La densidad espiritual, moral, cultural, intelectual y social del Apruebo es inalcanzable para el Rechazo. La fuerza creadora de nuestro viaje es mucho más que el dinero, los bot en Twitter, las fake news, los medios oficiales, la publicidad pagada en Youtube, los discursos de odio (mal) copiados de Trump y Bolsonaro. Toda esa desesperación de la élite económica expresa el hecho de que está seca, que no tiene proyecto que ofrecer, que su principal mensaje es de odio y miedo. |
Por Víctor Orellana - publicada por El DesconciertoAlgo que siempre nos preguntamos es si la historia de cada uno de nosotros importa en la historia del país. Somos niños, crecemos, estudiamos, trabajamos, formamos familias, nos hacemos viejos. Lo hacemos en un mundo que no elegimos, y en el que no sabemos si dejamos huella. Somos millones de personas en Chile. Entre tantas historias de vida, ¿qué nos une? y ¿qué nos vincula? En gran medida, nos une una trayectoria común. El Apruebo está remontando y va a ganar porque es un paso más en una larga historia de vidas comunes. A veces basta mirarse al espejo: la respuesta está en nuestro pasado. En mi caso personal, aunque nací en el norte, crecí en una comuna periférica de Santiago, y una buena parte de mi familia viene del campo. No es para nada una historia extraña en Chile. Tal vez algo tenga que ver con la tuya. Toda mi niñez escuché a mi mamá hablar sobre su vida sin zapatos, sobre lo difícil que fue salir adelante. Salir de la pobreza y darlo todo los por los hijos es la gran consigna del pueblo chileno. Y quienes han vivido esa historia saben bien que salir de la pobreza es algo tanto material como cultural. Mis padres siempre me empujaron a buscar más cultura, más educación. Querían que leyera más y hablara con más palabras. Ellos rechazaban, como la mayoría de la gente, esa vida que habían conocido bien: la del alcoholismo, del maltrato, del analfabetismo. Nuestros antepasados salieron del campo y del ocaso de la vida de los fundos, precisamente buscando nuevos horizontes de vida digna en la ciudad. Llegaron durante el siglo pasado a ciudades que los relegaron a las periferias: tomas de terreno, viviendas sociales, autoconstrucción, blocks, casas blancas y villas, y un largo etcétera. Salir de la pobreza y ser felices es buena parte de nuestro pasado común familiar, y también el afán colectivo de los años 60. Se luchaba por tener casas con alcantarillado, por no pasar hambre ni frío. Cosas muy básicas y sencillas, que fueron demasiado para una élite sin mayor mérito ni luz, que se negaba a entender que Chile no es su fundo, y que terminó bombardeando el símbolo de la República. Nuestra historia familiar y colectiva es esa lucha, la que de manera muy bella Violeta Parra musicalizó. Por eso ella hablaba de “chilenidad”. Esa es la chilenidad. Con el Golpe militar nuestros padres no dejaron de luchar, sólo que lo hicieron como pudieron: se sacrificaron para que sus hijos pudieran seguir su viaje. “Los obreros no se fueron, se escondieron, merodean por nuestra ciudad”, contaron Los Prisioneros, que es la misma historia que ya habían contado Violeta Parra y Víctor Jara. Pero ahora una historia con los sonidos urbanos del punk y guitarras eléctricas. Con esa mezcla tan propia, tan, precisamente, chilena. Siempre ha habido un deseo de salir adelante, de ir más allá de la generación anterior. No es “desclasamiento” querer salir de la población. Nuestros papás y mamás se sacrificaron para eso. El gran anhelo de la educación, lo único que nos pudieron heredar, es la continuación de ese largo viaje. Dejar la pobreza, ser un poco más felices, ser un poco más humanos. Nuestras ciudades y sus periferias crecieron y acumularon tiempo. Vino la democracia, un respiro y un logro, pero no llegó la alegría. ¿Se rindieron nuestros padres y nuestras madres? Nunca. No les quedó otra que seguir peleando. Desde arriba le llamaban “chorreo”; desde abajo, nada fue regalado ni cayó del cielo. Todo fue lucha y trabajo. Admiro mucho a mis padres. Siempre siguieron luchando, y nos dieron todo el disfrute posible. No nos llevaban al mall por consumistas, sino porque era el único espacio limpio y decente al que podíamos acceder. No se endeudaron por arribistas, sino para darnos un buen pasar. Para darnos la felicidad que ellos no pudieron tener. Y no, no por eso estaban de acuerdo con este sistema. Como a la gran mayoría de las personas, no les quedó otra que jugar con sus reglas. Una generación joven creció en medio de ese camino. Y sí, accedió a mejores cosas y experiencias nuevas. Pero en lugar de quedarse ahí, quiso ir más allá. Se armó con ese empuje heredado, la energía y la determinación popular del largo viaje de las entrañas caducas de la vida agraria y la miseria urbana, para ser un poco más felices. En ese viaje la nueva generación se hizo más cosmopolita. Probó los sabores del mundo. Siguió la senda de Violeta Parra y Jorge González y tomó todo lo que oía y veía, mezclándolo en una combinación única. Aparecieron los pokemones, los otaku, la música urbana, todo en una extraña y chilenísima combinación. Luego vino internet y, como peces en el agua, las nuevas generaciones tomaron esta mezcla llenando fotologs y luego las calles. El largo viaje desde la pobreza rural y la miseria urbana encontró su principal camino en la promesa educativa. Y a medida que la educación fue fuente de lucro y desazones, las historias familiares dispersas se volvieron a juntar, de a poco, en nuevas formas de protesta. Esos jóvenes se hicieron adultos, y muchos se hicieron profesionales. Siguieron con ese largo viaje, y tuvieron hijos, pero a diferencia de las generaciones previas, ya no estuvieron dispuestos a dejar de ser felices ellos mismos. Quisieron ser felices junto a sus hijos, entendiendo que la felicidad de los que vienen es con la propia, y no a costa de ella. Cuando ya el “chorreo” se agotaba, a pesar de la dureza del mercado laboral, de la sobreexplotación, de los intereses usureros, a pesar de todo, esta nueva generación se paró una y otra vez, reinventándose si era necesario. Supo emprender, crear cosas nuevas. Enfrentó también nuevas formas de dolor, esas que amenazan la salud mental, pero también eso le curtió e hizo lo que es. Al igual que sus padres, nunca se doblegaron. La fuerza de sus vidas personales y colectivas se sumó, hasta que se construyeron como una generación rebelde, para la que sólo el cielo es el límite. Una generación que, entre otras cosas, nos dio dos copas América. Desde las protestas de los pingüinos de 2016 hasta el estallido de 2019, la historia es conocida. No son sólo los jóvenes. Las abuelas, las madres y las hijas se encontraron en el mayo feminista de 2018: la historia de la madre soltera, esa que sufrió y escapó del hombre abusador del siglo pasado, se vio reflejada en la pañoleta verde. La lucha de la madre para que su hija estudiara, y no tuviera entonces que depender de un hombre, se juntó con el anhelo de las nuevas generaciones por una vida más humana. Todo el viaje tuvo sentido. El salto del torniquete por parte de sus hijos es un paso más en este largo viaje. La historia es la misma, es un salto a lo desconocido, en busca de más felicidad y menos sacrificio, un salto de rebeldía contra la vieja élite que nos exprime, y que tiene todo este significado y acumulación intergeneracional. Esta narración es un poquito de nuestra historia común. Cada quien por separado, la historia de millones de familias y sus avatares, sus desvelos, sus sueños; y a veces juntos, como en los 60, como en la derrota de la dictadura, y como ahora. Toda la densidad cultural de nuestro país, su arte, su pintura, su humor, su literatura, su cine, su elaboración intelectual, sus memes; todo surge de este largo viaje a la dignidad. Del otro lado, lo caduco y lo enmohecido es la vieja cultura del patrón de fundo de Morandé con Compañía, disfrazada de Miami y su ambición de copiar a todo lo que viene de fuera. Salvo dinero, no tienen nada más. Por eso es ridículo cuando el Rechazo reivindica la chilenidad. El largo viaje de nuestro pueblo es la chilenidad real. Su fundamento es la mezcla de elementos de allá y de acá, en una combinación única, nuestra; desde el pastel de choclo hasta los memes. Nuestros antepasados supieron encarar la pobreza mezclando con ingenio lo que tenían a mano. Esa mezcla somos nosotros. Somos un pueblo plural, lo llevamos en la sangre. Somos pueblos originarios, somos mestizos; somos los quiltros de la historia. Y hay una profunda belleza en eso. Somos fundo, ciudad, barrio y también mundo. Todo en una combinación que nos hace únicos: sudamerican rockers, abiertos al mundo, y también con algo genuino y excepcional que aportar en él. Las etiquetas lanzadas desde arriba nunca fueron correctas: no hay acá “vulnerabilidad” sino fortaleza. No buscamos pena ni caridad, somos personas dignas. No hay consumismo, al revés, hay determinación de ser cada vez mejores, más educados, más felices, y de acceder más al placer y al goce de la vida, ¿por qué no? Hoy nos desprendemos de esa vieja culpa con la que alguna vez trataron de controlarnos. Nos atrevemos y creemos el cuento de que ahora puede haber un país que no sólo habitemos, sino del que seamos sus constructores. La densidad espiritual, moral, cultural, intelectual y social del Apruebo es inalcanzable para el Rechazo. La fuerza creadora de nuestro viaje es mucho más que el dinero, los bot en Twitter, las fake news, los medios oficiales, la publicidad pagada en Youtube, los discursos de odio (mal) copiados de Trump y Bolsonaro. Toda esa desesperación de la élite económica expresa el hecho de que está seca, que no tiene proyecto que ofrecer, que su principal mensaje es de odio y miedo. Sabemos que son momentos difíciles. La economía está agotada, el mundo está lleno de incertidumbre. Pero tenemos ya la piel curtida de dificultades. Las enfrentaron nuestros abuelos, nuestros padres y nosotros mismos. No tenemos miedo a las dificultades del viaje. Nada nunca nos ha sido regalado, y el futuro tampoco. Hace algunos días vi un rayado que decía “Nuestra venganza es ser felices”. Porque en todo este viaje, con sus apreturas y dolores, el pueblo ha construido su propia felicidad, nuestras propias fuentes de regocijo y sentido. El Apruebo no es odio ni resentimiento, es desplegar esos instantes para crear un país nuevo. Uno que no parte de cero, bien lo sabemos nosotros, que con nuestro trabajo hemos levantado lo que hay, pero que sí será muy distinto. Así se entrecruzan nuestras vidas y el país. Nuestro viaje alumbra un nuevo Chile. Por eso remonta el Apruebo, autoconvocado y multitudinario, porque tiene todo esto a cuestas, una energía que no depende de comandos, partidos, y que de hecho les integra en una totalidad de fuerza impresionante, aún en construcción. Por esta larga historia el Apruebo se pone en movimiento y recupera iniciativa. Y, si se sabe escuchar, esta es la fuerza que le haré prevalecer. |
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