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sábado, 12 de octubre de 2013

La tortura en dictadura: Un dolor que ha costado sanar en Chile y que nunca se ha enfrentado

Por Claudio Pereda Madrid
Los organismos de seguridad aplicaron diversos métodos de tormento a miles de chilenos. No se detuvieron ni ante mujeres embarazadas ni ante niños. La estela de esa energía negativa no ha querido ser enfrentada por la sociedad chilena. Se trata de un tema urgente para la paz social.

Nueve heridas cortantes, cinco quemaduras por cigarros, dos contusiones, una fractura en la pierna derecha y cuatro cortes con formas de esvásticas en el cuerpo: dos en la zona frontal (uno en el pecho y otro en el abdomen) y dos en la espalda. Así quedó el joven Daniel Zamudio luego de la salvaje agresión de la fue víctima en marzo del año pasado.

La situación amerita un pensamiento amargo. No es estrictamente necesario remontarse cuatro décadas en la historia de Chile como para decir que la tortura es un tema que socialmente no se ha querido enfrentar en forma seria y directa, aceptando la diferencia como parte esencial de la convivencia.

Y es que la tortura que fue ejercida de manera sistemática durante la dictadura cívico-militar, frente a los ojos de todos los chilenos, pero de manera muy especial frente a quienes ocuparon diversos grados de poder en el país, sigue latiendo en la conciencia social. Nadie hizo nada ayer y nadie está haciendo nada ahora.

"Qué tipo de sociedad queremos construir para adelante, si tenemos tamaña vergüenza escondida bajo la alfombra", comenta a Cambio 21 el periodista Javier Rebolledo, autor del intenso libro "El despertar de los cuervos" (Ceibo Ediciones, 2013), que narra el temprano origen de la tortura en la dictadura.

"Hemos sido incapaces de superar ese daño que nos hizo la represión y eso nos tiene entrampados. No existe el reconocimiento de lo sucedido por una parte del país, por lo tanto no existe reconciliación. Y no existe perdón, porque no hay justicia", recalca.

La forma artera y definitivamente cruel con la que se aplicó la tortura en Chile desde el primer minuto del golpe permite entender que era algo para lo cual los organismos de inteligencia se prepararon con tiempo. Y que sólo estaban buscando la oportunidad para ponerla en práctica.

"Nadie bombardea La Moneda pensando en que al poco tiempo va a llamar a elecciones libres. Civiles y militares que pensaron el golpe establecieron una política monstruosa de represión que impidiera devolver el poder en pocos años y que facilitara la instalación de un nuevo orden. La brutalidad era indispensable para establecer un proyecto político de largo plazo", señala a este medio el abogado de Derechos Humanos Roberto Garretón.

Quien fuera jefe del área jurídica de la Vicaría de la Solidaridad destaca que la idea central de la tortura fue impedir el desarrollo de una oposición importante.

Guerra poco leal

Los años 70 son álgidos en medio de la Guerra Fría. Estados Unidos y la antigua URSS se disputan cada pedazo del mundo. En la parte de atrás de la "casa gringa" se instala un incómodo ruido: Cuba. A más de 8.000 kilómetros de la capital estadounidense, Chile también comienza a preocupar desde mediados de los 60.

Dentro de la lógica de la doctrina de seguridad de Estados Unidos, los gobiernos de América Latina deben enviar a sus ejércitos a prepararse a la Escuela de las Américas, instancia de formación militar creada por el país del norte para  contrarrestar la influencia venida desde el Este.

La idea es coordinar las acciones de defensa en la región, garantizando el orden interno y desincentivando aquellas ideologías, organizaciones o movimientos que, dentro de cada país, pudieran favorecer o apoyar al comunismo o ideologías del mundo de la Cortina de Hierro.

La Escuela de las Américas se inaugura poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial. Durante muchos años se adoctrinan allí soldados chilenos y de la región en variadas técnicas de enfrentamiento a ideologías de inspiración soviética, entre lo que se incluye la tortura. Los efectos similares de esa política en los diversos países de la región demuestran que hubo una aplicación común de este tipo de prácticas.

"Existe evidencia que permite concluir que sí hubo un aprendizaje en la aplicación de esta política y que sí hubo una dinámica aplicada de manera sistemática. Hubo siempre una idea compartida de cómo enfrentar este tipo de situaciones. En este caso hubo una matriz en la Escuela de las Américas a cargo de Estados Unidos, principalmente con profesores franceses con experiencia en el conflicto colonial de Argelia", precisa Javier Rebolledo.

Por las características de la Guerra Fría la idea era enfrentar y eliminar con eficiencia al enemigo interno, en un tipo de conflicto denominado "guerra de guerrillas" o "no convencional". La Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (entidad creada bajo el gobierno de Ricardo Lagos para abordar el tema) explica que a los ejércitos tradicionales les resulta muy complicado lidiar en un teatro de operaciones en donde no existe un campo de batalla y el enemigo se mezcla con la sociedad.

"El Ejército siempre ha hecho un juicio crítico sobre ese tipo de conflictos, considerando que se trata de una guerra "poco leal" y que lo obliga a infiltrar el mundo civil. Sin embargo, y aquí comparto plenamente el juicio que hace la comisión Valech, lo que desarrollan los organismos de seguridad de la dictadura sobrepasa con impensados límites lo "desleal" del conflicto en sí mismo, cayendo en una dinámica constante de tortura, desapariciones forzadas, ejecuciones, procedimientos arbitrarios y encarcelamientos al margen de la ley. La deslealtad con la que terminan actuando las Fuerzas Armadas frente al mundo civil supera con creces su crítica", comenta el autor de "El despertar de los cuervos".

La Comisión Valech estableció en casi 40.000 los casos acreditados de tortura en el país. Expertos en derechos humanos señalan que siempre los casos que pueden reunir pruebas corresponden a una cuarta parte de los casos efectivos de represión. Es decir, en Chile al menos hubo 200.000 personas que conocieron la brutalidad de esta práctica, de la que no escaparon ni mujeres embarazadas ni niños.

El cáncer marxista

¿Cuál es el papel que juega la sociedad mientras en el país se reprime de esta manera? "Nadie puede decir en Chile que no se conocía que esto pasaba. Todos lo sabíamos y tomamos opciones a partir de ello. Aunque en la UDI o en RN digan que no tenían idea, la verdad del asunto es que ellos aceptaron ese costo, justificando el producto final: el nuevo orden a partir de la destrucción de la democracia", señala el abogado Celedón.

Y destaca: "Bajo la idea de "extirpar el cáncer marxista" estaba esta intención. Por eso la represión y la tortura tenían que ser como se hizo".

Mientras los sectores civiles que apoyaban esta situación sabían lo que pasaba y lo consideraban necesario, el resto de la ciudadanía intuía que algo horroroso estaba ocurriendo. Todos los días hubo casos de vecinos, compañeros de trabajo, estudiantes o profesores que desaparecían o se los llevaban patrullas militares. En los sectores populares los operativos de seguridad eran permanentes y constantes. "Durante los largos toques de queda, la gente esperaba aterrorizada que la banda que dirigía Pinochet, con Manuel Contreras y todos esos, se llevaran a cualquier persona de sus entornos", dice Garretón.

A partir de esto, fue construyéndose una coraza protectora en las personas. Hubo quienes optaron por no creer lo que ocurría. Los medios de comunicación ayudaron a esa tesis. Siguiendo el juego de la dictadura, siempre hablaron de enfrentamientos, armamentos y alta capacidad de organización de los opositores.

"El punto es que esto no fue una guerra. En una guerra el soldado no asesina al enemigo. Pero en este esquema de persecución no hay guerra. Aquí hay crímenes. Y claro, mediáticamente esto se vendía como un conflicto armado porque bajo esa lógica la gente tiende a justificar. La idea de morir en enfrentamiento permite pensar que hubo un choque de fuerzas similares. Y eso nunca fue así", dice el ex abogado de la Vicaría.

Engañosa oferta de impunidad

¿Cómo ocurre que un soldado que el 10 de septiembre de 1973 no mata a nadie a partir del 11 de septiembre se transforma en asesino, torturador o represor? "Lo ocurrido en Chile no fue producto de la casualidad. Ese tipo de comportamiento es fruto de un intenso entrenamiento, en el que se van pasando diversas fases, desde observar o escuchar jornadas de tortura hasta acompañar sesiones de interrogatorios violentos; la idea es ir anulando e inhibiendo los sentimientos típicos", explica el psiquiatra Eduardo Pérez.

"La tortura no siempre tiene por objeto sacar información, también busca devolver al torturado a la vida social totalmente dañado y que eso sea claramente entendido por su entorno", subraya.

"Evidentemente hay una dinámica de irradiación social que se logra con la tortura. Hay que pensar que pasaron cuatro décadas para que, finalmente, se hayan dado las condiciones para cuestionarnos lo que ocurrió en la dictadura y el modelo imperante nacido de ella", explica el periodista Rebolledo.

Para el doctor Pérez, el torturador que opera tempranamente en Chile ya pasó varias fases y se encuentra listo para seguir cumpliendo con las siguientes.

"El entrenamiento se basa en preceptos como deshumanización del enemigo, represión de sentimientos, en el convencimiento de que se hace un bien a la patria. Hay un bien superior en el que se sustenta la total pérdida de respeto hacia el torturado. Al individuo que tortura se le habitúa en la crueldad. Se eliminan reacciones típicas como miedo, repugnancia o asco, se destruye la empatía o la  compasión por el torturado", explica el profesional.

"La tortura se vuelve una necesidad del Estado represor a través de la cual sustenta no sólo un interés político sino que también económico. Si no se tortura no se puede seguir construyendo ese régimen y ese orden social", acota.

Pérez conoce el tema desde la perspectiva de víctima. Pero también debió hacerlo como profesional, entregando su experiencia en casos de torturadores. "Se da en eso una serie de situaciones complejas. Los torturadores en algún momento sienten que no pueden recurrir a los psiquiatras de sus instituciones y empiezan a buscar otras salidas", señala.

"No se conocen muchos arrepentimientos reales por parte de torturadores, hay mucha protección en los pactos de silencio que se generan en las diversas instituciones armadas. Lo que sí está estudiado es que estos individuos a la larga también padecen variados trastornos. Se les da una oferta de impunidad y de poder que al final no se cumple. El torturador imita a nivel individual lo que desarrolla a nivel más macro Estado represor", explica el psiquiatra.

Violencia implícita

El periodista Javier Rebolledo es de la idea que "la violencia que ejerces es la violencia que permites. En un país sin justicia, en donde en el Poder Judicial se aplican medidas como la prescripción en casos que buscan encarcelar a torturadores, en donde el Estado es el autor de la más intensa violencia que se haya ejercido en la historia de Chile, en donde ni siquiera la acción del peor lumpen se puede comparar con lo hecho por la DINA y la CNI, ¿cuál es el mensaje que se le entrega a la sociedad, a los más jóvenes?".

Se dice que en Chile la dictadura no mató a tantas personas como otras dictaduras de la región. Es un argumento que hasta hace poco se escuchaba en algunos personeros de la derecha. Sin embargo, para quienes estudian el tema, la represión de los organismos de seguridad en el país buscó esencialmente la obtención de información y la transmisión del horror. Para eso, en términos fríos y "técnicos", la tortura es más efectiva que la muerte.

Para el autor de "El despertar de los cuervos" Chile no quiere reconocerlo, pero la violencia está implícita en el país. "No nos extrañemos con que existan casos de jóvenes homofóbicos capaces de matar a otro sólo por el hecho de su condición sexual. Es el vivo reflejo de lo que nuestra sociedad ha construido como dinámica de relación. No hemos sido capaces de superar lo vivido en dictadura".

Daniel Zamudio no murió por la acción de agentes del Estado. Pero la violencia implícita en la sociedad chilena puede tener una oculta respuesta en los oscuros episodios de represión, que aún no se atreve a enfrentar.

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