginaron y desmovilizaron, o, en algunos casos, se dedicaron a llamar a anular el voto. Uno puede discutir sobre si eso era una táctica adecuada o no, por lo demás el debate nunca se hizo ni al interior de los partidos ni en la calle, con la gente, pero esa opción ciertamente introdujo un quiebre en los sectores que están por el cambio de constitución.

El problema que al parecer nadie advirtió, es que al plantear que el proceso constituyente continuaba, la única manera institucional de hacerlo —ya que no había un pueblo movilizado en la calle exigiendo que hubiera nueva constitución y con capacidad para imponer sus condiciones— era a través de los partidos políticos y las instancias legales, es decir el Congreso; esferas del accionar político donde ni el gobierno ni las fuerzas progresistas tenían mayoría ni un peso sustancial y que además gozaban de muy poco aprecio ciudadano. El acuerdo fue —una vez más— un logro “en la medida de lo posible”. Por cierto, y como se vio este 7 de mayo, el marco en que se crearía el órgano que redacte una nueva constitución nunca captó el interés popular y en cambio, proveyó el escenario ideal para la derecha.

Entonces, uno se podría plantear, ¿acaso hubiera sido mejor no insistir en la cantinela de que “el proceso constituyente debía continuar”, es decir no haber llegado a un mal acuerdo con la derecha y haberse olvidado del tema constitucional, al menos por un tiempo?  Claro, a esta altura esa opción ahora puede verse como válida, pero al momento inmediato al 4 de septiembre parecía una blasfemia sostener tal cosa. Y al menos yo no sé de ningún político de izquierda en posición influyente en ese momento, que lo hubiera planteado.

“Desensillar hasta que aclare” es el dicho gaucho, también incluido en un tango y que el general Perón utilizaba para indicar que hay momentos en la política, como aquellos en que el gaucho va sin rumbo por la pampa oscura, en que es mejor bajarse del caballo, tomarse un mate y reflexionar más calmadamente sobre cómo seguir el trayecto sin sobresaltos una vez que alumbre el sol nuevamente. Era probablemente lo que hubiera correspondido esos días después de la primera aplastante derrota. Esperar hasta que un nuevo momento presentara mejores condiciones para emprender la azarosa tarea de darse una nueva constitución. Después de todo, se había vivido más de cuarenta años con el mamarracho redactado por Jaime Guzmán y su gente, y se podía aguantar un tiempo más, además, agitando el hecho que ese texto carece de legitimidad. Ahora, con el resultado de este 7 de mayo, lo más probable es que se finalice con un engendro constitucional un poco más refinado y modernizado en su lenguaje, pero sustancialmente similar al de Pinochet; y con el agravante de que, si es aprobado en plebiscito, entonces podrá reclamar ser legítimo y por tanto será más difícil de modificar en el futuro.

Hubo por cierto otros factores que también contribuyeron a este resultado, uno de ellos es estructural: el indudable control que la derecha mantiene en los principales medios de comunicación. Algunos dirán que ya la gente no lee diarios por lo que el hecho que haya un duopolio (El Mercurio y COPESA, dueño de La Tercera) que maneja prácticamente la totalidad de la prensa escrita, sería irrelevante; pero eso es una verdad parcial, porque si bien el común de los chilenos no lee diarios, sí leen sus titulares y éstos a su vez dirigen hacia donde la gente prestará atención. La televisión es ciertamente controlada por grandes consorcios y reflejan esos intereses. La televisión pública, TVN (TV Chile en el exterior) que debía cumplir ese rol de informar más balanceadamente, está dominada en su área informativa por personajes que no pueden disimular su adhesión a la derecha, como Matías del Río y Constanza Santa María, el primero fue rápidamente defendido por Chile Vamos y Republicanos, cuando fue temporariamente suspendido por su obvia selección sesgada de entrevistados e invitados a un panel. La segunda delató sus simpatías cuando la noche del domingo insistía en llamar a los consejeros de Chile Seguro (Chile vamos) como la “centro-derecha”, y a los ultraderechistas republicanos como “la derecha”. Una manera subliminal de lavarle la cara a una corriente política asimilable al fascismo, uno bien podría decir.

También habría que mencionar un factor incidental, como fue la mala campaña electoral de los sectores progresistas. Es extraño constatar que pareciera que todo el talento creativo que alguna vez caracterizó a las campañas de la izquierda parece haberse esfumado y en cambio vimos que la derecha hizo una publicidad mucho más efectiva. Los republicanos hábilmente se “adueñaron” de la victoria del Rechazo (¿qué dirán los hoy olvidados Amarillos de Warnken y cía. que querían ser los adalides de esa opción?), y con un simplista, pero populachero juego de palabras con la sílaba “Re” comunicaron fácilmente su mensaje, eso además de imágenes muy impactantes. Los de Chile Vamos por su parte se anotaron un punto al bautizar su lista como “Chile Seguro” intentando capitalizar la general preocupación ciudadana por el alto grado de criminalidad. Por cierto, ese punto se lo ganan gracias a la tradicional mala memoria del común de los chilenos que ya ni recuerdan que bajo el último gobierno derechista de Sebastián Piñera los índices de homicidios, portonazos y asaltos variados alcanzaron una alta cifra.

Las campañas de los candidatos de la izquierda, en cambio, muchas veces estuvieron centradas en temas locales o sectoriales que no eran parte del contenido de una constitución, parecían más propias de candidaturas a parlamentarios que de quienes se supone van a incidir en el texto de una constitución que, por definición, no resuelve temas como las desigualdades salariales, por ejemplo.

Evidentemente, el tema que domina la agenda nacional, la delincuencia, estuvo abordada en la campaña de la izquierda también, pero sin aludir a sus causas profundas que en este caso sí valía la pena mencionar. Señalo esto porque el tema del crimen ha sido tradicionalmente un tópico ajeno a las prioridades del campo progresista. Nuestra respuesta solía ser muy teórica y abstracta: el crimen es un problema social y hay que atacar sus raíces, se decía. Por cierto, es así, pero no se le puede responder eso a la gente que sufre asaltos a diario en su barrio. Entonces el discurso ha cambiado y ahora—desde la izquierda—se diseñan y proponen respuestas policiales al problema, lo cual es correcto, pero mientras eso está bien en la elaboración de políticas para responder a la contingencia, en cambio en el marco de la campaña para una nueva constitución sí que correspondía retomar nuestro discurso: una nueva constitución debería apuntar a que el Estado promueva el empleo y el desarrollo industrial, por ejemplo, no sólo porque eso es bueno para la economía del país, sino porque ello da oportunidades a las nuevas generaciones, y los aleja de la instancia fácil de la criminalidad. La educación debía volver a ser “atención preferente del Estado”, y todo ello, además de promover el deporte y las artes para contribuir a hacer seres humanos con mejores valores. Todos estos son pilares básicos en un enfoque que una constitución puede dar al crimen como problema social. En resumen, la campaña electoral de la izquierda estuvo lejos de ser brillante.

Naturalmente, se dirá que ya no vale llorar por la leche derramada. Hemos perdido una batalla muy importante y de un modo categórico. En algunos círculos de la izquierda se empieza a hablar de “tender puentes” hacia la derecha fuera del Partido Republicano. Hay quienes incluso empiezan a hablar de la “derecha democrática” (sic). Súbitamente, para algunos, la UDI o Renovación Nacional ya no son tan malas, y bueno, en comparación con José Antonio Kast, la alcaldesa Evelyn Matthei, Mario Desbordes, Manuel José Ossandón quizás, y hasta Sebastián Piñera, aparecen no sólo como interlocutores válidos y “personas razonables” con las cuales se puede llegar a acuerdos, sino potenciales aliados para aislar a esa otra derecha, la ultra de tinte fascista. Mientras no cabe duda de que muchos de esos personajes en la derecha tradicional preferirían que en lugar de Kast el futuro presidente fuera uno de los suyos, no se puede cometer el error de que, porque fuimos derrotados, ahora tenemos que desesperadamente buscar algún alero al que allegarnos y pronto.

Yo en cambio me quedo con la recomendación del gaucho: “desensillar hasta que aclare”. Sólo entonces, cuando se pueda ver con claridad, reemprender la marcha, sin prisa, pero sin pausa, una marcha no a los conciliábulos de pasillo sino a la calle, a los barrios, a los centros de trabajo, adonde esté la gente, para buscar allí la unidad y el reencuentro con la hoy perdida conciencia de clase. Los frutos de ese retorno a la lucha probablemente ni yo ni los de mi generación los veremos, pero, qué le vamos a hacer, así se dieron las cosas; eso sí, no dudo que las nuevas generaciones sí los verán.

 

Por Sergio Martínez (desde Montreal, Canadá)

 

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