La instalación del nuevo Consejo Constitucional en Chile, el pasado 7 de junio, nos genera sentimientos encontrados para quienes vemos con nostalgia lo ocurrido hace un par de años atrás con la Convención Constitucional, pero también nos vuelven las preguntas sobre qué realmente pasó para que el escenario político en Chile haya cambiado tanto en tan poco tiempo, pasando de un órgano conformado mayoritariamente por personas independientes y de movimientos sociales, a uno conformado por lo peor de la ultraderecha pinochetista.
De ahí que se vuelve provocador lo planteado por el intelectual orgánico, ex vicepresidente de Bolivia y referente de varias izquierdas latinoamericanas, Álvaro García Linera, quien en una entrevista reciente dijo que el rechazo a la propuesta constitucional fue debido principalmente a una parálisis del gobierno de Gabriel Boric, dejando así en bandeja a los grandes medios de comunicación concentrados, la instalación de una campaña de desinformación masiva (1).
Por lo mismo, García Linera planteó sin decirlo explícitamente, de que el gobierno de Gabriel Boric debió haber tomado el camino de presidentes como Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales, en lo que refiere a un decisionismo gubernamental que haya permitido acercar al pueblo chileno al proceso constituyente en curso y garantizar así su victoria en las urnas, a través de fuertes políticas económicas que dieran certezas a la población, afectado enormemente por la pandemia y el aumento del costo de la vida.
Pero García Linera va mucho más allá con su crítica al fracaso de la Convención Constitucional al señalar que el verdadero poder constituyente en la región es el ejecutivo y no la asamblea misma, lo que me parece muy discutible y peligroso plantear para quienes queremos transformaciones profundas, pero siempre críticos de la concentración del poder imperante y defensores de la democracia y los derechos humanos, sean donde sea.
Lo señalo ya que si bien uno puede estar de acuerdo con la primera parte de la crítica de García Linera, en lo que refiere a la pasividad de parte del gobierno de Gabriel Boric en medio del proceso constituyente, y dado la importancia del momento histórico que estábamos viviendo como país, no puedo compartir su visión instrumental de lo constituyente, reproduciendo lo peor de las izquierdas autoritarias, que han terminado por apropiarse de los procesos de movilización social.
No es sorpresivo por tanto, que García Linera en su balance de la primera oleada progresista (2), no le de ninguna importancia en su análisis a la implementación de las nuevas constituciones latinoamericanas, como es el caso de Venezuela, Ecuador y Bolivia, al centrarse en ciertas políticas gubernamentales, dejando fuera aspectos realmente revolucionarios de aquellos procesos, como lo fueron la conformación de Estados Plurinacionales, Derechos de la Naturaleza y de nociones como Sumak Kawsay y Suma Qamaña, en tanto buenos vivires.
En consecuencia, lo que le importa a García Linera finalmente no es todo lo que estaba en juego en la propuesta constitucional chilena, marcado por un texto de enormes horizontes para Chile y el mundo en distintos temas y que se hacía cargo de enormes luchas históricas en el país, sino en la incapacidad del gobierno de Gabriel Boric de concentrar el poder, lo que es bastante lamentable para alguien que es tomado como referente, incluso para el mismo presidente.
En otras palabras, es como si esas constituciones hayan sido meros medios de gobiernos de izquierda, que a través de caudillos, terminaron por coaptar y negar las propias cartas magnas que impulsaron, como es el caso de Venezuela, que por supuesto García Linera no dice nada al respecto, negando implícitamente la crisis humanitaria que vive ese país, y una dictadura de Nicolás Maduro, lo cual termina por darle argumentos a la ultraderecha para que crezca cada vez más en la región y se desprestigie cualquier intento de las izquierdas latinoamericanas en democratizar a sus países.
Dicho esto, cobra mucho sentido lo señalado por autores que han estudiado a fondo el proceso constituyente boliviano y el pensamiento de García Linera, como es el caso del antropólogo Salvador Schavelzon, quien nos muestra cómo la noción de revolución que tiene el ex vicepresidente está marcada por una profunda centralización autoritaria y monopólica del Estado, muy influenciada por Lenin y de la experiencia de la Rusia soviética, en donde la represión estuvo siempre validada para mantener el control político sobre el pueblo y los territorios.
Ante esto, que el proyecto del MAS (Movimiento al Socialismo), a través del caudillismo de Evo Morales, haya sido siempre un proyecto político que usó la democracia y el proceso constituyente mismo como herramienta para centralizar el poder, como quedó de manifiesto con su postulación a presidente el año 2019, a pesar de que el año 2016 haya perdido un referéndum, que lo imposibilitaba a ir nuevamente de candidato, haciendo caso omiso de aquello.
Con esto por supuesto que no busco desconocer el golpe de Estado y la dictadura posterior de Jeanine Áñez, llena de racismo y colonialismo, así como tampoco con lo ocurrido en Perú con Dina Boluarte, pero de ahí a no ver una visión totalmente antidemocrática de algunas izquierdas en la región, que se creen los dueños de los destinos de los pueblos y poseedores de una verdad incuestionable, es seguir reproduciendo lo peor de ciertas experiencias que se dicen transformadoras.
En definitiva, seguramente Álvaro García Linera, como buen vocero de las izquierdas autoritarias, pensará que en Chile está todo perdido actualmente, y que solo una nueva revuelta social podrá generar nuevamente las condiciones para que aparezca un caudillo y un sector político que esta vez sí se apropie de todo el proceso centralizadamente, como no pasó el 2019 en el país por suerte.
Por Andrés Kogan Valderrama
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