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jueves, 20 de mayo de 2021

Opinión

 

Para mis amigos en el extranjero que se preguntan qué pasó con las elecciones

Por: Sebastián Collado | Publicado: mayo .05.2021
Para mis amigos en el extranjero que se preguntan qué pasó con las elecciones| AGENCIA UNO
En octubre de 2019 este país explotó. Había demasiadas Miriams que ganaban 30, 50 y hasta 100 veces menos que el 5% más rico del país. Los políticos que recuperaron la democracia no fueron capaces de cambiar el sistema establecido durante nuestra sangrienta dictadura que reproducía desigualdades insoportables. Hubo demasiadas Miriams que se cansaron de viajar todos los días de Puerto Príncipe a Estocolmo en un transporte público colapsado. Algunas Miriams hacían esfuerzos increíbles para pagar costosas educaciones privadas a sus hijos e hijas para que se convirtieran en exitosas/os ingenieras/os como mi padre. Pero ya no eran los tiempos de antaño.

Para darles un poco de contexto:

Siempre he pertenecido al 5% más rico de la población chilena. Crecí en un hermoso barrio de Santiago, fui a un colegio privado y luego a una de las mejores universidades de América Latina. Mi familia era propietaria de una casa en Santiago, y también teníamos una bonita casa en la playa donde pasábamos las vacaciones (si no íbamos al extranjero o hacíamos viajes en el sur del país). Si tuviera que comparar, mi vida en Chile ha sido más parecida a la de un sueco o un finlandés que a la de una persona normal que vive acá. Como éramos cinco hermanas/os, una abuela, y mis padres trabajaban muchas horas en instituciones importantes, teníamos a dos mujeres trabajando para nosotras/os como asesoras del hogar: Miriam y Francisca; sin estas dos mujeres mis padres no podrían haber trabajado como lo hicieron, y no podríamos haber tenido la cómoda vida que tuvimos. Miriam era una chica indígena del sur de Chile que empezó a trabajar para nosotros cuando tenía 16 años. Venía de un lugar increíblemente hermoso del sur del país, pero como muchas partes de Chile, su territorio era explotado por el 1% más rico y su pueblo no le ofrecía ninguna oportunidad. En mi casa, Miriam ganaba 20 veces menos que mi papá, vivía con nosotras/os las 24 horas del día, se levantaba todos los días antes que nosotras/os y se acostaba después de que nosotras/os terminábamos la jornada. No es que mis padres fueran malas personas, esta era la realidad «natural»: la mayoría de mis compañeros de colegio tenían situaciones similares en sus casas. Miriam se hizo cargo de nosotras/os mientras mis padres desarrollaban sus exitosas carreras. Cuando Miriam tenía 30 años, enfermó de cáncer de pulmón: fue la primera vez que visité un hospital público. Miriam murió y dejó un hijo que vivía en nuestra casa. Como Miriam tenía familia en Santiago (todas ellas también trabajaban como asesoras del hogar), su hijo no pudo quedarse en nuestra casa y se fue a vivir a otro barrio. Esa fue la primera vez que fui a Puente Alto, un barrio pobre de la ciudad. Visitar a su hijo era como viajar de Estocolmo a Puerto Príncipe (una de las ciudades más pobres del mundo), pero no necesitaba tomar un avión: la distancia entre estos barrios era de menos de 10 kilómetros. Todas/os sabíamos que esto no estaba bien, pero era el orden «natural» de la vida en Chile.

Aunque mi padre era un exitoso ingeniero que hacía una increíble carrera en un banco, él era tan pobre como Miriam cuando era un niño. Es difícil explicar por qué a mi papá le fue tan bien, hay muchas hipótesis posibles. Tal vez fuera porque era hijo de un refugiado español y su herencia europea le daba más estatus social a pesar de sus miserables condiciones de vida. También puede ser que eligiera la carrera adecuada en el momento adecuado (el país estaba creciendo y necesitaba ingenieros). Puede ser que, como hombre blanco con raíces españolas, el 1% más rico no se sintiera tan incómodo con esta persona cerca y le permitiera formar parte del 5% más rico. Otra posibilidad es que se haya casado con la “persona adecuada”. Mi madre procedía de una familia de buena situación del campo. Y no es que mi mamá trajera dinero de su familia al matrimonio, para nada, pero sí trajo lo que algunos sociólogos llamarían habitus y este habitus quizás logró permear en mi familia y quizás también en la performance social de mi papá (hay que señalar que este matrimonio inter-clases bajo las normas sociales no dichas de Chile es un fenómeno bastante raro, pero esa es otra parte de la historia). También podría ser que mi papá es psicológicamente un genio y pudo entender muy bien cómo superar los difíciles obstáculos que el sistema de clases (castas) chileno le preparó (yo creo menos en esta hipótesis, pues sus hermanas/os también se convirtieron en profesionales exitosas/os, o quizás todas son genias/os). Estas son sólo hipótesis; sé que mis padres y quizás también mis hermanos estarían en desacuerdo con la mayoría de ellas. También sé que mis hipótesis están, de alguna manera, ignorando todos los increíbles esfuerzos físicos y emocionales que mis padres hicieron para darnos una vida increíble que realmente disfruté y de la que estoy muy agradecido. Además, mis frías hipótesis sociológicas también están ignorando el hecho de que mi padre, viniendo de una escuela pública promedio de los suburbios, terminó trabajando con gente que fue a las mejores escuelas y universidades del país, gente que se conocía de sus clubes y lugares de vacaciones de elite. Aunque mi papá nunca me lo dijo, sé que muchas veces se sintió un poco como el bicho raro en medio de una extraña reunión de amigos de toda la vida. Pero sea como fuere, cuando yo nací mi padre estaba muy lejos de la pobreza que caracterizó su infancia, y aunque escuché de él todo el tiempo cosas como «no sabes lo que cuestan las cosas» o «no sabes lo que significa ser pobre», nunca tuve la experiencia encarnada de no tener las condiciones materiales mínimas para vivir una vida vivible.

En octubre de 2019 este país explotó. Había demasiadas Miriams que ganaban 30, 50 y hasta 100 veces menos que el 5% más rico del país. Los políticos que recuperaron la democracia no fueron capaces de cambiar el sistema establecido durante nuestra sangrienta dictadura que reproducía desigualdades insoportables. Hubo demasiadas Miriams que se cansaron de viajar todos los días de Puerto Príncipe a Estocolmo en un transporte público colapsado. Algunas Miriams hacían esfuerzos increíbles para pagar costosas educaciones privadas a sus hijos e hijas para que se convirtieran en exitosas/os ingenieras/os como mi padre. Pero ya no eran los tiempos de antaño. Después de terminar sus carreras, estos hijos e hijas consiguieron trabajos mal pagados y tenían enormes deudas con los bancos privados que pagaron sus educaciones privadas. Mientras nosotras/os, el 5% más rico, disfrutábamos de la lujosa sanidad privada, algunas personas morían en los hospitales públicos por no recibir los tratamientos adecuados. Mientras nosotras/os disfrutábamos de nuestras casas en la playa en verano o descubríamos algún destino exótico en el extranjero, ellos tenían que seguir trabajando con la ilusión (neoliberal) de pagarse la educación privada para poder convertirse en exitosas/os ingenieras/os como mi padre. Sin embargo, las ilusiones no pueden durar para siempre: estas ilusiones se desvanecieron y dejaron al descubierto los huesos de nuestra sociedad. El cuerpo de nuestra sociedad estaba podrido, su piel se caía y no había nada que pudiera mantener sus órganos unidos. Como un cuerpo podrido y destruido, nuestra sociedad comenzó a dispersarse.

Todo lo que he escrito es una parte de la historia. No he hablado de las normas sociales heteropatriarcales que también estaban haciendo insoportable la vida de muchas personas sexo- o género-diversas (incluso de aquellas personas género- o sexo-diversas como yo que pertenecen al 5% más rico). Tampoco me he referido a las normas culturales neoliberales que han hecho casi imposible que artistas y personas creativas en general exploren formas diferentes de (re)construir el lazo social. Sin embargo, espero que con este texto pueda explicar qué tipo de tejido social complejo material y afectivo está (ojalá) encontrando su fin.

Las elecciones demostraron ayer que la gente se cansó, que la gente despertó de la ilusión neoliberal en la que vivíamos. Parece que la gente se hizo consciente de que quiere/necesita/merece cambios. Las elecciones abren una oportunidad impensable de transformación. No sabemos qué va a pasar, es obvio que los dueños de este país van a poner las cosas difíciles, que mañana la Bolsa va a caer, y que el dólar se encarecerá. Sabemos en América Latina que esto es lo que pasa cuando transformaciones justas están por venir. Sin embargo, después de muchos años, siento algo de esperanza, siento que la vida individual/comunitaria puede ser posible en este territorio en el último rincón del fin del mundo.

Un abrazo. Seba.

Publicado: 19.05.2021

Sebastián Collado
Bailarín. Magíster en Género, doctor (c) en Psicología.

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