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miércoles, 12 de abril de 2023

Opinión Evelyn y el zarismo

 Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 12.04.2023

Evelyn y el zarismo|
Como escribió el Marqués de Custine después de viajar a Rusia en 1839: “El zar ruso representa una monarquía absoluta, moderada por el asesinato”. ¿Es esto lo que Evelyn le está exigiendo al gobierno? ¿Es realmente consciente de lo que una autoridad sin retorno, es decir sin posibilidad de contrarrestar el desate brutal de su furia persecutoria, significaría para una sociedad como la chilena que ha sabido de zares (no rusos, pero igual de asesinos) en su historia más reciente?

El domingo pasado, en el programa Mesa central de Canal 13, la alcaldesa de Providencia, Evelyn Matthei (UDI), elaboró un discurso casi perfecto; en su articulado: geométrico como un equilátero; en su claridad: transparente como el celofán; en su ethos autoritario: sin complejos.

Y digo esto no con un afán irónico que perseguiría dar cuenta de algo que es evidente en Evelyn, es decir, su compulsión al orden a todo precio. Compulsión que no es espontánea, ni mágica, ni responde a alguna suerte de acontecimiento disruptivo en su castrense crianza, sino que se organiza desde su más temprana infancia y después juventud, donde todo lo que pudo ser significativo para ella estuvo siempre en línea directa con los cuarteles, las armas, la tropa; en la jerarquía incuestionable de un mundo que no tenía sino sentido en la canonización del disciplinamiento, del correctivo, de la mano dura, en fin, de “la ley marcial”. (La imagino jugando con niñas y niños hijas/os de otros generales en los jardines de la FACH, partiendo erguida e imperturbable a estudiar en el colegio alemán de Santiago mientras, paralelamente, aprendía a tocar el piano y la Quinta sinfonía de Beethoven se mimetizaba con el ruido permanente de los aviones de guerra que surcaban su cielo patrio, o con los cañonazos que indicaban, a toda hora, cuál era la siguiente orden que debía seguir para que nada estuviera fuera de lugar).

En la entrevista señalada, Evelyn gestionó de modo notable todo un vocabulario desde el cual expresiones tales como “deportaciones”, “mano dura”, “Estado de Excepción”, “militarización”, etc., no solo destacaban la soldada coherencia interna de una performática sino que, además, un talento también superlativo para instalar un mensaje sin bufonerías ni galimatías de ningún tipo, y que logró cuadrarse matemáticamente con el relato general de la restauración conservadora y, entonces, darle aún más manija al paradigma de la seguridad –ya en régimen– que, desde la semana pasada, tiene fuerza de ley. Está impreso, archivado y publicado y al que, sin más, debemos subordinarnos porque su ejecución abandonó el perímetro de lo fáctico y adquirió el timbre jurídico, es decir, y sobre todo para sociedades penalistas como la nuestra, “legítimo”.

Ahora, así como casi perfecto, el relato de Evelyn es, a mi modo de ver, absolutamente aterrador.

Señaló sin tapujos que: “(El gobierno) Tiene que nombrar un zar contra la delincuencia, una persona con tonelaje y dedicación exclusiva”. Y aquí entra a operar el casi que hemos destacado en cursivas porque, siendo una mujer de la élite militar “culta” (lo que es raro), se despachó la palabra “zar” (del latín césar), como si, en la estructurada templanza alemana de su habitus marcial, no supiera lo que fue el zarismo y lo que implica una palabra como ésta.

El zarismo, como se reconoce, fue un régimen absolutista de corte tiránico y dinástico que se origina en el siglo XVI en Rusia durante el periodo de “Iván el terrible”, y que llega su fin con la revolución de febrero de 1917.

En todo este urdido es la figura del zar la que emerge como la única e incuestionable autoridad que, además, resumía en sí mismo todo el poder estatal, sin contrapesos y desplegándose sin resistencia alguna por sobre cualquier otra institución. Es decir, hablamos de la personalización radical del ejercicio de la fuerza y el poder que, por “naturaleza” y herencia, también, podía decidir sobre la vida o la muerte.

En la misma línea, el zar era absorbido en el imaginario ruso como un “padre” y el imperio como su “hijo”, entonces, ancla su poder en el monitoreo arbitrario de la fábula patriarcal donde la mujer (zarina) no era otra cosa más que joyería y adorno conspicuo necesario para fertilizar al imperio con la provisión de herederos hombres. Como escribió el Marqués de Custine después de viajar a Rusia en 1839: “El zar ruso representa una monarquía absoluta, moderada por el asesinato.

¿Es esto lo que Evelyn le está exigiendo al gobierno? ¿Es realmente consciente –yo creo que sí– de lo que una autoridad sin retorno, es decir sin posibilidad de contrarrestar el desate brutal de su furia persecutoria, significaría para una sociedad como la chilena que ha sabido de zares (no rusos, pero igual de asesinos) en su historia más reciente? ¿No es acaso el fantasma de la “Junta” –al que la une un vínculo sanguíneo y que no fue otra cosa que la reunión de diferentes zares con el mismo objetivo de exterminar– al que pretende traer de vuelta ahora que tiene todo el banquete de la restauración conservadora servido para vertebrar este discurso en extremo desfachatado y peligroso?

Su discurso casi perfecto no es la causa sino el efecto de un proceso estructural de orden mayor y que ha bebido de la mano de la incapacidad, como ya lo he intentado decir en otros momentos, de un gobierno para defender a la democracia de sí misma y hacer frente a una derecha que colonizó la opinión pública.

No será ésta la primera vez que la historia indique, nuevamente, que la democracia engendra sus propios verdugos y que estos vienen para guillotinar a un pueblo que en un momento se sintió cerca de recuperar la dignidad negada por siglos pero que, sin embargo, en este preciso instante de la historia, ve cómo esa misma dignidad es arrebatada, de nuevo, por el ominoso y estratégico gambeteo oligárquico que, en figuras como Evelyn, se reconocen en su “zarismo” intrínseco. El mismo que llega para des-moralizar a un país que quiso, un día de octubre, ser algo más de lo que siempre fue.

Javier Agüero Águila
Director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

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