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martes, 22 de julio de 2014

Pinochet en el corazón

Escrito por Juan Pablo Cárdenas S.

En tiempos en que la política le anda buscando el “corazón” a las reformas, al mismo tiempo que descubrirle  el ADN a los distintos actores,  también convendría reiterar que en toda nuestra institucionalidad sigue palpitando regularmente el corazón del pinochetismo. Desde luego en la Constitución de 1980 que todavía nos rige, en el binominalismo electoral  y, por supuesto, en el modelo económico apadrinado por la Dictadura y que, pese a los estragos sociales y culturales que ha provocado, hoy parece tener más feligreses que antes en las cúpulas gobernantes de la posdictadura.
 
La ominosa opinión del senador Andrés Zaldívar, en cuanto a la necesidad de que sean solo los “cocineros” de la política los que definan y acuerden los cambios,  expresa con claridad que el espíritu democrático no ha logrado posicionarse en los dirigentes ni en los partidos políticos que, según a veces manifiestan, buscan mayor participación y equidad social. Pero la desafortunada expresión del parlamentario falangista solo sinceran los procedimientos habituales de la llamada política cupular, al mismo tiempo que advierte que de ésta ya no es posible esperar que las cosas cambien efectivamente,  más allá de algunos cambios superficiales que en ningún caso puedan desfigurar el trazado político del Dictador. Ni menos ponerle retroexcavadora , como lo señalara un cándido presidente de partido
Se trata, por sobre todo, de hacer las cosas a espaldas del pueblo y mantenerlo interdicto. Por lo mismo que hay quienes no parecen  preocupados por los altísimos índices de abstención ciudadana, ni porque sus referentes, ayer ideológicos, hayan devenido en meros maquinarias electorales. De esta forma es que el disenso, que en nuestro pasado republicano  alimentaba el debate político, trazaba idearios y ofrecía programas de gobierno, hoy donde se expresa con más fuerza es  al interior de los partidos y sus propios pactos. La pulverización de la derecha, como  las distintas  “almas” que también se le reconocen a la Democracia Cristiana, al socialismo y la izquierda extraparlamentaria es prueba cabal de lo que señalamos, como del  hecho de que el gran consenso entre unos y otros radica, justamente,  en el rampante legado de Pinochet  después de 25 años. “Hay que dejar que las instituciones funcionen”, proclamaba  un  revenido ex presidente,  aludiendo a las normativas heredadas del Dictador.  Pero en  estos días, incluso respecto de la Ley Antiterrorista se ve la disposición del Ejecutivo y otros políticos la necesidad de invocarla a propósito de una bomba de bajo poder explosivo en un carro del metro sin pasajeros. Un artefacto al que habrá que reconocerle haber dejado al descubierto, otra vez,  la vigencia represiva de  nuestro ordenamiento jurídico policial. De cuánto siguen vigente aquellas prácticas del “terrorismo de estado” en nuestras leyes y el carácter o ADN de quienes dicen velar por la seguridad pública.
Así como en nuestras relaciones internacionales se convoca a los cancilleres de Pinochet, de Sebastián Piñera y de los gobiernos de la Concertación para “consensuar una política de estado”, no sería de extrañarse que las autoridades del ministerio del Interior y de la secretísima ANI, pudieran visitar a Manuel Contreras y a sus secuaces para ilustrarse de lo que habría que hacer para “bajarle el moño” a los mapuche o hacer frente a una posible escalada de violencia. Ganas deben tener algunos de ellos en quienes descubrimos las mismas palabras y actitudes de los más virulentos represores de entonces y cuyos oficiales en actual ejercicio discurren regalarle un corbo a uno de nuestros seleccionados del fútbol, a fin de reconocerle su coraje deportivo. Es decir, aquella arma dilecta de los valientes soldados chilenos con la cual acostumbraban vaciarle las vísceras a sus enemigos.
Lo que no nos causa tanta sorpresa, en cambio, es que las enmiendas consensuadas por el duopolio senatorial en relación a la Reforma Tributaria se hayan pactado en el living de la casa de un renombrado empresario y no dentro del recinto del Poder Legislativo. Un detalle que también nos señala con claridad dónde y quiénes toman las decisiones económicas en nuestro país, aunque enseguida nuestros diputados y senadores sellen con sus votos la lealtad que le deben a quienes los financian para ganar las elecciones, darle cobertura en los grandes medios de comunicación y reiterarlos hasta por seis o siete períodos en sus cargos.
Cuando la presión social exige una  Carta Fundamental democrática no es de extrañarse, tampoco, que otro senador oficialista o, más exactamente,  un connotado cenador de la República” discurra mofarse de la posibilidad de una Asamblea Constituyente advirtiéndonos que también ésta sería “cupular” , puesto que no podría estar integrada por los 17 millones de chilenos… Claro, nada  puede parecerles más amenazante a muchos políticos que una instancia democrática desahucie la representatividad que se arrogan gracias al sistema electoral acotado y excluyente en que se encuentran tanto tiempo arrellenados. Sin duda que una Constituyente sería en enorme forado a su sistema de repartijas y correlaciones de fuerza para administrar y profitar del Estado.
Aunque ya se asume que tendremos una discreta Reforma Tributaria, en que la distancia entre pobres y ricos seguirá pronunciándose, muchos temen que las demandas educacionales terminen también en un estofado cuyos ingredientes y adobos sean pactados por la misma  cocinería política.  Tal parece, asimismo, que tampoco la actual administración nos conducirá a una reforma en serio a los sistemas de isapres y de AFP donde, al igual que en la lucrativa realidad de la educación,  las “inversiones” y cotos de caza de quienes financian la política cupular los llevará a defenderse con dientes y uñas además de emprender  una nueva campaña del terror.
Alarma que siempre sucede a las demandas sociales de toda nuestra historia de frustraciones, cuartelazos y muy efectivas  contrarevoluciones. De la mano, tantas veces, de los más vociferantes rebeldes del pasado. Encantados por el oportunismo y el bálsamo conque la derecha unge a los traidores.

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