La inmensa mayoría de los chilenos –me incluyo– queremos contar con una Constitución escrita en democracia y cerrar este capítulo pronto, para poder abocarnos a lo urgente e importante para las personas. Sin embargo, la pregunta es: ¿alcanza el tiempo para revertir una tendencia que indica que apenas un 20-25% dice que votará por la opción “A favor”? La verdad es que se ve difícil.
Quedan solo once semanas para el plebiscito del 17 de diciembre. Los electores tendrán poco más de un mes para revisar el texto final que se entregará recién el 7 de noviembre. Todavía el Pleno no ha terminado de votar artículos y enmiendas y exactamente desde el 4 de marzo –cuando recién se constituía la Comisión Experta– las encuestas indicaron que los ciudadanos se inclinaban por la opción “En contra”.
La tendencia tuvo un brusco aumento y se consolidó cuando comenzaron a conocerse las primeras votaciones de las cuatro comisiones que integran el Consejo Constitucional, las que indicaban que Republicanos y Chile Vamos –que tienen mayoría absoluta, con un 66%– estaban pasando una verdadera aplanadora a la centroizquierda, aprobando enmiendas –el partido de Kast presentó 370 de un total de 1.069– que marcaban un evidente retroceso en materias ya superadas en la sociedad, como la que daría pie a revocar la Ley de Aborto en tres causales, que en su momento tuvo un 70% de respaldo.
Lo anterior demuestra que este país parece estar condenado a la amnesia, al olvido, a la regresión permanente, a repetir los mismos errores y no aprender de su propia historia, como quedó demostrado en los 50 años del golpe de Estado. Y como en esa cinta genial protagonizada por Jim Carrey, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, los chilenos logramos conectarnos con algunas imágenes, con pequeñas señales, que vuelven a recordarnos una y otra vez nuestra propia historia.
Al igual que hace dos años, volvemos a rechazar anticipadamente, sin conocer el texto final. Los que tienen la mayoría circunstancial han pasado la máquina sin piedad a la minoría. Los ganadores del 7 de mayo han impuesto su agenda ideológica pensando que el resto del país es una secta católica y conservadora del siglo XX. Sin embargo, como un destello de la historia reciente que olvidamos, los partidos políticos tradicionales –esos que fueron castigados en el proceso fallido anterior, cuando los electores votaron por independientes– aparecieron para intentar salvar el proceso.
La “Operación salvataje” se inició hace apenas dos semanas, cuando se encendieron las alertas de los comités centrales, consejos de ancianos, parlamentarios, alcaldes, exalcaldes, ministros y exministros. Se reunieron en privado y en público y comenzaron a emitir declaraciones, a dar entrevistas para –recién– informar a la ciudadanía que los expertos podían “deshacer” algunas de las barbaridades escritas por los republicanos, avalados por los mismos de Chile Vamos que lideran la “Operación salvataje”.
Trataron de transmitir tranquilidad, asegurando que los expertos y los comisionados de admisibilidad se encargarían de velar por los “12 bordes” acordados entre los 24 representantes de los partidos políticos chilenos, desde republicanos a comunistas. Noble iniciativa, considerando que la inmensa mayoría de los chilenos –me incluyo– queremos contar con una Constitución escrita en democracia y cerrar este capítulo pronto, para poder abocarnos a lo urgente e importante para las personas. Sin embargo, la pregunta es: ¿alcanza el tiempo para revertir una tendencia que indica que apenas un 20-25% dice que votará por la opción “A favor”? La verdad es que se ve difícil.
Y, por supuesto, como siempre, a río revuelto, ganancia de pescadores, y hemos podido observar jugadas magistrales, que más allá del resultado del 17D permiten a algunas figuras de la política lograr ganancias significativas. Lo de Evelyn Matthei es notable, porque esta coyuntura le permitió dar inicio oficial a su campaña presidencial, sacándole no solo una ventaja clave a José Antonio Kast, sino que, además, logró –insospechadamente– el respaldo del mundo de la centro y centroizquierda, con el guiño del aborto y los ataques de ese hombre de extrema derecha que anda amenazando con fusilar a medio Chile.
La alcaldesa, además, le cargó toda la responsabilidad de un posible fracaso directamente a Kast, argumento que parece ser el foco de la estrategia de Chile Vamos: culpar a los republicanos de todo, aunque ellos sean casi tan responsables como sus aliados.
En el oficialismo, pese a apoyar la operación, han sido mucho más cautelosos. Aunque quieren una nueva Constitución y están conscientes de que no podrá haber otro proceso, saben que un texto con el sello del conservadurismo no será del agrado de sus electores. De ahí que, si bien ha sido la propia Michelle Bachelet –la líder indiscutida de la centroizquierda, hoy por hoy– quien ha hecho un llamado al rescate, y Paulina Vodanovic es parte de las conversaciones con RN y la UDI, en caso de un triunfo holgado del “En contra” no serán tan salpicados, considerando que han ejercido el voto minoritario en todos los capítulos y enmiendas que están generando un rechazo transversal.
Claro que a Republicanos, paradójicamente, la “Operación salvataje” tampoco le incomoda tanto. Con una tendencia tan brutal en contra, tienen consciencia de que la probabilidad de que su Kastitución sufra un fuerte revés es alta. De ahí que esta intervención de “todos los otros” –los han excluido de las conversaciones– les da una oportunidad de ser ellos mismos quienes pateen el tablero a última hora, argumentando ser representantes del voto de la gente –cosa que es verdad– y que el plato que salió de la cocina es un arreglo a espaldas de los electores y, por tanto, cualquier resultado les da la opción de reafirmar a los suyos y victimizarse frente a los chilenos
Pero más allá de la intervención de la clase política para salvar el proceso –es parte de su rol–, lo dramático es lo que les pasa a los electores, a los ciudadanos, inclinados hacia la izquierda, el progresismo y antipartidos en el primer proceso, para luego elegir a unos conservadores de derecha extrema y valorar los partidos, en el segundo. La bipolaridad en su máxima expresión.
Chilenos con sobreexpectativas, sin tolerancia a la frustración, que, por lo visto, más que votar por una Constitución –que ni leen, pese a lo cual están en contra de ella– pensaron que primero se acabaría la desigualdad y ahora la delincuencia. Por eso, lamentablemente y aunque la clase política intente salvar el proceso –se dieron cuenta demasiado tarde–, lo más probable es que no se alcance a revertir la tendencia.
Y, por supuesto, como en otros momentos de la historia, se volverá a acumular energía y rabia, que más temprano que tarde explotará. Y nuevamente nuestras elites y nuestra clase política dirán “no lo vimos venir”. Y, de seguro, los historiadores, los cientistas políticos, los analistas, pensarán, con cierto aire de suficiencia, cómo es posible que repitamos, una y otra vez, los mismos errores.
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