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martes, 25 de mayo de 2021

Julio Cortés: «Patria o caos», el archipiélago del posfascismo y la nueva derecha en Chile

 

Ditorial Tempestades acaba de publicar el libro “¿Patria o Caos? El archipiélago del posfascismo y la nueva derecha en Chile”, de Julio Cortés Morales. 150 páginas. Prólogo de Víctor Chanfreau.  Ya en el 2018 Tempestades había publicado del mismo autor su libro “Estruendo”, donde se analizaba en detalle el Caso Bombas (2009-2012) y la compleja dialéctica entre terrorismo y antiterrorismo. En la presentación de la editorial se señala que “¿Patria o Caos?” podría ser el opuesto complementario de su título “Rabia dulce de furiosos corazones”, un hermoso libro del equipo de investigaciones de la editorial que salió el año pasado, con símbolos, íconos, rayados y otros elementos de la revuelta chilena.

En vísperas de un próximo lanzamiento del libro en Santiago, conversamos con el autor acerca de los principales temas abordados en su investigación.

El Porteño: ¿De dónde proviene el título del libro? ¿De qué trata?

Julio Cortés: “Patria o Caos, no hay más bandos” fue la consigna que plantearon algunos sectores autodenominados “patriotas” como respuesta al proceso revolucionario iniciado el 18 de octubre, asumiéndose explícitamente en favor de un “contra-proceso”, es decir, en defensa abierta de la contra-revolución.

Estas posiciones me resultaron llamativas, sobre todo en vista de la popularidad que en las redes de lo que podemos llamar la “nueva extrema derecha” fue asumiendo la “teoría” de Alexis López Tapia -un nazi confeso a inicios de siglo, que trató de hacer un Partido y un Congreso Internacional-, y que en base a una curiosa lectura que hace de autores como Deleuze, Guattari y Bataille llama la “revolución molecular disipada”. Esta seudoteoría es una versión de extrema derecha y con más pretensiones intelectuales del famoso informe Big Data con el que el gobierno trató en su momento de explicarse el estallido de octubre. Una amalgama en que cabe casi todo, con tal de suministrar una “teoría del complot”, por cierto algo más racional que teorías conspirativas como la de Qanon, tan popular entre la base de apoyo a Trump, que lo postulaba como una forma de emperador/superhéroe llamado a derrotar una conspiración satanista y pedófila encabezada por Obama y Hillary Clinton. ¡Eso es lo que tenían en la cabeza los que asaltaron el Capitolio en enero de este año!

Lo que más me llamó la atención fueron dos cosas: por un lado, que esta teoría proveniente de un conocido nazi gozara de popularidad en otros sectores de esta nueva extrema derecha que nada tienen que ver en principio con el nacional-socialismo, como por ejemplo los libertarios y “anarco-capitalistas” de derecha, individualistas ajenos a todo colectivismo. Y por otra parte, que a pesar de su evidente delirio, estos sectores tuvieran la capacidad de reconocer que lo que estaba en juego era nada menos que una revolución, en oposición a los socialdemócratas e izquierda progresista que sólo ve ahí un “despertar ciudadano”, o a la izquierda más dura que cree que sin armas ni soviets no puede haber ninguna otra forma de revolución.

EP: ¿El libro estudia las expresiones actuales del fascismo o también sus expresiones clásicas? 

JC: Parto de la base de que es necesario entender bien a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de “fascismo”. El uso habitual del concepto, sobre todo como recurso para invalidar determinadas posiciones, me parece excesivamente amplio. Se habla de “facho” para referirse a cualquier derechista recalcitrante, olvidando que en la jauría política nacional también existieron otras variedades de defensores del orden y burgueses asustados como los “momios”. En una versión ya más difusa, se tilda de “fascista” a cualquier autoritarismo, a cualquier posición crítica respecto de la democracia, e incluso a cualquiera que sostenga posiciones “fuertes” en medio de una mar de “pensamiento débil”.  

Frente a eso me interesó distinguir entre el fascismo histórico, que fue un fenómeno propio del siglo XX, como respuesta del orden frente a una crisis social que el liberalismo y la socialdemocracia ya no podían administrar adecuadamente, y que entre otras cosas se caracterizó por movimientos de masas con organización de tipo paramilitar, y un discurso formalmente “anticapitalista”, que causó gran confusión en la izquierda por no ser asimilable a las posiciones clásica de derecha, sino que se apelaba a una “tercera posición”, con elementos derechistas/conservadores en materia moral, mezclado con una defensa de un Estado fuerte y centralizado: su elemento “socialista”.  

Eso es el fascismo para mí. Discutir sobre el fascismo es en definitiva discutir sobre teoría del Estado, y sobre los sentidos y límites que tiene en nuestro tiempo seguir usando el esquema de derecha/izquierda. 

Y en este sentido,  pesar de que nos hemos acostumbrado a “fascistizar” a todos nuestros enemigos, no todo es fascismo: la dictadura de Pinochet no impuso ningún ideal nacional/popular, pese a su jerga y simbolismo militarista, sino que el modelo neoliberal de los Chicago Boys. 

Visto así, me parece que Perón o Ibañez estaban mucho más cerca del fascismo histórico, y no deja de llamar la atención que gran parte del peronismo se considera de izquierda, y que el dictador Ibañez, proclamado en su tiempo como “el Mussolini del Nuevo Mundo”, pudo gobernar en un segundo período gracias al voto de un sector importante del Partido Socialista. 

Además, los nacional-socialistas chilenos en 1938 prefirieron votar por el Frente Popular que por la derecha tradicional, y con sus votos le dieron el triunfo al “antifascista” Aguirre Cerda, pasando a conformar luego la Vanguardia Popular Socialista, en la que militó Sergio Onofre Jarpa. Tras su viraje a la izquierda, reconocido luego como una táctica oportunista que desmoralizó a la militancia, se unificaron con el otro sector nacionalista dirigido por Guillermo Izquierdo (abuelo de Sebastián), creando al partido Unión Nacionalista de Chile, con el famoso profesor Gómez Millas a la cabeza. El Jefe de los nacistas chilenos, Jorge Gonzaléz Von Marées, terminó sus días en el Partido Liberal. Otros se fueron al Partido Agrario Laborista.

Así que el libro se esfuerza por ir a la raíz del fascismo del siglo XX, analizando el episodio de la Masacre del Seguro Obrero y otros intentos de golpes de Estado posteriores del “ibañismo” como el Ariostazo y el Complot de Colliguay, así como el discurso y posiciones que convivían a inicios de los 70 en el Movimiento Cívico y luego Frente Nacionalista Patria y Libertad, donde estuvieron desde los gremialistas de Jaime Guzmán a los nacionalistas de Rodriguez Grez, y que se proclamaban a favor de una revolución nacionalista, corporativista, anticapitalista, anti-imperialista y anticomunista. Así podemos contrastar esas expresiones del siglo XX con las formas actuales del posfascismo.

EP: ¿Por qué se habla de posfascismo y no de neofascismo? ¿Cuál es la diferencia?

JC: Asumiendo que el fascismo clásico es el del siglo XX, en sus distintas variedades (italiana, alemana, japonesa, chilena, etc.), me parece que hasta hace poco lo que teníamos era algunas formas de neofascismo bastante minoritarias y prácticamente contraculturales, desde los skinheads del “rock anti comunista” a Miguel Serrano con su “hitlerismo esotérico”, tan admirado por diversos escritores como Warnken, y al mismo López Tapia con su partido Patria Nueva Sociedad, que si bien no terminó de inscribir, fue declarado como perfectamente legal por el Tribunal Constitucional el 2010. 

Siguiendo al italiano Enzo Traverso (“Las nuevas caras de la derecha”, Siglo XXI, 2018), creo que con la irrupción de figuras y movimientos como los de Trump y Bolsonaro, o Kast en Chile, estamos frente a fenómenos que si bien tienen su matriz en el fascismo clásico y se le asemejan en varios aspectos, son fenómenos nuevos y contradictorios que no se explican totalmente como formas renovadas de fascismo, sino que responden a nuevos escenarios y conflictos, amalgamándose con otras características de la época, como por ejemplo el posmodernismo. Por ejemplo, Traverso dice que Trump es una estrella de TV, que tiene más elementos en común con Berlusconi que con Mussolini.

Ahora bien: sólo en un escenario posmoderno se podría entender la existencia de un “fascismo neoliberal”, algo que durante el siglo XX no tendría mucho sentido. De hecho, fascistas verdaderos como los nacional-sindicalistas formaron parte de la dictadura a través de la Secretaría Nacional de los Gremios, pero criticaron amargamente a deriva gremialista/neoliberal. Hoy en día los restos qu quedan de ese grupo bastante antiguo alabaron la revuelta de octubre, llamaron a votar apruebo con convención constitucional, ¡y hasta declaran sus simpatías por el anarquismo!  

Parte del libro se aboca a distinguir las principales corrientes de esta nueva extrema derecha, con especial dedicación a su construcción  de “revolución molecular disipada”, y al fenómeno reciente y dinámico que ha llevado a que el concepto “libertario”, antes sinónimo de anarquista, ahora designe más bien a fanáticos neoliberales como el economista argentino Javier Milei, que defienden un Estado mínimo para dejar campo libre a la “anarquía del mercado”.

Un amigo comentaba que esta parte del libro es como un Bestiario. ¡Es cierto! Y otros amigos hasta estaban pensando en “ilustrarlo”.

EP: Y también con «La Literatura Nazi en América» de Bolaño!!! ¿Qué rol crees que puede jugar esa nueva extrema derecha a partir de ahora? Electoralmente, al Partido Republicano le fue bastante mal.

JC: Pero lograron elegir con alta votación a Teresa Marinovic como constituyente. Lo cual en gran medida confirma que es en las redes sociales donde este bestiario se expresa con más fuerza, y esa labor la seguirán cumpliendo a pasar de los resultados electorales, y no podemos olvidar que con altos niveles de abstención electoral, hay un continente sumergido de sujetos cuyas posiciones es difícil adivinar. 

El uso eficiente de las redes ha sido una característica de la llamada “alt-right” o derecha alternativa, y fue clave en el éxito del fenómeno Trump. Así que ese es un frente interesante de analizar, teniendo en cuenta lo que desde Argentina señala Pablo Stefanoni (“¿La rebeldía se volvió de derecha?”, Siglo XXI, 2021. Supe de este libro cuando el mío ya estaba en imprenta): en un mundo en que el progresismo y la corrección política se han terminado por identificar con la izquierda -y yo agregaría que incluso se han vuelto parte integrante de la ideología dominante-, se hace posible que la “rebeldía” sea capitalizada por esta nueva extrema derecha, que intenta definir un nuevo sentido común en una reacción antiprogresista y antipolíticamente correcta. 

En el escenario chileno actual el peligro de un “resurgimiento facho” parece haberse alejado, dada la irrupción electoral de la izquierda y los independientes, pero creo que hay que estar pendientes de estas expresiones reaccionarias porque en determinado momento pueden volverse muy peligrosas, tal como queda claro en varios países europeos.

Parte del interés por hacer este libro surge de la constatación de que durante el 2020 una curiosa alianza de nacionalistas, neoliberales, libertarios y nazis se organizó para tener presencia callejera, aportando a la violencia política un elemento que había estado ausente por décadas. El capítulo final analiza estas acciones, su “antiestética” (puesto que se dedicaron a destruir/invertir más que a crear símbolos), y el guante blanco con que hasta ahora los ha tratado la justicia penal, que es algo que también ocurría en los episodios analizados del siglo XX: a los nacional-socialistas no se les aplicaba la Ley de Seguridad del Estado puesto que sólo trataban de defender el orden por medios violentos, por el Seguro Obrero y el Complot de Colliguay todos los involucrados fueron indultados. Gracias a eso el abuelito Izquierdo, condenado por dicho complot que involucró hasta a camisas negras escondidos en Argentina, pudo ser senador agrario-laborista por Antofagasta y Tarapacá en 1953.

Hay otros elementos que habría que abordar, como las tendencias que expresan grupos como el APRA en la Araucanía, donde el año pasado hubo violentos desalojos civiles de municipalidades tomadas por comuneros mapuche, y corrientes como el “ecofascismo”.

Por eso es que, en conclusión y siguiendo a Stefanoni, creo que debemos tomar en serio estos fenómenos, sin sobrestimarlos, y a eso espero que el libro aporte como un insumo inicial.

EP: Así es compañero, porque más que hablar de un libro lo que hemos hecho es construir una barricada.

 

Por Gustavo Burgos

Fuente: El Porteño

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