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viernes, 3 de marzo de 2023

Opinión A 50 años del Golpe: anacronías, crisis y transiciones

 Por: Gonzalo Núñez Erices | Publicado: 03.03.2023

A 50 años del Golpe: anacronías, crisis y transiciones|
La dictadura en Chile no es un fantasma que sigue penando en el presente. Por el contrario, lejos de ser solo una presencia espectral, ella goza aún de una substancia material y simbólica en los actuales procesos políticos y sociales. Por lo tanto, los 50 años del Golpe de Estado es un acontecimiento que no pasará inadvertido.

El 11 de septiembre de este año 2023 se conmemoran cinco décadas del golpe de Estado en Chile. Acontecimiento que representa una fractura tan profunda en la historia del país que sigue removiendo las placas tectónicas sobre las que se construye nuestra identidad social y política. Una fecha que nos debería interpelar a mirarnos a nosotros mismos como una sociedad que aspira a renovar y evaluar críticamente sus compromisos presentes con la democracia. En este sentido, la revista académica Palabra y Razón, perteneciente a la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas de la Universidad Católica del Maule, está preparando, para publicarse en agosto próximo, un dossier especial titulado A 50 años del Golpe de Estado: anacronías, crisis y transiciones.

El dossier, cuya convocatoria aún está abierta (ver detalles aquí), reunirá artículos académicos de expertas y expertos de diferentes disciplinas de las humanidades y ciencias sociales. Sin embargo, no solo hay un interés por difundir una mirada academicista entorno al Golpe, sino que además incluir textos de ensayos con una escritura más libre y, si así fuese el caso, también con aspectos testimoniales. El objetivo es construir un espacio de acceso abierto y gratuito para la comunidad que permita fomentar una reflexión crítica, tolerante, honesta y propositiva sobre cómo nuestra realidad actual dialoga con la experiencia traumática de haber vivido una dictadura. Este dossier pretende ser una herramienta que ayude al lector no solo a reafirmar sus creencias personales, sino que fundamentalmente a cuestionarlas o reinterpretarlas. A buscar la conversación genuina con el otro de modo que podamos poco a poco reconstruir una identidad colectiva capaz de vincularse sanamente con su propio pasado. Conmemorar los 50 años del Golpe a través de instancias como este dossier es una oportunidad valiosa para encontrar en la diferencia una posibilidad de transformación unificadora y regenerativa de nuestros tejidos sociales.

Vale la pena preguntar: ¿qué significa realmente conmemorar un Golpe de Estado? Conmemorar proviene de la expresión latina commemorare que es traer o llamar algo a la o en la memoria. ¿Es el horror que guarda una experiencia pasada traumática algo que deberíamos traer a (en) la memoria para instalarlo nuevamente en el presente? Algunos manifiestan la necesidad de mirar el futuro para dejar atrás las divisiones del pasado, mientras que otros reclaman el sentido de la frase “un país sin memoria es un país sin historia”. Quizás aquí nos encontramos con una falsa dicotomía en la que no deberíamos sentirnos presionados a escoger una en lugar de la otra. Hay un espacio entre el olvido y la memoria que no es una simple disyunción.

El Golpe de Estado habita entre el olvido y la memoria. Si recordamos todo sin espacio para el olvido, como Funes en el cuento de Borges, nos quedaríamos atrapados en el pasado como un museo congelado en el tiempo. Sin el olvido, el recuerdo incesante pierde la capacidad de pensamiento y transformación, pues todo se encuentra en un espacio indiferenciado de lo eterno e inmutable.

Por otro lado, el olvido absoluto destruye no solo el pasado que vive en la memoria, sino que hace imposible la continuidad del presente. Si olvidamos todo en cada momento careceríamos de orientación y perderíamos el sentido de las cosas que hacemos rutinariamente. Si la falta de olvido hace que todo sea recordable con la misma intensidad y significatividad, la falta de memoria hace que todo sea olvidable hasta caer en una misma irrelevancia. En el libre juego entre el olvido y la memoria podemos dar sentido a las cosas hasta encontrar diferentes tipos de profundidades en ellas.

¿Cómo encontramos un balance justo entre el olvido y la memoria para una experiencia tan dolorosa y horrorosa como el Golpe de Estado de 1973? Responder esta pregunta es complejo y, seguramente, no existe una respuesta definitiva, sino una búsqueda colectiva por la que debemos transitar como sociedad. El dossier referido espera entregar herramientas de reflexión crítica para avanzar en dicha búsqueda.

Sin duda necesitamos olvidar algo para poder continuar, pero también debemos recordar para saber hacia dónde queremos continuar. La memoria es una luz que alumbra desde el pasado los caminos que se abren hacia el futuro. En este sentido, el primer paso es alcanzar un consenso político y social de una verdad histórica: el 11 de septiembre de 1973 ocurrió un Golpe de Estado que sumergió al país en una oscura y violenta dictadura militar de casi dos décadas. Esta afirmación sigue siendo controversial actualmente y catalogada de ideologizada o, a lo menos, de tendenciosa. Se requerirá de avances democráticos profundos para que como sociedad tracemos un piso moral mínimo que no debe sucumbir al olvido: lo que aconteció en Chile entre 1973 y 1988 fue una dictadura que cometió violaciones atroces a los derechos humanos y que ningún tipo de dictadura en el mundo, sin importar sus orientaciones ideológicas, puede ser justificada ni defendida.

No obstante, las muestras de una falta de acuerdo histórico al respecto son manifiestas en nuestra sociedad. Entre ellas, las discrepancias que aún se mantienen sobre cómo nombrar tal evento en la historia. Expresiones como “Pronunciamiento militar” y eufemismos del tipo “Liberación de Chile del marxismo” son formas retóricas recurrentes para eludir la utilización del término “Golpe de Estado”. En medios de comunicación y redes sociales seguimos observando discursos negacionistas sobre las múltiples y sistemáticas violaciones a los derechos humanos ocurridas durante ese periodo. Aún tenemos autoridades o figuras políticas vigentes que no solo niegan las atrocidades de la dictadura cívico-militar, sino que también participaron activamente en ellas o colaboraron como encubridores.

Apologías abundan aludiendo a la polarización del país durante los años 70 o a un juicio peyorativo del gobierno de Salvador Allende como razones suficientes para avalar la intervención militar y la posterior instauración de un régimen totalitario. Otros discursos, en cambio, aunque no niegan la existencia de crímenes de lesa humanidad, los minimizan en comparación con los avances económicos que le adjudican al gobierno militar.

Tampoco deja de ser llamativo que un de la eestudio ncuestadora Cadem, publicado en febrero de este año, arrojó que, a pesar de que un 42% de la muestra evalúa como “malo o muy malo” el gobierno de Pinochet, todavía existe un no despreciable 26% de los encuestados que lo valora como “bueno o muy bueno”. Dicha valoración está incluso por sobre la mayoría de los gobiernos que siguieron con el retorno a la democracia como el de Eduardo Frei Ruiz Tagle, Ricardo Lagos, el segundo gobierno de Michel Bachelet e iguala al segundo gobierno de Sebastián Piñera. Además, tal apreciación positiva al gobierno militar (26%) anota un repunte considerable en 2023 respecto de mediciones anteriores donde en los años 2014 y 2018 alcanzaba un 20% y en 2020 tan solo un 16%.

Todos estos datos no deberían ser indiferentes para una sociedad que intenta consolidar su compromiso con la democracia. La dictadura en Chile no es un fantasma que sigue penando en el presente. Por el contrario, lejos de ser solo una presencia espectral, ella goza aún de una substancia material y simbólica en los actuales procesos políticos y sociales. Por lo tanto, los 50 años del Golpe de Estado es un acontecimiento que no pasará inadvertido. No solo por una cuestión numérica de cumplir medio siglo del quiebre más violento en la historia de la feble tradición democrática chilena, sino fundamentalmente por el contexto político y social con el que se entrecruza esta conmemoración.

La convergencia con un estallido social que abre un proceso de nueva constitución, inédito desde el retorno a la democracia, que parece seguir latiendo después del fracaso de la Convención Constitucional en septiembre de 2022. Un camino que Chile sigue recorriendo no solo por el hecho de dejar atrás una Constitución impuesta por la dictadura militar, sino que también para intentar la consolidación de un proyecto democrático legítimo. Esto es, poseer por lo menos la esperanza de reconocernos como sujetos sociales capaces de alcanzar, con sus fracasos y logros, un nuevo pacto social y político a partir del diálogo democrático.

Los 50 años del Golpe también se encuentran de frente con el resurgimiento de nuevas formas de autoritarismos y fascismos en el mundo contemporáneo. Figuras emergentes de extrema derecha tanto en Europa como en Latinoamérica que reavivan los sentimientos de odio a partir de evocaciones nacionalistas, patriotas junto con purismos raciales y de género que se alimentan mayormente del temor de las masas. En nuestra región, por otro lado, convivimos también con gobiernos totalitarios de izquierdas militarizadas, como el caso de Venezuela y Nicaragua que incurren graves violaciones a los derechos humanos; también con violentas crisis sociales y políticas como las ocurridas en Perú, Bolivia, Ecuador y, por supuesto, en Chile.

Finalmente, esta conmemoración cohabita con una crisis transversal a toda crisis: el desvanecimiento de la verdad. El capitalismo temprano a finales del siglo XIX implicó una inexorable revalorización de la verdad. Esta ya no se concibe desde un lugar absoluto o trascendental, sino que como algo medible en el valor de cambio que toda cosa posee. La verdad es un insumo más en la mercantilización de las relaciones humanas; un bien transable como cualquier otro. Después del horror y desazón de la humanidad con la experiencia de las dos guerras mundiales la concepción de la verdad como un relato universal con garantía de sentido termina por derrumbarse irrefrenablemente. Sin embargo, el mundo contemporáneo asiste a una nueva forma de nihilización a través de la desinformación y las noticias falsas (o fake news). La verdad no es más que una construcción algorítmica que se impone a través de la viralización de la imagen en un mundo hiperconectado. Una repetición indefinida, un bucle virtual, reproducida por una inteligencia artificial que articula los discursos que determinan la realidad estipulando lo que existe y, por tanto, lo que se habla y opina.

Los 50 años del Golpe de Estado se conmemoran en este particular escenario de crisis profundas y transiciones interminables. Un acontecimiento anacrónico para generaciones más jóvenes y, sin embargo, conscientes o no, con su presente y futuro arraigado en ese 11 de septiembre de 1973. El dossier especial que prepara la revista Palabra y Razón busca urdir en estos tres conceptos ―crisis, transición y anacronía― un espacio público de reflexión crítica sobre el pasado, presente y futuro del Golpe de Estado. Abrir a un diálogo sincero y abierto que explore nuestra presente vinculación con la dictadura y también nuestras necesarias desvinculaciones. Un dossier del cual se espera pueda ser un registro para repensar la sociedad chilena, su historia e identidad a partir de un acontecimiento que golpeó fuertemente la historia del país.

Queda extendida esta invitación para quienes se interesen en enviar sus textos y trabajos para ser parte del dossier, o bien descargarlo gratuitamente de la página web de Palabra y Razón una vez sea publicado en agosto (ver http://revistapyr.ucm.cl/).

Gonzalo Núñez Erices
Académico del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule, Talca.

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